Destinos entrelazados

33. Decidida a continuar con su vida

Las mañanas en el rancho siempre revitalizaban la energía de cualquier persona, aunque sentía que algo se había desprendido de mi ser, tenía que continuar mi vida, lo que más deseaba era borrar de mi memoria el último año desde la muerte de mi padre.

Me vestí unos jeans, los meses que viví en la ciudad me acostumbre a usarlos, una playera delgada y cómoda, y mis botas, me obligaría a ocupar mi mente hasta que también me olvidará de Santiago, era algo cobarde, pero no era muy difícil adivinar lo que pensaba de mí, era demasiada la vergüenza que sentía al recordar que tuve que besar a Ignacio Sandoval frente a él. Era mejor así, ya lo había pensado, era lo que quería creer.

Por último, me entretuve haciendo una trenza en todo mi cabello hasta que quedó recogido. Enseguida, bajé las escaleras y caminé hacia el comedor. Me detuve al ver la mesa servida con platos de comida, los mismos guisos que a mi padre le encantaban.

—Siéntese niña, hay jugo de naranja y agua de horchata, recuerdo que era su favorita.

Asentí sonriendo a la madre de Maggie, ella siempre había sido muy amable conmigo, desde que trabajaba con mamá.

—Gracias nani, ¿Dónde está Margarita y Bruno? —pregunté curiosa al mismo tiempo que me sentaba en la silla principal del comedor.

—En la cocina desayunando.

Fruncí el ceño. Me serví un plato de comida junto a un vaso de agua de horchata y me dirigí a la cocina.

—Buenos días, ¿puedo desayunar con ustedes?

—Buenos días, claro que sí —contestó Maggie quien estaba dando papilla a su bebé, ella, Bruno y las otras dos cocineras de la casa comían en la mesa de la cocina —pero tú eres la patrona.

Sonreí.

—No me gusta comer sola —respondí en un suspiro.

—Necesita algo niña —dijo una de las cocineras.

Negué.

Bruno comenzó a comer mucho más educado, cuando llegué estaba comiendo muy aprisa lo que me dio algo de gracia.

—Ayer estaba pensando, ya que no pude dormir mucho —dije —quiero que vayamos a ver las tierras que colindan con los límites del pueblo, en el rancho trabajan alrededor de noventa hombres, por lo que me gustaría edificar una escuela para sus hijos, ya que muchos de ellos viven en las casitas que construyó mi padre para que se queden cerca de aquí y otros compraron pedazos de tierra a las afueras del pueblo, también quiero construir una nueva bodega exclusiva para guardar las nueces cosechadas durante el año, es tiempo de retomar nuestro proyecto de los dulces típicos de Montenegro pero ahora en grande.

Maggie me miró curiosa, esperaba que me dijeran que pensaban sobre mis ideas.

—¿Todo eso lo pensaste anoche? —preguntó Bruno frotándose la barbilla.

—Si, aunque no se si se pueda ya que mi padre nunca me hablo sobre dinero, lo único que se es que tenía…

—¿Bromeas? Cuando Marcelo vivía aquí siempre alardeaba que al rancho llegaban cientos de miles cada mes, este era uno de los ranchos más fructíferos de la región y como no si tenemos las mejores reses y cosechas, Christa eres de las personas más ricas que vive en este lado del estado, eso casi lo puedo asegurar, tendríamos que revisar las finanzas con el contador.

—Entonces, si hay recursos, podemos hacerlo.

Bruno asintió con una sonrisa.

—Si, sería ir a visitar al contador del pueblo, es quien lleva toda la administración del rancho.

Continuamos comiendo, cargue a mi pequeño ahijado para que dejara comer a su mami, mientras seguíamos platicando, en eso la madre de Maggie me notificó que Greta estaba en la sala de estar, quería hablar conmigo.

Maggie me pidió a su pequeño para que fuera a ver a mi hermana, no sabía para qué me buscaba.

—¿Greta, qué haces aquí? —pregunté, cruzándome de brazos. Apenas la veía y una oleada de furia recorría mi sangre, como si algo hirviera por dentro. Además, había traído a mis sobrinos. Ellos me miraban con ojos fríos, como si fuera una extraña.

—Christa, Marcelo se ha ido, me abandonó… —dijo, rompiendo en llanto.

Aunque me dolía ver a mi hermana en ese estado, algo en mi interior no podía ceder. No iba a darle todo a manos llenas solo por compartir la misma sangre. No había un lazo emocional que justificara ese acto, sobre todo sabiendo todo lo que Marcelo había hecho, y lo peor: ella nunca lo detuvo.

—¿Qué tengo yo que ver con eso? —respondí, mi voz fría como el hielo.

—Christa, eres mi hermana, también crecí aquí, tengo derechos… —insistió, pero sus palabras no me conmovían.

—¿Cómo el mismo derecho que yo tenía y me hicieron huir? —mi tono se tornó aún más ácido, más hiriente—. Greta, por primera vez te soy sincera, tú sabías que papá me había heredado, pero no les importó. Ni a ti, ni a mamá. No les importó lo que me pudiera pasar. Solo me empujaron a la deriva, sin más. Yo jamás les hubiera hecho algo así. Yo quería a mi familia, a papá, a mamá, a Fred y a ti… pero todo cambió. Ya no soy la misma niña inocente de antes. Lo siento, pero ya no.

—¿Me vas a echar? —preguntó, sus ojos llenos de una mezcla de miedo y desconcierto. Pero aunque podía ver preocupación en su rostro, no dejaba de mirarme como si fuera un estorbo para ella. Tenerla en el rancho solo me traería problemas.

—Te daré trabajo, y puedes regresar a la cabaña que te dio papá cuando te casaste con Marcelo.

—¿Trabajar? —exclamó, visiblemente ofendida.

—Aquí todos trabajamos, Greta. Tú decidiste no estudiar cuando papá te dio la oportunidad de hacerlo. Preferiste casarte. No sabes cocinar, no sabes de animales ni de plantas. Tendré que hacer un esfuerzo para encontrar algo que puedas hacer, porque mantenida, ya no serás.

—¡No puedes hacerme esto, Christa! —su voz se quebró, pero no me conmovió.

—Tómalo o déjalo, tú sabrás. Por ahora tengo cosas que hacer.

—¡Espera! Está bien, te contaré algo. Algo que le escuché a Marcelo, y creo que te interesará, es sobre tu futuro esposo, Don Ignacio. —Fruncí el ceño, mi estómago se retorció. Ella sonrió, mostrando una malicia que no me agradó.




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