Destinos entrelazados

41. Tu familia o ella

Santiago Sandoval

El aire era frío y cortante cuando salí del edificio de la comisaría a primera hora de la mañana. Mi pecho se sentía pesado, no solo por los días que pasé encerrado, sino por la incertidumbre que sabía que aún me esperaba, no sabía si al salir Christa me estaría esperando o, mis padres.

A lo lejos, vi a mis padres. Su presencia debería haberme dado alivio, pero la expresión severa en el rostro de mi madre y la falta de calidez en los ojos de mi padre me hicieron detenerme un momento antes de caminar hacia ellos.

—Por fin estás libre —dijo mi madre, con un tono que carecía de alegría—. Ahora vámonos. La camioneta está lista, me muero por largarme de una vez de este maldito pueblo que solo nos ha traído desgracias.

Fruncí el ceño.

—¿Irnos? —yo no planeaba irme de aquí, no sin Christa.

—Sí, Santiago. Nos vamos a la capital, ahora mismo. Solo esperábamos a que te dejaran en libertad, el testamento de tu tío se ha leído, ya no tenemos nada que nos ate a este pueblo, tu vida está en la Capital, entiéndelo de una vez.

Negué con la cabeza, dando un paso atrás.

—Lo siento, pero no me voy. Me quedo aquí —espeté con decisión.

La furia en los ojos de mi madre fue inmediata, como una tormenta que se desataba sin control.

—¿Cómo puedes decir eso? —gritó, su voz temblando de ira nunca la había visto actuar de esa manera—. ¿Prefieres quedarte con esa mujer antes que con tu propia familia? Si te quedas, Santiago, olvídate de que tienes madre, padre, o hermano, y te lo digo en serio.

—No hagas esto, mamá, no tiene que ser así…

—¡No! —me interrumpió, alzando la voz—. ¿Qué clase de hijo elige a una mujer como esa? ¿Sabes lo que ha pasado? El testamento de Ignacio ya se leyó. Todo, Santiago. ¡Todo! Desde la mina, las gasolineras, hasta las propiedades y las acciones que tu padre le vendió a Ignacio antes de que muriera. Ahora todo pertenece a esa mujer, ellos se casaron legalmente antes de la ceremonia religiosa, hasta para eso fue demasiado inteligente para despojarnos de la fortuna familiar.

Cerré los ojos por un momento, sintiendo el peso de sus palabras. Había imaginado que algo así podría suceder, Ignacio había obligado a Christa a firmarle el acta de matrimonio antes de la ceremonia de la iglesia, pero escucharlo en voz alta me golpeó más fuerte de lo que esperaba.

—¿Y qué? —respondí con calma, abriendo los ojos para mirar a mi madre—. ¿Eso cambia algo? Mamá yo la amo…

—¡Por supuesto que cambia todo! —gritó ella, dando un paso hacia mí—. Esa mujer destruyó la vida de Ignacio, y ahora va a destruir la tuya, eres un muchacho ingenuo, no se como es que eres tan inocente si yo no te críe así, hijo.

La mirada de mi padre era diferente, más decepcionada que enfadada.

—Santiago, Ignacio era tu tío, tu sangre, como puede ser posible que desees a la misma mujer que ahora es la viuda de tu propio tío. Si tan solo no la hubieras conocido, nada de esto hubiera pasado.

—Ignacio fue también el hombre que mató a mis abuelos —dije con firmeza, con mi voz, rompiendo el silencio como un trueno en medio de la tormenta.

Mi padre me miró como si hubiera dicho algo inconcebible.

—¿Qué estás diciendo?

—Lo que escuchaste. Ignacio fue el responsable del accidente donde murieron. Lo confesó antes de... antes de morir.

Mi padre negó con la cabeza lentamente, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar.

—No, Santiago. No puedo creerlo. Ignacio pudo haber sido muchas cosas, pero no un asesino.

Mi madre aprovechó para lanzarme otra mirada cargada de desprecio.

—Claro, dices eso porque Christa te está manipulando. Te tiene envuelto en sus mentiras y ahora ni siquiera puedes distinguir la verdad.

—Esto no tiene nada que ver con Christa —dije, mi paciencia agotándose—. Esto tiene que ver con la verdad, con lo que Ignacio realmente era.

—No lo vamos a aceptar, Santiago. Nunca —respondió mi madre, su voz fría y cortante como un cuchillo—. Nunca vamos a aceptar a esa mujer como parte de nuestra familia.

Se giraron hacia la camioneta, sus movimientos eran rígidos y decididos.

—Adiós, Santiago, espero que cuando te des cuenta del error que cometes no sea demasiado tarde —dijo mi madre, sin siquiera mirarme mientras se alejaba.

Me quedé de pie en silencio, viendo cómo mis padres se iban. Pero entonces, Christian, que había estado observando la discusión desde lejos, se acercó.

—¿Tú también? —le pregunté, mi voz estaba cargada de frustración y tristeza.

Christian suspiró, metiendo las manos en los bolsillos.

—Te deseo lo mejor, hermano. Pero creo que lo mejor es que no regreses a la capital. Papá y mamá están decepcionados… y, para ser honesto, yo también, además, como dijo mamá, jamás la aceptará como parte de nuestra familia.

Me quedé en silencio, observándolo mientras retrocedía hacia la camioneta. Sus palabras eran como golpes que no dejaban de caer, uno tras otro.

Cuando la camioneta arrancó y desapareció por el camino, sentí el peso de la soledad, pero también una claridad que no había tenido antes. La familia que me crio me había dado la espalda, pero la mujer que amo seguía aquí. Era tiempo de construir algo nuevo, aunque significará empezar desde las cenizas, algún día tal vez pudiéramos reconciliarnos, cuando se dieran cuenta de que Christa no es la mujer malvada que ellos creen.

Christa Bauer.

—Licenciado, ¿Cómo tomaron los señores Sandoval la noticia del testamento de Ignacio? —pregunté un tanto nerviosa, había decidido no asistir a la lectura del testamento para evitar más enfrentamientos, el licenciado de Ignacio me había notificado antes que Ignacio nunca tuvo hijos, entonces por obviedad toda su fortuna pasaría a ser mía…

—Muy mal señorita, nadie esperaba la muerte del señor Ignacio, los más sorprendidos fueron su familia, la señora Camila Sandoval insinúo que usted debería rechazar la herencia de su esposo —escuchar esa palabra “esposo” hacía que sintiera un escalofrío recorriéndome la espalda, gracias a Dios duramos solamente un par de horas casados, no sé qué hubiera hecho si Santiago no me hubiera salvado de las garras de Ignacio.




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