Santiago Sandoval
La cantina estaba tan llena como siempre, con mesas abarrotadas de hombres que ahogaban sus penas en alcohol y humo de tabaco flotando en el aire como una nube densa. Bruno y yo entramos, esquivando algunas miradas curiosas. Sabíamos exactamente a quién buscábamos. Y ahí estaba, en una mesa del rincón, con una botella casi vacía frente a él y el semblante amargo que parecía permanente en su rostro. Marcelo Ramírez.
—¿Qué demonios hacen ustedes aquí? —gruñó Marcelo cuando nos acercamos. Su mirada era la de un hombre derrotado, pero aún tenía el descaro de actuar como si tuviera el control.
—Necesitamos hablar contigo —dije, firme, aunque mi paciencia ya estaba colgando de un hilo.
—¿Hablar? ¿Sobre qué? No tengo nada que decirles —respondió con un gesto despectivo, llevándose el vaso a los labios.
—Sabes perfectamente de qué —intervino Bruno, inclinándose hacia él con los puños apoyados en la mesa—. Ignacio Sandoval. Queremos saber qué está tramando y cómo convenció a Christa de casarse con él.
Marcelo soltó una risa seca, casi burlona.
—¿Y qué ganaría yo con eso? —preguntó, dejando el vaso con fuerza sobre la mesa—. Ignacio me traicionó, sí, pero no estoy tan desesperado como para regalarles información.
—¿Qué quieres? —pregunté, tratando de mantener la calma, aunque sentía cómo la sangre me hervía.
Marcelo sonrió, mostrando los dientes como un animal que acaba de oler sangre.
—Dinero, por supuesto. Una cantidad considerable. Ustedes tienen, ¿no? Después de todo, los Sandoval siempre han tenido las manos llenas… aunque no siempre sea con dinero limpio.
Bruno me miró, esperando que yo tomara la decisión. Apreté los labios y saqué el fajo de billetes que había traído, arrojándolos sobre la mesa. Marcelo los miró con avidez, contando cada uno con una lentitud que me hacía querer arrancárselos de las manos.
—Bien. Escuchen con atención —dijo al fin, mientras guardaba el dinero en el bolsillo de su chaqueta.
—Ignacio quiere el rancho de los Bauer porque hay mineral y petróleo debajo de esas tierras. Es un negocio multimillonario, pero claro, no podía hacerlo sin sacar primero a Christa del camino. Así que encontró la forma de manipularla para que aceptara casarse con él.
—¿Qué tipo de mineral? —preguntó Bruno, inclinándose aún más hacia él.
—De todo carbón y petróleo… bueno, eso es lo que lo haría realmente rico. Ignacio planea expropiar todo, despojarlos de lo que queda del rancho y construir su imperio.
Sentí cómo mi estómago se revolvía. Miré a Bruno, esperando encontrar algo de calma en su rostro, pero su expresión era igual a la mía: incredulidad mezclada con una ira que amenazaba con desbordarse.
—¿Por qué nos estás diciendo esto? —pregunté, desconfiando de su repentina sinceridad.
Marcelo tomó otro trago antes de responder.
—Porque Ignacio también me traicionó. Me prometió que seríamos socios si le conseguía el rancho, pero al final me dejó sin nada. Ahora no tengo familia, ni hogar. Solo me queda esto —dijo, levantando el vaso—. Así que, ¿por qué no ver cómo lo derriban?
En ese momento, el cantinero llegó a nuestra mesa, secándose las manos con un trapo sucio.
—Marcelo, la cuenta —dijo con tono severo.
Marcelo sonrió con descaro y señaló hacia mí.
—Aquí el Sandovalito la paga.
—¿Qué? —espeté, pero antes de que pudiera protestar más, el cantinero ya me miraba esperando el dinero. Con un suspiro resignado, saqué más billetes y los entregué. Marcelo ni siquiera se molestó en agradecer.
—Hay algo más que deberían saber —añadió Marcelo, apoyando los codos en la mesa—. Ignacio fue el culpable del derrumbe de la mina de hace unas semanas, no te quería aquí, en Montenegro husmeando por sus negocios.
Mis manos se cerraron en puños bajo la mesa.
—¿Qué más? —murmuré, aunque mi voz apenas contenía la furia.
—Dicen que él también fue responsable del accidente de tu abuelo en la carretera. El viejo iba a visitar a la familia en la Capital, pero nunca llegó. Ignacio tenía mucho que perder si tu abuelo descubría lo que hacía.
Sentí como si me hubieran arrojado un balde de agua helada. La traición de Ignacio no tenía límites. Todo este tiempo lo había admirado, lo había considerado un modelo a seguir. Y ahora…
—Es un malnacido —murmuré, apretando los dientes con tanta fuerza que pensé que los rompería.
Bruno puso una mano en mi hombro, como si intentara calmarme, pero no podía. Mi sangre hervía, mi pecho dolía de tanto coraje. Ignacio Sandoval no solo había traicionado a mi familia, había destruido todo lo que tocaba.
—Tenemos que detenerlo —dije, mirando a Bruno con determinación.
Él asintió, con el mismo fuego en sus ojos.
Marcelo volvió a tomar su vaso y lo alzó como si brindara.
—Buena suerte con eso. La van a necesitar —sonrió burlesco.
…
Salí asqueado de lo que Marcelo nos había confesado, mis abuelos, no podía creer que la ambición de mi tío hubiera llegado a tanto, como para haberles arrebatado la vida a sus propios padre, ¡Mis abuelos! No quería imaginar cómo se sentiría mi padre si lo supiera, pero ahora no tenía ninguna prueba.
Mire a Bruno.
—Necesito hacer algo, me gustaría ir a ver a Christa, pero tengo que encontrar la manera de impedir esa boda con mi tío —rápidamente fui al auto por un papel y un lápiz, escribí un mensaje para ella y se lo entregué a mi amigo —por favor, Bruno, entrégaselo a Christa, ahora necesito ir a buscar pruebas sobre lo que dijo Marcelo, no lo sé, es mi tío, pero me cuesta creer que es cierto todo lo que se dice de él, pero vi el terror en los ojos de Christa y sé que es verdad, no puedo dejar que arrebate de mi lado a la mujer que amo, ella será infeliz a su lado.
—Lucha por la mujer que amas, solo un Sandoval puede pelear contra otro Sandoval, aquí la gente del pueblo sabe cosas, pero son cobardes porque la mayoría trabaja en las minas de tu familia, tienen miedo de perder su único sustento, tu tío controla casi todo el pueblo.
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Editado: 20.01.2025