Santiago Sandoval
Un día antes de la boda…
El comedor principal estaba iluminado por la luz cálida de la tarde que entraba por las ventanas abiertas. El aroma de la comida recién servida llenaba el ambiente, pero a mí no me sabía a nada. Mi mente estaba en otro lugar, atrapada en pensamientos que giraban en torno a Christa, la extrañaba tanto. Sabía que estaba a unos kilómetros de aquí, en el rancho de su familia, pero acercarme sería un riesgo que no podía permitirme. No sabía si Ignacio había puesto hombres vigilando, y cualquier movimiento en falso podría arruinarlo todo, el único plan que tenía hasta el momento era huir con ella lejos de todo.
—Santiago, querido, ¿todo bien? —La voz de mi madre me sacó de mis pensamientos.
—Sí, madre, solo estaba pensando —mentí con una sonrisa forzada.
Ella me miró de reojo, pero antes de que pudiera decir algo más, giró su atención hacia Mariana, quien estaba sentada frente a mí.
—Sabes, Mariana —dijo mi madre con tono alegre—, después de la boda de Ignacio y Christa, espero que la próxima celebración en esta familia sea la de ustedes dos y la de mi querido Christian y Sofía, sería una bendición para nosotros como sus padres tener dos bodas en un mismo año.
Mariana abrió los ojos con una mezcla de sorpresa y alegría, mientras yo contenía el impulso de suspirar en voz alta.
—Oh, Camila, me encantaría —respondió Mariana, sonriendo con dulzura—. Aunque eso depende de Santiago, por supuesto.
Su mirada se clavó en mí, esperando una respuesta que no llegó.
—Bueno, no hay mejor candidata para nuera que tú, querida —dijo mi madre, ignorando mi silencio.
Mariana inclinó la cabeza agradecida, como si mi madre le hubiera otorgado un título real.
—Es un honor que me considere así, Camila. Espero estar a la altura de sus expectativas.
Suspiré, esta vez sin intentar ocultarlo. ¿Cómo podía mi madre no darse cuenta de lo fuera de lugar que eran esas palabras? Mi mente estaba demasiado ocupada con Christa como para siquiera considerar a alguien más.
Decidí cambiar de tema, no tanto para desviar la atención de Mariana, sino porque había algo que llevaba guardado en mi pecho.
—Padre —dije, levantando la vista—, siempre he querido saber exactamente qué pasó con los abuelos. Nunca nos contaron mucho sobre el accidente.
Mi hermano Christian, que estaba sentado a mi izquierda, asintió.
—Es verdad, yo tampoco recuerdo los detalles. Solo sé que fue en la carretera.
Mi padre dejó el tenedor sobre el plato y se limpió la boca con la servilleta. Se recargó en la silla, claramente incómodo.
—Fue un accidente —dijo, mirando la mesa como si los recuerdos lo pesaran—. Tus abuelos iban de regreso a la capital. Según los reportes, un tráiler se salió de su carril y los impactó de frente. Murieron al instante.
La sala quedó en silencio por un momento, excepto por el suave tintineo de los cubiertos.
—Qué tragedia, me hubiera encantado conocerlos —murmuró Sofía, mi cuñada, llevándose la mano al pecho.
Antes de que pudiera hacer más preguntas, Ignacio, quien hasta entonces había estado comiendo en silencio, levantó la vista con una sonrisa forzada.
—No creo que este sea el momento para hablar de cosas tan tristes —dijo, con un tono de aparente despreocupación—. Hay una boda que celebrar mañana.
Mi mandíbula se tensó, pero intenté mantener la calma.
—Con respeto, tío, creo que tengo derecho a saber más sobre mi propia familia, éramos aún muy jóvenes cuando ocurrió todo esto, después de eso tú tomaste el control de todo, de las tierras, de la mina, papá nunca te ha pedido cuentas de nada.
Ignacio me miró con frialdad, dejando el tenedor sobre el plato con un movimiento lento y calculado.
—¿A dónde quieres llegar con esto, Santiago? —preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿Insinúas algo? Fue un accidente. O, ¿acaso estás resentido porque Christa me prefirió a mí? Antes que a ti.
La sangre me hirvió al escuchar esas palabras. Me puse de pie de un salto, la silla detrás de mí rechinó contra el suelo.
—¡No tiene nada que ver con eso! —espeté, con voz firme y cargada de rabia contenida.
Ignacio sonrió con una burla apenas disimulada, como si mi reacción le divirtiera.
—Cuidado, sobrino —dijo, levantando una ceja—. No querrás causar problemas justo antes de mi gran día. ¿O prefieres que dé la orden de que no te dejen entrar a la iglesia mañana?
Me quedé de pie, mi respiración era agitada. Cada fibra de mi ser quería golpear esa sonrisa arrogante de su rostro, pero sabía que no era el momento. Lo único que lograría sería perjudicar a Christa y darle a Ignacio exactamente lo que quería, una excusa para alejarme.
Me obligué a sentarme, cerrando los puños bajo la mesa.
—Con su permiso —murmuré, levantándome de nuevo, esta vez para salir del comedor antes de que hiciera algo de lo que me arrepintiera.
Mientras cruzaba la puerta, escuché la risa baja de Ignacio resonar detrás de mí, como si ya hubiera ganado esta batalla. Pero lo que él no sabía era que yo no pensaba rendirme tan fácilmente.
…
El día de la boda
La plaza frente a la iglesia estaba repleta. Los invitados murmuraban emocionados, y los músicos afinaban sus instrumentos, preparándose para la ceremonia. Yo estaba parado junto a mi familia, sintiendo que el aire apenas me alcanzaba. Cada segundo se alargaba como una eternidad.
Mis ojos se fijaron en la carretera principal cuando escuché el ruido de una camioneta acercándose. La vi decorada con flores blancas y cintas de tul, luciendo ridículamente festiva. Mi corazón latía con fuerza, y una mezcla de ansiedad y nervios se apoderó de mí.
Cuando la camioneta se detuvo, Ignacio fue el primero en bajar. Su porte altanero, esa sonrisa cínica, hacía que cada músculo de mi cuerpo se tensara. Luego apareció Christa.
Mi respiración se detuvo. Su vestido blanco brillaba con la luz del sol, pero su mirada estaba opaca. Llevaba un ramo de tulipanes en las manos, como lo habíamos planeado, pero cuando nuestras miradas se cruzaron, desvió la suya rápidamente.
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Editado: 20.01.2025