Destinos entrelazados

24. La venganza

Ignacio Sandoval me envió al rancho en una camioneta junto a varios de sus trabajadores, mientras nos acercamos más al rancho sentía una especie de emoción recorrer por mis venas, estaba a muy poco de regresar el rancho a lo que había sido antes, alejarlo de la tiranía de Marcelo y sus hombres. Le haría pagar caro lo que le había hecho a mi hermano.

El portón principal siempre había estado abierto, ahora estaba custodiado por hombres, lo que se me hizo raro, la camioneta se detuvo y el chofer habló con uno de los guardias, no alcancé a escuchar bien lo que le dijo, solo esperaba que Don Ignacio cumpliera su palabra y me ayudará, no que me estuviera entregando a Marcelo, pero tenía que arriesgarme, no tenía otra alternativa.

La camioneta arrancó de nuevo y con ella mi corazón comenzó a latir con fuerza, sentía como si quisiera salir de mi pecho. Miré a través del cristal polarizado de la camioneta en la que viajaba, en tan poco tiempo el rancho había cambiado, no se divisaban sembradíos ni reses, ¿Qué estaban haciendo de él?

Las puertas de la camioneta se abrieron, bajé de ella y caminé a toda prisa, seguida de los hombres de Ignacio Sandoval. No tuve que caminar mucho, ya que cuando me dirigía a cruzar el umbral de la casona en la que había crecido, Marcelo venía hablando con algunos de sus trabajadores, incluido con ellos, Bruno.

Todos me miraron, Marcelo esbozó una sonrisa burlesca.

—Cuñadita, veo que Don Ignacio te ha enviado de nuevo a casa, buen trabajo, muchachos, ya pueden retirarse, yo me encargaré de ella —soltó con sorna.

Mi rostro se descompuso, miré a mi lado, pero ninguno de ellos se movió.

—La señorita viene a reclamar lo que es suyo, estamos aquí para verificar que nadie se oponga a su voluntad —dijo uno de los hombres a mi lado.

De pronto y sin poderlo evitar, una sonrisa victoriosa se dibujó en mi rostro, al encontrar mi mirada con la de Bruno que sonreía de manera disimulada. En sus cartas Margarita me contó que él tuvo que trabajar para Marcelo, pues no tenían de otra para sobrevivir, pesé a eso siempre me mantuvo al tanto de los sucios movimientos que hacía con el rancho de mi padre.

—Eso no puede ser… —vociferó con enojo.

De pronto comencé a sentir mucha rabia, quería que pagará lo de mi padre porque estaba segura de que él había provocado el accidente a propósito, la muerte de mi hermano y todas las veces en las que me insinuó que yo sería de él, lo aborrecía con todo mi corazón. Saqué la pistola de la funda de uno de los hombres que llevaba pegada al cinto y le apunté directo al pecho.

—Tú sabías, sabías que mi padre me había heredado esto y me lo ocultaron, tú, mi madre, Greta…

—Espera, la de la idea de echarte fue de tu madre, yo solo obedecí, más te vale que bajes esa pistola antes de que cometas alguna locura.

Sonreí con maldad.

—Sé perfectamente lo que hago, eres un maldito, te adueñaste de algo que no es tuyo, que no te pertenece y lo vas a pagar, ¡Pagarás la muerte de Fred!

Quité el gatillo apuntando directo a su corazón. El rostro de Marcelo se horrorizó, mi padre me había enseñado a manejar armas desde pequeña, para mí esto no era un juego.

Mi corazón latía con desenfreno, mis ojos estaban clavados en los de Marcelo, quería venganza, por mi padre, por Fred, por haberme arrebatado todo lo que un día fue mi felicidad. Una lagrimita resbaló por mis ojos y él esbozó una sonrisa que hizo que mi sangre hirviera de coraje, a pesar de estar apuntando con la pistola, no dejaba de mirarme de esa manera altanera con la que siempre lo hacía, como si yo fuera algo insignificante.

Estaba a punto de apretar el gatillo, ya nada me importaba en ese momento, solo deseaba hacerlo, borrarle del rostro, esa maldita sonrisa que tanto odiaba, pero el sonido de la voz de Bruno me freno.

—¡Christa, no lo hagas! —lo miré —no vale la pena, en este rancho nadie quiere a Marcelo.

Él giró su cabeza para verlo, lo aniquiló con la mirada, no le había sentado bien esa confesión, como lo iban a querer si no se comparaba en nada a mi padre, Marcelo no era un buen patrón, no amaba a los animales, ni al rancho, solo le importaba lo que pudiera obtener de él.

—¡Hazlo, si eres tan valiente Christa! —me retó.

Junté mis cejas, mis manos comenzaron a temblar, como es que podía hacerme dudar de esa manera.

—No, Christa.

—Ya no tengo nada que perder Bruno, no tengo a nadie —dije tratando de que mi voz no se quebrara.

—Dispárame, que aquí hay muchos testigos que te verán herirme, terminarás en la cárcel por el resto de tus días.

No quería escucharlo.

En ese momento Greta apareció con mis sobrinos de la mano, cuando me vio apuntándole a su esposo, su mirada se llenó de desprecio.

—¡Christa, estás loca!

—¡Cállate! —le ordené.

—¡Cómo te atreves a aparecerte aquí! ¡Ya no eres bienvenida en el rancho! ¡Mamá te quiere lejos!

Apreté los dientes con fuerza, por mis sobrinos me estaba conteniendo, miré a Bruno suplicándole ayuda. Él me miraba compasivo. Caminó unos pasos hacia mí, dejé que se acercará, me pidió el arma y me abrazo.

—Maggie y yo estamos contigo —me dijo y sentí como mi espíritu se quebró. Lo abracé con fuerza como alguna vez abracé a mi hermanito —no estás sola, Chris, puedes hacer mucho por el rancho todavía, no cometas un error con tu vida.

Me alejé un poco limpiando disimuladamente mis lágrimas, respire profundo dándome cuenta de que de no haber sido por Bruno, hubiera cometido el error más grande de mi vida, yo no era como ellos, ellos merecían un castigo, pero yo no era nadie para arrebatarles la vida.

—¡váyanse, váyanse de mi rancho… ahora! —grite vociferando tan alto como mi voz me permitió.

Marcelo soltó una carcajada ronca y Greta me miró con el odio más profundo que se puede sentir.

—¡Largo, no quiero que vuelvan a este rancho jamás! —repetí.




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