Destinos entrelazados

34. Destinos separados

No sabía si bajar de mi caballo, mis piernas temblaban. Al igual que aquella vez, parecía un deja vu, pero no lo era, él caminó hacia mí, pero esta vez era diferente porque su rostro era serio y sus facciones gélidas. No podía dejar de ver esos ojos oscuros, hipnotizantes, que hacían que sintiera un cosquilleo en mis partes íntimas.

Tragué saliva, me armé de valor y bajé. Tampoco era aquella niña inocente que conoció en aquel entonces, después de haber recibido tanto dolor en mi vida, sentía que no era la misma persona, pero muy en el fondo, mi corazón seguía acelerándose frenéticamente cada vez que nos veíamos.

—Hola —lo saludé, decidí ser yo quien rompiera el hielo entre los dos.

—Christa… —soltó al mismo tiempo que inhalaba una bocanada de aire.

Santiago me miró fijamente mientras su pecho subía y bajaba con lentitud, como si intentara calmarse. Había algo en su expresión que me heló por completo; decepción, mezclada con una tristeza profunda que parecía atravesarme como una daga. Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, habló.

—Christa… —volvió a decir, su voz ronca, cargada de emociones contenidas—. ¿Por qué me mentiste? —Sus palabras cayeron como un latigazo. Sentí cómo mi cuerpo se tensaba. No necesitaba que lo especificara. Sabía perfectamente a qué se refería.

Bajé la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos. Traté de encontrar algo que decir, una excusa, una explicación que pudiera calmar la tormenta que veía formarse en su rostro. Pero nada salió de mis labios. Estaba atrapada entre la verdad y el miedo.

—¿Acaso me dejaste de amar o nunca me amaste? —preguntó finalmente, dando un paso hacia mí. Su tono era bajo, pero cada palabra era como un golpe. Mis piernas temblaron, y quise retroceder, pero no lo hice. Me quedé en mi lugar, luchando contra las lágrimas que amenazaban con salir.

—Santiago… —intenté decir algo, cualquier cosa, pero mi voz se quebró. Tragué saliva y cerré los ojos un momento, intentando recuperar la compostura.

Él dejó escapar una risa amarga y negó con la cabeza. —No entiendo qué paso, ¿Qué cambió? Porque yo… —Hizo una pausa, su voz temblando ligeramente—. Yo te juré mi amor y era sincero, te prometí que dejaría toda mi vida en la Capital por ti, por que te amo. Y verte actuar como si no significara nada para ti… como si yo no significara nada…

Sus palabras se rompieron, y con ellas, mi corazón. Quise correr hacia él, abrazarlo, decirle que no era verdad, que lo amaba más de lo que podía expresar. Pero el recuerdo de la amenaza de su tío me detuvo. Sabía que si le decía la verdad, Santiago no se quedaría de brazos cruzados. Y no podía permitir que algo le pasara por mi culpa.

—No es tan simple —susurré, finalmente, mi voz apenas audible. Mis ojos se llenaron de lágrimas, y una de ellas rodó por mi mejilla.

Santiago frunció el ceño, dando un paso más hacia mí. —Entonces explícamelo, Christa. Hazlo simple para mí, porque yo no entiendo. No entiendo cómo pasamos de ser todo el uno para el otro a esto… a que tú te alejes y me mires como si fuera un extraño.

Mis manos comenzaron a temblar, y las apreté contra mi pecho en un intento por detener el temblor. —No puedo… —murmuré, sintiendo cómo mi voz se quebraba de nuevo.

Él suspiró, pasándose una mano por el cabello mojado. —Siempre dices eso. Que no puedes. Que no entiendes. Pero ¿sabes qué? Yo sí entiendo algo, cuando amas a alguien, haces todo lo posible por luchar por ese amor. ¿Acaso eso no es lo que yo he hecho? ¿Acaso él te está obligando? Dímelo y si es así, te juro que se va a arrepentir—Su voz se alzó levemente al final, un eco de su frustración.

—Santiago, yo… —Intenté hablar, pero el peso de sus palabras me aplastó. Era cierto. Lo amaba con todo mi ser, pero ¿cómo podía luchar cuando sabía que hacerlo podría ponerlo en peligro? ¿Cómo podía arriesgarlo, sabiendo lo que su tío era capaz de hacer?

Él dio un paso hacia atrás, como si necesitara poner distancia entre nosotros para no explotar. —Mírame, Christa. —Su voz era firme, pero no dejó de sonar dolorida. Levanté los ojos lentamente, encontrándome con su mirada oscura e intensa. —Si de verdad me amas, como alguna vez me dijiste, dímelo ahora. Dime que todavía me amas, y juro que haré lo que sea necesario para arreglar esto. Pero si no lo haces… si no puedes decírmelo… entonces al menos dame la verdad. ¿Por qué? ¿Qué pasó?

El nudo en mi garganta se hizo más grande, y las palabras que quería decir se quedaron atoradas ahí, ahogándome. Quería gritarle que lo amaba, que nunca había dejado de hacerlo.

No podía hablar. Las palabras se atoraban en mi garganta, incapaces de salir. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas, deseando poder decirle la verdad, pero sabiendo que hacerlo solo lo pondría en peligro. Santiago apretó los puños y cerró los ojos un instante, como si intentara contener. Pero cuando los abrió de nuevo, algo había cambiado. Había una determinación feroz en su mirada.

Antes de que pudiera reaccionar, dio un paso más y cerró la distancia entre nosotros. Sentí el calor de su cuerpo. Sus manos tomaron mi rostro con una suavidad que me desconcertó, pero sus movimientos eran decididos, como si hubiera dejado de dudar.

—No puedo dejar que te sigas escondiendo detrás de esas palabras vacías, porque cuando me miras sé que todo esto es una mentira, tú me amas, sino porque estarías llorando —susurró, y antes de que pudiera responder, sus labios chocaron contra los míos.

El beso fue intenso, cargado de frustración, dolor y un amor tan profundo que me cortó la respiración. Al principio, me quedé inmóvil, sorprendida por la fuerza de sus emociones. Pero entonces algo en mí cedió. Todas las barreras que había construido para protegerlo, todo el miedo que me había mantenido callada, se desmoronaron en ese instante.

Le correspondí. Mis manos, que temblaban momentos antes, se aferraron a su camisa, tirando de él hacia mí. Sentí sus dedos deslizarse hacia mi nuca, profundizando el beso, mientras el calor de su cuerpo me envolvía como una llama en medio del cálido día. Por un momento, no existía nada más que él y yo, dos almas perdidas encontrándose de nuevo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.