Christa Bauer
Los días siguientes al funeral de papá, fueron muy oscuros, me la pasaba encerrada en mi habitación. Greta y Marcelo se mudaron a la casona de mis padres junto a mi sobrino. Mi madre me prohibió salir del rancho, dijo que estaba enterada de las andanzas con Margarita y que me olvidará de seguir viéndola. Estaba triste, deprimida, mis ojos ardían y mi corazón estaba deshecho, pasaba muchas horas mirando la tarjeta que Santiago me había dado, ya hasta me sabía su dirección de memoria de tantas veces que ya la había leído.
En mi encierro, se me había ocurrido la loca idea de huir a la Capital y buscarlo, pero no podía, era mi último año de bachillerato y necesitaba terminar, le prometí a papá que algún día yo me encargaría del rancho y planeaba cumplir mi palabra, aunque era difícil ahora más que nunca que Marcelo se creía el dueño de todo el rancho que un día fue de mi padre. Pero ese poder sólo mamá se lo había concedido, ella confiaba en él como ciega, también en Greta y de alguna manera eso me molestaba.
Fred pasaba casi todo el día en las tierras del padre de su novia y con sus amigos, me sentía tan sola, parecía que todo mundo se había olvidado de que existo. Finalmente, decidí salir, no podía defender lo que era de mi padre, encerrada, necesitaba salir y enfrentarlos, a mamá, a Marcelo y a Greta.
Me duché y cambié, limpié las lágrimas que salieron de mi rostro al ver la fotografía de papá, lo extrañaba mucho, no olvidaba las promesas que le hice, ni las que él me hizo.
Salí de mi habitación bajando las escaleras, escuché ruido en el despacho de papá, me asomé a ver. Mamá estaba junto a Greta y Marcelo, me di cuenta por las voces, pero había alguien más, una voz masculina, apenas iba a pegar mi oreja para escuchar cuando escuché pasos que venían hacia la puerta, di unos pasos atrás enseguida.
Del despacho de mi padre salió un hombre, lo conocía, era el abogado de papá.
—Christa buen día, me hubiera gustado hablar contigo, pero tu madre dijo que estabas enferma.
Fruncí el ceño mirándola, mamá y los demás me estaban clavando la mirada.
—No estoy enferma —dije con voz seca, si me fulminaban, los fulminaba, no sería un corderito con ellos.
—Si lo estás, licenciado, hablaré con Christa después de que se retire, muchas gracias por todo.
—Pero… —dijo el hombre, algo me decía que había algo extraño en su mirada, quería decirme algo, pero no sabía qué.
—Vamos Licenciado, por ahora ya no necesitamos de sus servicios —se adelantó a decir Marcelo jalando con fuerza del brazo del abogado.
Miré como este prefirió no decir nada y caminó con él a la puerta de salida.
Miré de nuevo a mi madre y le pregunté —¿qué ocurre mamá? ¿Por qué le has dicho al abogado que estaba enferma?
Mi madre me miró con desdén.
—El abogado solo vino a decirme sobre los bienes que tu padre me ha dejado, no tenías por qué estar presente, eres aún menor de edad, así que tu presencia no es requerida.
—Dime por favor que no dejarás que Marcelo se haga cargo del rancho.
Greta se adelantó a darme una bofetada. Mi mejilla ardió.
—Si tanto te molesta que Marcelo haga el trabajo de papá, vete de aquí Christa, siempre fuiste la favorita de papá, ¿no te basto con eso?
Podía sentir el coraje que sus palabras transmitían, yo amaba tanto a papá como amaba a mamá, pero me dolía que me tratará de esa manera.
—¡Mamá, di algo! —le recriminé cansada de todos sus malos tratos.
Mi madre me miró, su rostro era tan gélido que me hizo estremecer.
—Ya lo dijo Greta, si tanto te molestan mis decisiones puedes irte, hacer lo que quieras, vivir como la salvaje que siempre has sido, pero si decides quedarte será bajo mis órdenes porque soy tu madre.
Fruncí las cejas. ¿Por qué me estaba pasando esto a mí? Greta sonreía al ver como mamá me estaba hablando. Di un paso hacia ella, era mi madre y yo necesitaba de ella también, las lágrimas comenzaron a derramarse por mis mejillas.
—Mamá, yo te quiero, ¿por qué me tratas así? —chillé.
Mi madre me tomó por los hombros empujándome contra la pared.
—Por qué no pudiste ser más como Greta, por qué no te pareces en nada a mí, y por qué tu padre… —apretó la quijada con fuerza, me miraba con rabia —fue un tonto al poner todas sus esperanzas en una chiquilla buena para nada.
En eso Marcelo apareció y mi madre le ordenó que me llevará a mi habitación, no entendía qué pasaba, porque me llevaban de regreso a mi habitación.
Marcelo me sujetó con rudeza y me arrastró de regreso a mi habitación, cuando estuvimos dentro de mi cuarto, entrelazó sus dedos a mi cabello, susurrándome “si te portas bien, tendré piedad contigo”, después de eso, cerró la puerta con llave. Me sentí atrapada, como si las paredes se cerraran a mi alrededor.
Pateé y golpeé, pero nadie abrió.
Mamá no podía estarme haciendo eso, ¿por qué lo hacía? No entendía nada.
Los días siguientes fueron un martirio, mamá ordenó a uno de los peones que me llevará y me recogiera en la puerta del bachillerato. No podía más estar cautiva, yo no había nacido para estar encerrada, extrañaba montar a rayo, pasear por los matorrales y nadar en la laguna, extrañaba ver a Margarita.
Un día, regresando de la escuela, miré a lo lejos que cerca de las caballerizas Marcelo y mi hermano estaban discutiendo. Abrí la puerta de la camioneta aún en movimiento, aproveché que iba despacio y distraje al empleado de mamá para saltar. Caí de pie y corrí hacia donde estaba Fred.
Al llegar ahí, miré aterrada que tenía una escopeta en sus manos y estaba bebido.
—¡Fred, ¿qué haces?! —exclamé temerosa.
Mi hermano miraba con rabia a Marcelo, él estaba a unos dos metros de distancia de nosotros, se mantenía en guardia, pero no se veía asustado.
—¡Llama a la patrona, que venga a calmar a su hijo o no respondo! —gritó Marcelo al peón que vino corriendo tras de mí.
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Editado: 02.01.2025