Destinos entrelazados

16. Lo que se hablaba de ella

Santiago Sandoval

Conduje hasta la casita de Bruno, sentía como mi corazón se aceleraba con cada Kilómetro que recorría en mi auto, pero al llegar un nuevo estremecimiento se apoderó de mí, llamé a la puerta varias veces, pero no encontré a nadie.

La casa de los padres de Bruno quedaba a unos metros de distancia. Caminé, no mejor dicho, casi corrí, deseaba con toda mi alma tener alguna pista de donde estaba Christa. Me maldije de nuevo porque mi madre me había ocultado que Christa había ido a buscarme, si no lo hubiera hecho ahora estaríamos juntos.

Divise a la madre de Bruno cortando el césped afuera de la pequeña casa de campo.

—Buenas tardes, señora Perez, estoy buscando a Bruno, he ido a su casa, pero tampoco encontré a Margarita.

La señora de cabello negro, piel trigueña, facciones gruesas, llevaba un vestido campesino con un delantal, tardó unos momentos en reconocerme.

—Joven Sandoval, hace mucho que no lo veía, mi hijo y Margarita no se encuentran, están viviendo en el rancho de los Bauer, mi nieto tiene pocos días que ha nacido y mi nuera pasará la cuarentena en casa de su madre, por ahora Bruno está trabajando para Marcelo.

Alcé una ceja, ¿Cómo podría hablar con Bruno si ni siquiera me dejaban entrar al rancho?

Me llevé una mano a la cabeza.

—¿Sabe cómo me puedo comunicar con él?

—Ijole Joven, ellos vienen a visitarnos todos los domingos, venga por acá ese día le avisaré a mi hijo que lo espere.

Chasqueé la lengua, para el domingo faltaban cinco días, pero era mi única esperanza de saber donde estaba ella.

—Una última pregunta, señora Pérez, ¿sabe qué pasó con los Bauer? La última vez que vine todo parecía normal y ahora ya ni siquiera me dejaron entrar al rancho.

La madre de Bruno me dirigió una mirada compasiva.

—Pasa que muchas cosas han cambiado por aquí joven, desde que el señor Abraham falleció muchos peones se fueron a Montenegro a trabajar, dicen que Marcelo, los explota, los tiene trabajando de sol a sol y les ha reducido mucho los sueldos, la señora Imelda no se ha vuelto a ver, dicen que cayó enferma después de la muerte de su hijo.

—¿Por qué fallecieron?

—El señor Abraham en paz descansé, tuvo un accidente, un caballo lo tumbó en medio de una tormenta y del hijo dicen que andaba en malos pasos, pero eso es lo que dice la gente, la hija más pequeña de los Bauer, la amiguita de Margarita, un día de pronto solo desapareció, la estuvieron buscando durante meses, pero no la han encontrado, dicen que tal vez se fue con algún amante que tenía por ahí.

Una serie de escalofríos recorrió mi cuerpo. Me despedí de la madre de Bruno y caminé de regreso al auto, casi por inercia. En tan poco tiempo, todo en Montenegro había cambiado.

Me sentía trastornado, incrédulo, pero esa era la realidad, Christa había pasado por tantas tragedias, no me imagino siquiera el dolor que ha de haber sentido al perder a su padre y a su hermano casi al mismo tiempo. “Mi Christa, sufriste tanto y no estuve a tu lado para apoyarte” apreté el volante con fuerza. Por supuesto que no creía lo de que había huido con algún amante, ella había ido a buscarme porque me necesitaba.

Subí las escaleras del vestíbulo de la residencia de mis abuelos, el ama de llaves me abrió, lo primero que hice fue preguntarle si mi tío se encontraba en las minas, pero en ese instante la puerta de su despacho se abrió, de ella salieron él y Marcelo Ramírez. Fruncí el ceño al verlo, era el cuñado de Christa.

—¡Sobrinito, siempre si te viniste! —exclamó mi tío con un tono de voz de alegría fingida, entrecerré los ojos, antes de venir, mi madre me pidió en confesión que me cuidará de él, ella no confiaba nada, ya que siempre hemos sabido que él quiere las minas solo para él, en varias ocasiones ya ha intentado comprarle su parte a mi padre, pero él se ha negado.

—Aquí estoy, como te avisé —dije sin dejar de mirar al cuñado de Christa, este me veía con cierto aire de grandeza —estoy listo para comenzar a trabajar.

Mi tío esbozó una sonrisa que me pareció más bien burlesca, cuando era adolescente me agradaba pasar tiempo con él, pero conforme fui creciendo me di cuenta de que él era más bien un hombre mezquino que solo le importaba el dinero, el poder y las mujeres.

—Me retiro don Ignacio, para que atienda a su sobrino, nos vemos luego —inclinó la cabeza.

—Espera —le dije, Marcelo se detuvo en seco.

—Dígame.

—¿Has sabido algo de tu cuñada Christa? —pregunté esperando encontrar de él una respuesta.

Marcelo asintió.

—Sí, mi suegra la corrió de la hacienda porque era una golfa…

—¿Qué dices? —solté. Mi rostro se descompuso por completo.

—¿La conoce para decir lo contrario? —inquirió, mi tío Ignacio y él me miraron con curiosidad. Algo no andaba bien, Christa no era así.

—La conozco, hablamos un par de veces, ella era una joven muy amable y educada.

—La pura fachada, esa niña es una bruja, le gusta hechizar a los hombres con su belleza, pero a la vez una mujerzuela, intentó meterse en mi cama una vez si no hubiera sido…

—¡Basta! —rugí.

—¿Qué te pasa sobrino por qué reaccionas así? Marcelo no tendría por qué mentir—ambos estaban sorprendidos de mi reacción.

No sabía que decir, yo no podía creer eso sobre ella. Christa no era así.

—Es que no lo creo… —traté de mantener mi compostura, pero no podía.

—Pareciera una jovencita inocente, pero al final, le gustó la mala vida, tantas penurias que hizo pasar a mi suegra, la pobre no se ha podido levantar de la embolia que le dio el día de la muerte de Fred, pero ni modo, Don Ignacio me despido de usted, estamos en contacto.

—Nos vemos, no olvides en lo que hemos quedado.

Mi tío le guiñó un ojo, ellos se hablaban con mucha confianza, como si fueran amigos cercanos. Una vez que Marcelo atravesó la puerta de la residencia, mi tío se acercó a mí, escudriñando con la mirada.




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