Días después de la partida de Santiago, me enteré de que antes de irse compró ciento cincuenta dulces para llevarse a la Capital, estaba anonadada por el gesto tan bondadoso que había tenido para con mi amiga. Santiago era el hombre más amable que había conocido y lo extrañaba mucho. A veces me despertaba sintiendo un hueco en mi estómago, como un vacío que me mantenía inquieta. Decidí por mi bien ocuparme en otras cosas como ayudar a Margarita a crecer el negocio, en realidad lo hacía más por ella, ya que si las cosas salían como pensaba después de terminar la universidad regresaría al rancho para hacerlo crecer mucho más.
Mi mayor sueño era transformar el rancho en un lugar donde todos pudieran prosperar. Quería que las familias del pueblo tuvieran acceso a alimentos frescos y trabajo digno. Sabía que, para lograrlo, tenía que prepararme y aprender todo lo necesario.
Cabalgaba de regreso al rancho a toda velocidad de la casa de Margarita, el cielo estaba negro, pronto se vendría una tormenta, pensé que seguro papá estaba en los establos metiendo todos los animales.
—¡Vamos rayo! — grité animando a mi amigo quien aceleró la velocidad.
Entré a las caballerizas, papá estaba junto a otros peones asegurando a los caballos, metí a rayo a su lugar.
—Christa ve a casa, dicen que se acerca una tormenta muy fuerte…
—Papá quiero ayudarte a meter a los animales.
—No, hija, Fred y Marcelo ya fueron a traer a las reses del pie de las montañas, necesito que te vayas a casa con mamá.
—Está bien papá, terminen pronto porque las nubes se acercan cada vez más.
Le di un beso a papá y corrí hasta el interior de la casa, mire el cielo, gotitas de lluvia ligera comenzaron a caer.
—Dicen que esta tormenta será la más fuerte que se ha venido en los últimos diez años, lo escuché en la radio —escuché decir a mi abuela —Imelda, deja que los criados se vayan a refugiar a sus casas, es lo mejor.
—Los necesito aquí para que nos ayuden a prepararnos para la tormenta.
—No seas testaruda mujer…
En ese momento papá entró a la casa.
—¿Qué pasa aquí?
Mamá estaba enfadada.
—Tu madre quiere que deje ir a los empleados, ¿si los necesitamos para que nos ayuden en algo? —la voz de mamá era severa.
—Todos los empleados del rancho se pueden ir a sus casas, que nadie se quede, dicen que esta tormenta arrasará con todos los sembradíos.
—¡Está bien! ¡Como tú digas! —reprochó mamá.
—Marcelo fue por nuestro nieto y Greta, pasarán la noche aquí con nosotros, estaremos todos juntos.
Mamá se marchó a la cocina.
Me acerqué a papá, preocupada —papá, ¿qué pasará con los sembradíos si se pierden?
—Podría ser este un año difícil hija, tuvimos suerte los años anteriores, pero tengamos fe en que esta tormenta solo será pasajera —me sonrió acariciando mi mejilla —recuerda que la naturaleza es sabía y hace las cosas por un propósito.
Asentí.
Las horas pasaron y la lluvia cada vez era más intensa, nos manteníamos concentrados en la sala de la casona, por recomendación del locutor de la radio, habían puesto un albergue para los habitantes del pueblo, la abuela sugirió que podíamos irnos para allá, pero mi madre se negó alegando que no teníamos que involucrarnos con esa gente. Que las personas como nosotros se quedaban en sus casas porque la estructura de las casas de rancho era fuerte.
La casa de mis padres estaba construida completamente de piedra, era muy difícil que se inundara, había sido construida pensando en eso. Lo que me preocupaba era la familia de Margarita, esperaba que ellos si se hubieran ido al albergue, pues su casita apenas podía con las lluvias, la altitud del terreno daba para que se inundaran.
Estábamos todos sentados en los sillones revestidos de cuero de la sala de estar, Greta, Marcelo y Mamá estaban sentados en uno de los sillones, Papá, mi abuela, Fred y yo en otro y mi sobrino jugueteaba con los adornos de la mesa de centro. Mi abuela había preparado las lámparas de gas en caso de que la electricidad fallará.
De pronto un enorme estruendo nos dejó a oscuras, fue ensordecedor y nos quedamos iluminados solo con la luz de las lámparas. Greta y Mamá gritaron, mi hermana se abrazó a Marcelo como pudo mientras Genaro comenzó a llorar. Otros relámpagos se volvieron a escuchar y de pronto un sonido, un golpe fuerte, un estruendo seguido del sonido de las reses saliendo del establo.
Papá se puso de pie enseguida.
—¿Qué no aseguraron bien esas reses? —preguntó a Marcelo directamente.
—Si lo hicimos, ¿verdad Fred?
—Si papá cerramos con candado la puerta, las reses han de estar asustadas.
Marcelo se puso de pie.
—Deberíamos ir por las reses, si perdemos las cosechas y eso, será muy difícil recuperarnos.
Me puse de pie también, ahora estaba realmente preocupada, la tormenta aún no cesaba y era muy peligroso salir al monte.
—Pero es muy peligroso, no vayan papá.
—Tú cállate, Christa, eso es asunto de mayores —espetó mamá.
—Marcelo tiene razón, las reses no estarán muy lejos, vamos cuanto antes por ellas.
—Yo voy contigo papá —dije.
—No Christa tú debes quedarte aquí con tu mamá.
—Pero papá, tengo miedo —chillé, sentía un enorme temor en el pecho, un presentimiento. Abracé a mi papá fuerte.
—Fred quédate aquí con ellas, Marcelo y yo traeremos a las reses de regreso.
Lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro, no sabía por qué. Papá se despidió de nosotras con un beso y se fueron. El tiempo que pasó se nos hizo eterno.
—Christa me estás poniendo de nervios, vente a sentar —me reprendió mamá, ya que desde que papá y Marcelo se fueron no dejaba de ver por la ventana.
Pero en ese momento vi a lo lejos dos caballos que se acercaban —¡Ya volvieron!
Corrí hasta la puerta de forja sin importar empaparme mientras mi madre gritaba mi nombre desde la sala, Fred corrió conmigo. Pero ambos nos quedamos petrificados al ver que el cuerpo de papá yacía inmóvil sobre la montura de su caballo. En ese momento sentí como todo mi mundo se vino abajo.
#1184 en Novela romántica
#344 en Novela contemporánea
amor a primera vista, venganza, amor verdadero mentiras traiciones
Editado: 02.01.2025