Destinos entrelazados

28. No tenía otra opción

Christa Bauer

Venir a la mansión de los Sandoval, me causaba escalofríos, se veía tan sola, tan silenciosa, rodeada de sabinos y nogales. Miré a uno de los hombres, apenas bajé de la camioneta y me dijo —el señor la espera…

Asentí sin decir nada. Camine despacio los cinco escalones hasta la puerta principal donde ni siquiera tuve que abrir, pues me recibió el ama de llaves.

—El señor la espera en el despacho, por aquí por favor.

Agradecí el no haberme puesto ese vestido que me envió, mis zapatos eran bajos, pues no pensaba tener que venir a verlo, pero dadas las circunstancias…

La puerta se abrió, pude ver a don Ignacio sentado en su silla de escritorio fumando un puro. Caminé hasta estar frente de la mesa —buenas tardes —saludé sin demasiada emoción, al mismo tiempo el ama de llaves cerró la puerta.

El rostro del hombre era serio, tomaba su puro e inhalaba con estilo y elegancia, su porte y facciones me hacían recordar a Santiago, eso me recordaba que ellos eran familia.

Me miró de arriba abajo con disgusto.

—Te envié un vestido para que te lo pusieras para mí y no lo has hecho, hoy tengo un evento muy importante al que quiero que asistas conmigo —se puso de pie y caminó hasta quedar frente a mí, su presencia me imponía, me hacía estremecer, pero no de una manera agradable.

—Debería estar en el funeral de mi madre… —al decir esto último sentí como mi voz vibro del sentimiento, aún no me hacía a la idea de que no la volvería a ver.

Ignacio Sandoval sonrió de una manera sardónica.

—¿Sabes por qué soy el hombre más rico de toda la región? —preguntó sin dejar de mirarme fijamente a los ojos —Negué en un movimiento de cabeza —por qué para mi primero son los negocios y tú y yo tenemos uno pendiente.

Tomó mi delgado brazo con su mano libre empujándome ligeramente hasta chocar con la mesa de su escritorio. Pasé saliva al sentirme atrapada entre él y el mueble.

—¿Qué es lo que quiere de mí? —pregunté retándolo —le dije que no quería vender el rancho, le agradezco su ayuda, pero eso no quiere decir que puede mandar a traerme cuando se le dé la gana.

Su sonrisa maliciosa me paralizaba.

—He decidido que no solo quiero tu rancho también a ti…

Mi rostro se descompuso, ¡él era el tío del hombre que aún amaba!

—¡No, yo no puedo amarlo de esa manera! —solté queriéndome apartar, pero no me lo permitió.

—Quien quiere amor cuando puedo tener tu cuerpo las veces que quiera, las mujeres solo sirven para satisfacer a su hombre y tener hijos, ya es tiempo de que vaya teniendo un heredero, si no quien se quedará con todo esto que he construido.

Acercó sus labios a los míos, pero volteé mi rostro, no quería que me besará. Mis labios solo habían sido besados por Santiago. Pero ese gesto no le pareció, porque apretó mi mentón tan fuerte con su mano que me produjo mucho dolor, giró mi rostro y sus labios quedaron a solo centímetros de los míos.

—Usted no puede obligarme… —dije como pude, tratando de sacarme de su agarre, pero él era tan fuerte.

—Puedo hacer lo que quiera porque el pueblo entero es mío y si sabes lo que te conviene, aceptarás la oportunidad que te doy de estar conmigo…

—¿Y si no quiero?

—Entonces será a la fuerza… —Ignacio Sandoval estampó sus labios a los míos tomándolos con violencia y desenfreno, aunque traté de zafarme me llevaba muchos años más, era mucho más fuerte que yo, sentí una de sus manos en mi cintura jalándome hacía su cuerpo, me sentó mientras me removía queriendo huir de él, en el escritorio, una de sus manos fue a dar hasta mis muslos, sentía asco de como me estaba tocando. Necesitaba ayuda.

—Nooo… noooo… por favor… —comencé a llorar.

De pronto el hombre se quedó quieto, mirándome, me sentía tan poca cosa a su lado. Aún me tenía sujeta por la cintura aferrada a él.

—Pero a Santiaguito no te le resistes de esta manera, verdad… —mis ojos se abrieron de par en par mientras lo miraba, toda mi espalda estaba tensa, ¿Cómo sabía él, lo nuestro? Sonrió casi como una burla —lo sé, tú y mi sobrino —hizo una pausa rozando sus labios a mi cuello mientras intentaba retorcerme —mi cuñadita me lo ha contado todo, que tú eres la razón por la que él está encaprichado por venir aquí.

—Santiago y yo nos amamos, por eso no puedo corresponderle de esa manera, él es su sobrino…

—Un sobrino que solo sabe poner sus narices dónde no debería, y yo no lo quiero en Montenegro, pero ese capricho pronto terminará —sonrió —cuando seas mi esposa.

—¡Yo no me casaré con usted! —repliqué incrédula ante lo que estaba escuchando.

—¿A no? Y qué me dices de mi querido sobrino, hacemos las cosas fáciles, te casas conmigo y Santiago no vuelve a poner sus narices en mí negocios, o él se queda en Montengro por ti y yo tendré que verme en la necesidad de quitarlo de mi camino por qué me estorba…

—¿Sería capaz de atentar en contra de su propia familia? ¡Santiago es su sobrino! —lo interrumpí con horror. Mis manos estaban temblando de miedo. A estas alturas ya no sabía quién era más cruel, si Marcelo o Ignacio Sandoval.

Ignacio Sandoval sonreía con malicia como si le divirtiera ver mi rostro desmoronándose del miedo.

—A mi hermano jamás le importó la mina de mi padre, él se fue a la Capital a estudiar medicina, en cambio, yo he trabajado la mina, las tierras, las gasolineras y demás negocios que nuestro padre nos heredó, ¿crees que ellos tienen derecho a recibir parte de eso cuando quien lo trabaja soy yo? —No sabía como reaccionar. Estaba furioso, aferraba mis manos al borde de la mesa. Nuestros rostros permanecían apenas a centímetros —chiquillas como tú no saben nada de negocios… —él se apartó, tomando de nuevo el puro que reposaba sobre el cenicero, dándole una calada profunda, dejando salir el humo mientras lo observaba, pensando como podía salir de esta situación, no quería casarme con él, pero tampoco podía permitir que le hiciera daño a Santiago —necesito una respuesta ahora… ¿Te vas a casar conmigo si o no?




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