Destinos entrelazados

26. No, madre...

Santiago Sandoval

Se suponía que sería una noche tranquila antes de irme a Montenegro, había tomado la decisión, aunque esta vez ninguno de mis padres estaba de acuerdo.

Mi padre me había expresado su preocupación, para él, el accidente que tuve antes la última vez que estuve en la mina fue una casualidad muy extraña, él conocía muy bien a mi tío y me había dicho que no le agradaba del todo la idea de que estuviera trabajando la parte de las acciones de mi padre.

Por el otro lado, mi madre estaba furiosa, entendía que no deseaba que yo viviera en un pueblo, a ella no le gustaba ir a Montenegro, mucho menos la idea de que fuera allá por una mujer. Para qué se suavizará la tensión en casa accedí a una cena que mi madre organizó como despedida, sería algo íntimo y familiar.

La mesa estaba perfectamente dispuesta, como siempre en las cenas que organizaba mi madre. Una vajilla fina, copas brillantes y un centro de mesa decorado con flores frescas que llenaban el comedor con su aroma. Mi madre, había insistido en que fuera algo "íntimo y familiar", pero al ver a Mariana Ríos sentada a mi derecha, supe que esa definición de algo sencillo no era para ella.

Mariana era la hija de los amigos de mis padres, una doctora joven y exitosa, acababa de graduarse al igual que yo, según la descripción que mi madre no se cansaba de repetir. Su sonrisa era impecable, y sus maneras eran calculadamente encantadoras. Desde que llegó, no había dejado de hablar sobre su trabajo, sus logros y lo mucho que "respetaba" a mi familia.

—Santiago —dijo de repente, tocando mi brazo con delicadeza—, me han contado que vas a Montenegro. ¿Qué te lleva allá? —Sus ojos, grandes y brillantes, se clavaron en los míos con una intensidad que intenté ignorar.

—Negocios familiares —respondí de manera evasiva mientras tomaba un sorbo de vino. No tenía ganas de compartir más detalles con ella.

—¿Negocios? —repitió, arqueando una ceja con curiosidad—. No sabía que Montenegro fuera un lugar interesante para hacer negocios. Aunque... seguro tienes buenas razones para ir. —Su tono era inquisitivo, pero su sonrisa era demasiado dulce para ser casual.

Antes de que pudiera responder, mi madre intervino.

—Santiago tiene muchos compromisos en la capital, Mariana. Pero insiste en ir a Montenegro, aunque su padre y yo no estemos de acuerdo. —Su mirada se dirigió a mí con una mezcla de reproche y frustración.

—Oh, entiendo —dijo Mariana, inclinándose ligeramente hacia mí—. Pero... ¿No sería emocionante? Digo, conocer un lugar nuevo, respirar aire fresco... Podría ser una experiencia interesante. ¿No crees, Santiago?

—Sí, es interesante —dije, tratando de evitar su mirada. Sabía a dónde quería llegar, pero no estaba dispuesto a seguirle el juego.

La cena continuó, pero Mariana no desistía. Cada vez que podía, encontraba una excusa para tocar mi brazo o inclinarse hacia mí mientras hablaba. Mi madre observaba la escena con satisfacción, claramente complacida con los esfuerzos de Mariana. Ella, aunque bella, no era mi tipo, estaba enamorado de Christa y eso nadie lo podía evitar.

Cuando terminaron los postres, Mariana pareció encontrar el momento perfecto para dar el siguiente paso. Se acercó más, ignorando cualquier concepto de espacio personal.

—¿Sabes? Siempre he querido conocer un pueblo como Montenegro. Podría acompañarte. Podríamos hacer un viaje juntos, ¿no te parece? —Su voz era suave, casi seductora, mientras jugaba con su copa de vino.

—Mariana, no creo que sea buena idea —respondí, intentando mantener un tono educado pero firme.

—¿Por qué no? —preguntó, fingiendo sorpresa—. Podría ayudarte con lo que necesites. Además, sería lindo tener compañía, ¿no crees? Y bueno, será solo unos días, ya que tengo que regresar al hospital —Antes de que pudiera reaccionar, se inclinó hacia mí y me besó en la mejilla. Fue rápido, pero intencional, lo suficiente para que todos en la mesa lo notaran.

El ambiente en el comedor se tensó. Mi madre parecía encantada, mientras que mi padre desvió la mirada, claramente incómodo.

—Mariana, agradezco tu interés, pero no voy de vacaciones, planeo ir a vivir a Montenegro —dije, levantándome de la mesa. Mi tono era seco, pero no me importó.

—Santiago… —empezó ella, pero levanté una mano para detenerla.

—Gracias por la cena, madre. Pero creo que me retiraré. Tengo cosas que preparar para mi viaje. Buenas noches. —Sin esperar una respuesta, salí del comedor, dejando atrás la incomodidad y los intentos de Mariana por llamar mi atención.

Cuando llegué a mi habitación, cerré la puerta con un suspiro pesado. La actitud de mi madre y el comportamiento de Mariana solo reforzaban mi decisión de ir a Montenegro. Allí estaba lo que realmente importaba: Christa.

Estaba revisando los últimos detalles en mis maletas cuando mis padres me llamaron al salón. Algo en el tono de mi madre, con esa mezcla de entusiasmo y autoridad que usaba cuando planeaba algo sin consultarlo, me puso en alerta. Al entrar, vi que también estaban mi hermano, Diego, y su novia, Sofía, sentados en los sillones. Los cuatro me miraron con expresiones expectantes.

—Santiago, tu padre y yo hemos tomado una decisión —dijo mi madre con su tono habitual, como si no hubiera margen para discusión—. Vamos a acompañarte a Montenegro.

La sorpresa me dejó sin palabras por un momento. Diego y Sofía parecían incómodos, como si no estuvieran del todo convencidos de estar ahí. Finalmente, reaccioné.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tu tío nos ha invitado a su fiesta de compromiso —respondió mi padre, cruzando los brazos con gesto serio—. Dice que será un evento importante, y como familia, debemos estar presentes.

—¿Compromiso? —pregunté, incrédulo—. ¿Con quién se va a casar?

Mi madre alzó una ceja, evidentemente molesta por mi falta de entusiasmo.

—No lo sabemos —respondió con desdén—. Pero es evidente que debe ser una mujer interesada en su dinero. Tu tío siempre ha sido fácil de manipular cuando se trata de mujeres.




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