Destinos entrelazados

23. Las intenciones de Ignacio Sandoval

—¿Qué es eso que tienes ahí? —el hombre preguntó inquiriendo con la mirada a Marcelo.

—Nada, señor, son solo papeles —respondió, algo en mi interior me dijo que debía actuar en ese momento.

—Él quiere que le ceda mi rancho, por favor ayúdeme, se lo suplico —dije dirigiéndome de nuevo al tío de Santiago, no lo conocía, pero necesitaba arriesgarme, necesitaba su ayuda.

Observé como la quijada de Marcelo se apretó aniquilándome.

—¿Es verdad eso?

Mi vista pasaba de Ignacio Sandoval a Marcelo, ahora que lo observaba, no creía que sobrepasará los cuarenta años de edad y hasta me podía arriesgar a pensar que tenía unos treinta y siete y aun así, se veía atractivo y joven. Llevaba unos vaqueros negros con una camisa color blanca, las mangas dobladas hasta los codos y dos de sus botones desabrochados a la altura de su pecho, en lugar de botas llevaba zapatos. Al igual que Santiago no era un hombre que se pudiera intuir que tuviera algún gusto vaquero, al contrario, tenía un aire mucho más elegante como el de Santiago. Se podía respirar el poder que emanaba de su ser.

—No señor… —Marcelo tartamudeó y mi ceja se alzó sintiendo como esta podría ser mi oportunidad para zafarme de él —jamás haría eso.

Lo miré de nuevo —sí, quería obligarme a que le cediera el rancho de mi padre, también ha insinuado que quiere abusar de mí.

La mirada de Ignacio Sandoval de pronto se oscureció.

—No llenas con tener a una de las Bauer, ¿quieres llenarte de las dos? —comenzó a caminar hasta quedar frente a él, yo no sabía qué hacer, parecía estarme defendiendo, pero lo que sí podía observar es que Marcelo le temía —¿crees que eres lo suficientemente machito para ser digno de ella?

Río con sarcasmo. Pasé saliva de manera involuntaria cuando quitó el sombrero de la cabeza de Marcelo y jaló de su cabello con tal fuerza que él gimió de dolor, toda mi espalda sintió como una ola de escalofríos recorrió mi cuerpo.

—¡Por favor! Solo quería que me firmara para después venderle a usted…

Mi ceño se frunció al escucharlo. ¿Ignacio Sandoval estaba de lado de él?

—Ya hiciste tu parte Marcelito, ahora me encargaré de la mía…

Soltó el cabello de Marcelo, dio media vuelta y nuestras miradas se encontraron. Tuve que levantar la vista para verlo cuando estuvo frente a mí, esbozó una sonrisa que no supe interpretar y dijo —hablemos en un lugar más cómodo Christa, conmigo estarás mucho mejor que con Marcelo, eso te lo puedo asegurar.

Mis piernas temblaban, miré a Marcelo, su mirada de odio me aterraba, le había echado a perder sus planes, no me quedaba de otra que aceptar la invitación del señor Ignacio. Caminé hasta su camioneta, antes de subir él esperó a que subiera primero.

—Yo… señor… —intenté decir algo, pero él me silenció poniendo su dedo índice en mis labios.

—Hablaremos cuando lleguemos a mi casa…

Me quedé pétrea, recordé que Santiago comentó alguna vez que cuando venía de la Capital, se quedaba en casa de su tío.

Miré por el cristal de la ventana durante todo el camino, la presencia de Ignacio Sandoval a mi lado en un espacio tan reducido me hacía sentir demasiado cohibida, el hombre era simplemente una escultura, ahora entendía de dónde venía el atractivo de Santiago, su cabello oscuro, una mirada demasiado penetrante, barba prolifera, pero corta y la manera en la que se sentaba, me recordaba un poco a la de mi padre; sin embargo, este hombre destilaba poder alrededor de toda su aura, era algo parecido a temor, de solo recordar la manera tan respetuosa con la que Marcelo se dirigía a él, me hacía pensar que Don Ignacio Sandoval era un hombre de mucho cuidado.

Las pocas veces que había tenido oportunidad de venir al pueblo con mis padres, solo un par de veces visitamos la zona donde se encontraba la casa de los Sandoval. Supuso que sería esa, la más enorme de la zona, desde casi medio kilómetro antes, comenzó a verse una enorme barda de dos metros que impedía la vista hacia el interior del solar. Llegamos hasta un enorme portón de forja cuando las puertas de pronto se abrieron, sentí un par de escalofríos cuando la camioneta atravesó el umbral de la entrada a aquella vista, a lo lejos se podía ver una mansión completamente blanca, con arcos gigantes, casi pude contar veinte ventanas, jardines a los costados y una fuente. Los Sandoval eran inmensamente ricos, la casona de mis padres en el rancho era grande, pero esto sobrepasaba todo lujo.

La camioneta se detuvo, las puertas se abrieron y el chofer de Don Ignacio me brindó su mano para bajar. Rodeé la camioneta donde él ya me estaba esperando.

Mis piernas no se movieron, no quería estar en este lugar, algo me decía que no estaba bien, no sabía que quería el tío de Santiago conmigo.

—No te haré daño si eres buena conmigo… hablemos en mi despacho —dijo como alentándome a seguirlo al interior de la mansión.

Alcé una ceja, sus palabras sonaban como una advertencia, pero estaba diciendo que no me haría daño, hablaría con él. No tenía de otra.

Caminé siguiéndolo de cerca hasta una habitación que se encontraba a lado de las escaleras principales y un recibidor.

Sacó unos guantes de cuero negro de uno de los bolsillos de sus pantalones y los dejó caer sobre la mesa de escritorio —siéntate —me pidió al mismo tiempo que el se dejaba caer sobre la silla al otro lado de la mesa, me senté mirándolo de manera fija —ahora sí, hablemos de negocios.

El señor Ignacio me pidió que le hablará sobre la relación que mantenía con mi madre y la razón por la que había dejado el pueblo, lo hice, le expliqué que tuve que huir porque de haberme quedado mi madre o Marcelo habrían sido capaces de encerrarme de por vida.

—Voy a serte sincero Christa, mi intención es comprar el rancho que era de tu padre —abrí los ojos a unos enormes —hablé con Marcelo en varias ocasiones, ya que él es quien administra el rancho actualmente, él me prometió que me lo conseguiría, pero no estaba enterado que tú fueras la actual propietaria.




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