Destinos entrelazados

13. Adiós Montenegro

Christa Bauer

Apenas llegué a la casa de Margarita bajé de rayo, sentía casi como si mi pecho fuera a explotar, mis músculos no tenían fuerzas, estaba deshecha.

¡Margarita! —dije en un hilo de voz, tocando con fuerza la puerta. Minutos después, apareció y, al verme, me invitó a entrar sin decir una palabra. Me desplomé en la silla, las lágrimas se desbordaron, y ella me miró con preocupación.

—¡Christa, ¿Qué tienes? ¿Por qué lloras así?! —preguntó preocupada, yo no podía ni hablar.

Mi amiga trató de tranquilizarme, respiré profundo varias veces hasta que finalmente pude dar unos pasos al interior de su casa.

—Mi hermano… —dije —mi hermano está muerto.

—Christa… lo siento —me abrazó, me sentó en el borde de su cama para que le explicará que había pasado, entre lágrimas le dije —no puedo creerlo, no puedes regresar al rancho.

Negué con la cabeza.

—Fred, insistió en que huyera, antes de morir me pidió que me fuera lejos y nunca más regresará.

—¿Crees que te estaba protegiendo de algo?

Asentí abrazándome a mí misma.

—No puedo quedarme aquí, mamá o Marcelo vendrán a buscarme, no sé qué está pasando, han estado muy raros y ocultan cosas.

—Pero, ¿A dónde irás? Al menos quédate hasta que Bruno regrese, quédate aquí, tengo una idea.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté temerosa.

—Llevaré el caballo al establo de mi suegro, al menos si vienen puedo decirles que no has venido por aquí.

No creí que esa fuera una buena idea, pero ya no podía hacer nada más, Margarita hacía todo lo que podía para ayudarme. Las horas para que Bruno regresará se me hicieron eternas. Cuando llegó a casa y me miró enseguida supo que algo había pasado. Margarita le explicó todo.

—¡No puedo creer que Marcelo sea tan desgraciado! —espetó furioso. En ese momento, se escucharon unos golpeteos en la puerta. Me aterroricé, entré en estado de pánico —no se muevan de aquí.

—Cuídate mucho, amor —le pidió Maggie.

—Tranquila, sé defenderme.

Bruno salió, me asomé por una pequeña rendija de la ventana, ¡Marcelo estaba afuera! Mis nervios comenzaron a ir en aumento. Escuchamos como las voces comenzaban a subir de tono, lo que menos quería era traerles problemas a mis amigos. Decidí salir.

—No, que no estaba aquí mi cuñadita —se mofó, su sonrisa y su presencia me daban náuseas, era tan cínico, si tan solo papá no hubiera muerto.

—Christa no quiere regresar a su casa —espetó Bruno.

—Eso no lo decides tú, Bruno, mejor no te metas en asuntos ajenos, ¡vámonos, Christa! —al decir Marcelo me miró con esa sonrisa fría y altiva que siempre me había aterrorizado, dejando claro que no aceptaría un no por respuesta.

Apreté los puños con fuerza, lo que menos deseaba era que le hiciera algo a Bruno por defenderme. Di apenas dos pasos adelante, pero Bruno me sujetó del brazo.

—Si Christa no quiere regresar a su casa, es por algo, así que vete de aquí Marcelo, te recuerdo que estás en propiedad ajena y puedo llamar al comandante.

La quijada de Marcelo se tensó.

—Y yo te recuerdo que Christa sigue bajo la tutela de su madre, y no está bien que la tengas aquí sin su permiso, podrías tener problemas con la ley.

—Hasta que no traigas una orden en mi contra, nadie se la llevará de esta casa.

Estaba inmóvil, la manera en que Marcelo me miraba me daba escalofríos. Pensé que insistiría más, pero para nuestra fortuna Marcelo solo sonrió y caminó de regreso hacia la camioneta.

Margarita me abrazó.

—Regresemos adentro —dijo Bruno.

—Haré café, debes cenar algo Christa.

Negué, no tenía hambre.

—No puedo estar aquí, no quiero causarles problemas.

—Ayudaste a Margarita, gracias a ti el negocio de los dulces ha sido un éxito, te defenderemos Christa, esta casa es muy pequeña, tal vez del tamaño de tu habitación en la casona de tu madre, pero siempre serás bienvenida.

—¿Y si ellos regresan cuando no estés Bruno? —soltó Maggie con preocupación.

Noté la preocupación de Bruno en su rostro.

—Es lo que temo, Marcelo es un cobarde, aprovechará el momento para venir por Christa.

—Si tan solo pudiera irme a la Capital, pero ni siquiera tengo dinero para tomar un autobús.

Ambos me miraron extrañados.

—¿A la Capital? —preguntó Maggie.

—Si, ahí hay alguien que me puede ayudar —decidí omitir el nombre de Santiago ya que ellos ni siquiera sabían que Santiago y yo nos conocíamos.

—Podemos ayudarte, verdad Bruno —Bruno asintió —tenemos algo de dinero que estábamos ahorrando, solo quiero estar segura de que te ayudarán en la capital.

Me puse de pie —no, no quiero que se queden sin ahorros, debe haber otra manera.

Maggie fue y sacó un pequeño bote de aluminio que tenía guardado en una de las alacenas de la cocina y me entregó unos billetes —ten, con esto podrás llegar a la Capital y rentar un cuartito mientras encuentras a esa persona.

—¿Es un familiar? —preguntó Bruno.

—Es una persona muy cercana a mí —contesté, no sabía si él podía ayudarme, pero quería sentir de nuevo esa sensación de seguridad que sentí cuando me estrechó en sus brazos, él me había dicho que me quería, era la única persona que me quedaba en la vida.

—Te llevaremos a que tomes un camión, hay uno que sale a medianoche, es la mejor opción para que nadie se entere de que te vas.

Asentí.

—No sé cómo les pagaré esto, pero en verdad, muchas gracias.

Maggie me abrazó.

A medianoche me encontraba frente al camión de transporte, era la primera vez que salía de Montenegro sola, pero a la vez sabía que necesitaba irme muy lejos mientras Marcelo tuviera engañadas a mi madre y a Greta, con él cerca corría peligro.

Me despedí de mis amigos con un abrazo, un nudo enorme se formó en mi garganta al voltear a verlos antes de abordar. Solo llevaba conmigo una pequeña mochila con un par de cambios que Maggie me había regalado y una chamarra por si hacía frío, miré por la ventana del autobús como se alejaba del pueblo que tanto amaba, donde había nacido, no sabía que me depararía en la Capital, no era la manera que esperaba llegar, se suponía que estudiaría ahí la universidad, pero ahora no tenía idea de cómo me presentaría frente a Santiago, no conocía nada sobre su vida, solo que era sobrino de Ignacio Sandoval, pero nada más. Guardaba como tesoro el recuerdo de nuestro beso, y las palabras “te quiero” en lo más profundo de mi memoria.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.