Destinos entrelazados

36. Quería saber la verdad

Santiago Sandoval

Me encontraba sentado en una silla frente a la cama de Christa, donde momentos antes la había recostado. El talón de mi pie hacía un movimiento de sube y baja con algo de desesperación, el médico estaba tardando demasiado y yo solo esperaba que Christa no tuviera nada malo. Tal vez debí explicarle, pero el coraje que sentí en ese momento me sobre paso.

Apoyé los codos en mis rodillas frotando mi frente con las yemas de mis dedos, cerré los ojos y recordé lo que había escuchado esa mañana.

**Flashback**

Estábamos desayunando en el comedor principal, cuando mi tío recibió una llamada, al parecer era importante, se puso de pie cuando la empleada doméstica le dijo que un tal Rubén Ancira estaba al teléfono y se dirigió al despacho a toda prisa cerrando las puertas a su espalda.

Todos nos miramos desconcertados al observar su reacción, era la primera vez que la mirada segura y omnipotente de mi tío cambiaba a una de incertidumbre, lo que me generó curiosidad.

—Hijo, Santiago, ¿por qué no llevas a Mariana a pasear por la plaza para que conozca el pueblo y puedan pasar tiempo juntos? —soltó mi madre de pronto, haciendo que mi atención fuera a mirar el rostro ilusionado de Mariana, no supe qué hacer en ese momento solo asentí.

—Gracias Santiago, sé que me encantará pasear por el pueblo contigo —Mariana posó su mano en mi hombro acariciándolo con suavidad. Ella era una joven muy bella, pero aunque me esforzará por sentir algún sentimiento de cariño, no podía, amaba a Christa y eso me dolía.

Me puse de pie dejando la servilleta al lado de mi plato —voy al baño, ahora vuelvo —me excusé. Por instinto, caminé hacia el despacho de mi tío, escuchaba de lejos su voz alterada. Tuve que cerciorarme de que nadie me estuviera viendo afuera de la habitación, mi madre siempre me dijo que era de mala educación escuchar tras la puerta de una habitación, pero necesitaba respuestas, necesitaba entender por qué Christa se había comprometido con mi tío de un día para otro, si nos habíamos jurado amor en la Capital.

—No te preocupes, mi amigo, apenas esa jovencita firme el acta de matrimonio, me apoderaré de todo su rancho y los alrededores, las tierras de los Bauer, al fin serán mías, como lo dijo alguna vez mi padre quien tenga esas tierras será el maldito Dios de todo el norte de México, el mineral que hay bajo ese suelo ¡vale oro! —mis labios se separaron de la impresión al escuchar lo que hablaba con aquel hombre, ahora entendía por qué el interés en Christa, pero, ¿por qué ella había accedido a casarse con él? No lo comprendía. Christa amaba las tierras en las que había nacido, le recordaban a su padre. No permitiría que alguien destruyera lo que tanto amaba.

—Santiago, ¿Qué haces? —la voz de mi padre a mi espalda me sobre salto.

Me giré para verlo. Me miraba con curiosidad pero a la vez con reprobación.

—Y… Yo… emm… es que papá tú no entiendes… creo que…

En ese momento la puerta del despacho se abre

—¿Qué pasa aquí, hermano? —mi tío pregunta inquisitivo. Lo fulmino con la mirada para después suplicarle con la vista a mi padre que no diga nada.

Mi padre se aclara la garganta.

—He estado pensando en lo que me propusiste y ya tengo una respuesta, ¿Tienes los papeles listos? —pregunta papá y yo no sé de qué demonios está hablando.

Mi tío Ignacio sonríe de manera amplia.

—Por supuesto que sí, desde hace tiempo que los tengo preparados, ya era hora hermano te prometo que no te vas a arrepentir…

—¿De qué está hablando papá? —lo interrogó.

Mi padre me mira de manera fría, pero me habla con suavidad.

—Ven con nosotros —palmea mi espalda para que caminemos y nos acomodemos en los sillones de cuero que decoran el despacho de mi tío —tu madre y yo hemos estado hablando… —se aclara la garganta —he decidido venderle la parte de la mina que me heredó tu abuelo —mi espalda se tensa, mi ceño se frunce y me pongo de pie.

—¿Pero qué…? ¡No lo hagas, papá! —vociferó, no creyendo lo que estoy escuchando.

Mi padre también se pone de pie, retándome con la mirada.

—La decisión está tomada Santiago, no tiene caso quedarme con esa parte de la mina si no planeo trabajarla, soy un médico, vivimos en la ciudad y tú puedes hacer tu vida en la capital, ya no hay un motivo para que te vengas a vivir aquí —sus últimas palabras me atravesaron como una daga, mi madre ya lo había puesto al tanto de que Christa era la mujer por la que me quería venir a vivir a Montenegro —vamos a seguir viniendo de vez en cuando a visitar a Ignacio, somos familia.

—No le vendas, vas a cometer un error —refuto.

—¿Error? ¿A qué te refieres sobrino?

Aprieto los dientes, quiero agarrar a Ignacio del cuello y golpearlo, pero no ahora.

—Haz lo que quieras papá, es tu decisión, pero yo me quedo.

Veo como él le pasa una carpeta con papeles y mi padre se apresura a firmarlos.

Los dejo ahí, festejando la transacción que acaban de hacer. Salgo a toda prisa de la casona, subo a mi auto, lo enciendo y solo hay un lugar en mi mente en el que deseo estar ahora, mientras en mi cabeza se van atando todos los cabos.

**Fin de flashback**

El sonido de la puerta abriéndose de la habitación de Christa me regresa al momento.

—El doctor ha venido para revisar a Christa, Santiago.

Me pongo de pie para saludarlo, es un doctor joven, me menciona que es nuevo en el pueblo y está haciendo su servicio social.

—Mucho gusto, Santiago Sandoval.

—Andrés de León Ortiz, el médico del pueblo… revisaré a la señorita.

—¿Está bien si nos quedamos? —pregunto preocupado.

—Claro, pueden quedarse.

Agradecí que este médico fuera nuevo en el pueblo, así no tendría que ir con el chisme a Ignacio. Mientras el médico comprobaba los signos vitales de Christa, mi mente maquinaba como es que podría detener toda esta locura, Christa no debía casarse con mi tío, era claro que la estaba obligando.




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