Christa Bauer
Desperté con la luz del amanecer pegando directo a mi rostro por la ventana del autobús, el chofer anunció que pronto estaríamos llegando a la Capital. Miré a través de la ventana con mucha emoción, nunca antes había visto un lugar como ese, una ciudad tan grande, edificios enormes, restaurantes, supermercados, tiendas comerciales, hoteles, todo era una maravilla para alguien como yo, una chica de campo que lo único que conocía eran los matorrales de su rancho.
Bajé del autobús sintiendo una especie de cosquilleo en mi estómago, no sabía qué hacer, primero debía buscar un lugar donde quedarme antes de buscar a Santiago.
Fruncí mis labios, no tenía idea de que hacer, apreté la pequeña mochila que llevaba con apenas unos cambios de ropa entre mi pecho y mis brazos. La gente aquí parecía tener tanta prisa, vestían con ropa diferente a la ropa que se utilizaba en el pueblo, esta era mucho más moderna y elegante. Me acerqué a una señora a preguntarle si sabía dónde podría rentar algún cuartito para vivir, pero lo único que obtuve de ella fue una mirada de desdén.
Había escuchado que la gente en las grandes ciudades a veces puede parecer distante, y me sentía insegura de cómo acercarme. Pase saliva, decidí preguntar nuevamente, pero esta vez elegiría, mejor a quien preguntar. Fue el mismo resultado, suspiré. Salí de la central de autobuses sin rumbo, había personas que sentía que se me quedaban viendo, me sentía fuera de lugar, distinta, como si no encajara en ese entorno tan diferente al que estaba acostumbrada.
Decidí buscar algún café, tal vez ahí podrían darme información sobre algún lugar donde me pudieran alquilar una habitación, el dinero que Margarita me dio me permitía pasar algunas noches en un hotel, pero quería hacerlo rendir lo más posible. A unas cuadras de la central de autobuses, encontré una cafetería, pedí algo de desayunar, estaba hambrienta a pesar de que apenas eran las siete de la mañana, el viaje había sido muy largo, ahora comprendía por qué Santiago regresaba al pueblo una o dos veces al año. Ahí mismo en la cafetería me dieron la dirección de una casa cerca donde alquilaban habitaciones, eso me ayudaría a que mi dinero no se terminará tan rápido.
Caminé hasta la dirección que me proporcionaron, era una casa con barda alta, no se veía nada en el interior, había un timbre, toqué.
Una señora de unos cincuenta y tantos años abrió la puerta —diga.
—Me dijeron que usted alquila habitaciones.
—Si así es, ¿Dónde trabajas?
Sentí nervios —por ahora estoy buscando.
La señora, de cabellos negros y piel canela, me miró alzando una ceja con desconfianza.
—Para alquilar una de estas habitaciones necesitas trabajar…
—Lo haré, en verdad lo haré, solo que necesito un lugar donde vivir, vengo de un rancho cerca de Montenegro.
La señora me miró con un signo de interrogación imaginario en la frente, al parecer no tenía idea de donde estaba el pueblo.
—¿Tienes dinero para pagar al menos dos meses de alquiler? Son quinientos pesos por mes.
Rápidamente, hice cuentas mentales, se me iría todo el dinero en el alquiler, apenas me quedaría solo un poco para sobrevivir durante la semana, pero era eso o tener que buscar otro lugar donde quedarme, lo bueno es que ya tendría el alquiler de la habitación asegurada durante dos meses.
—Sí, si tengo eso.
—Entonces pasa, te mostraré una habitación, mi nombre es Estela, vivo en la primera planta junto a mi hermana Esther, las habitaciones de inquilinos están en la segunda planta, subes por las escaleras, tienes prohibido llegar después de media noche y hacer alboroto, no se permiten visitantes, ya que las habitaciones son muy pequeñas.
Tomé nota mental de todo y asentí.
—Está bien.
Subimos las escaleras exteriores que daban a la segunda planta, la casa no era muy grande, la entrada era un pasillo que atravesaba toda la construcción y a los lados había varias puertas que daban a las habitaciones pude contar rápidamente seis puertas tres en cada lado, al final supuse que estaba el baño y al caminar más adentro, justo en medio de las habitaciones había una pequeña cocina con el espacio justo de una mesa para cuatro personas, una tarja, una estufa y el refrigerador.
—Esta será tu habitación —dijo la señora Esther.
—Gracias —dije cuando abrió la puerta, por suerte era la habitación que estaba frente a la cocina.
—¿Dices que eres de Montenegro? —Asentí —¿Por allá toda la gente tiene el cabello y la piel como la tuya?
Negué.
—Mi familia tiene ascendencia alemana, migraron a México hace muchos años.
—¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete, señora.
Ella frunció el ceño.
—Suerte con que alguien te contrate a tu edad. Dijo antes de salir de la casa, la señora Esther parecía muy malhumorada. Entré a la pequeña habitación, tenía un closet, una cama y una pequeña mesita, la habitación era muy pequeña y vacía, cerré la puerta, me senté en el borde de la cama, de pronto lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. Me abracé a mí misma pensando en mi papá, en mi hermanito, en cómo mi vida había cambiado tanto en tan poco tiempo, ahora me encontraba sola sin nadie, esperaba encontrar a Santiago, ¿pero y si no? La ciudad era muy grande, aunque de todos modos, tenía que huir de Marcelo.
A la mañana siguiente me bañé y cambié de ropa, me puse unos vaqueros, unos zapatos bajos y una blusa sencilla color blanca. Tenía que encontrar algún trabajo antes de que él dinero se me terminará. ¿De qué? Aún no tenía idea de lo que fuera que me permitiera sobrevivir.
Tomé un taxi, primero iría a buscar a Santiago, era sábado, por lo que supuse que no estaría en la universidad. La zona donde vivía quedaba casi al otro lado de la ciudad, se notó al instante el cambio de estatus social, ahora las casas ya no eran como la de la señora Esther, estas eran enormes con grandes jardines y barandales. Bajé del taxi muy rápido al ver a una señora que estaba saliendo de aquella enorme mansión.
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Editado: 06.01.2025