Destinos entrelazados

42. Tienes que tomar una decisión.

Un mes después.

Caminaba de un lado a otro en mi despacho mientras jugaba con los dedos de mis manos de manera inconsciente. Estos dos últimos meses han sido una prueba muy difícil para mí, muy cobardemente opté por evadir a Santiago y dejar de ir a la mina. No soportaba verlo, él siempre era amable conmigo, como todo un caballero, pero no había mostrado señal alguna de que se hubiera quedado para estar conmigo y eso comenzaba a doler.

¿Debía hacerme a la idea de que nada pasaría entre los dos?

No podía más con la angustia de saber que pasaba con él. Necesitaba saber si aún me amaba como lo había dicho antes, para no hacerme más ideas en la cabeza. Era por eso que había decidido hacerle una visita a la mina.

Hacía poco más de una semana que no venía, me sentía orgullosa de que Santiago estuviera haciendo un excelente trabajo administrando la mina. Costo algo de esfuerzo, pero después de unas semanas, los mineros de antes regresaron, hubo una reunión y un comité donde nos externaron el miedo que tenían de que hubiera un nuevo derrumbe, ya que algunos no estaban enterados que esos derrumbes fueron una creación de Ignacio Sandoval. Les prometí que no volverían a suceder, que lo más importante para mí era la economía del pueblo y su gente. Por otra parte, Bruno se encargaba del rancho y Margarita de la casa. A veces sentía que no me necesitaban, ellos tres estaban haciendo las cosas bien, pero de vez en cuando la soledad me aquejaba.

Aún solía dar los paseos a caballo por las tardes, visitaba mi laguna para recordar aquellos momentos felices que tuve durante mi infancia. Pero estaba sola, aunque Bruno y Maggie y mi pequeño ahijado, Javier, vivieran conmigo en la hacienda, la realidad es que ellos eran familia, siempre me hacían sentir querida y parte de ellos, pero en el fondo sabía que no era lo mismo. Ellos salían a pasear, se abrazaban, reían, eran felices. Yo anhelaba una felicidad así, la tuve cuando papá vivía, las cosas en el rancho eran tan diferentes ahora.

Limpie una lagrimita que cayó de mi mejilla antes de que la puerta de la camioneta donde viajaba se abriera. Caminé por el sendero de piedra hasta las oficinas administrativas de la mina, todos me saludaban alegres y yo trataba de corresponderles de la misma manera.

Caminé directo a la oficina de él. Su secretaria me informó que se encontraba, que pasará.

Abrí la puerta y ahí estaba sentado en la silla de su escritorio revisando documentos, se veía tan apuesto, llevaba una camisa a cuadros roja, abajo del chaleco de seguridad amarillo. El casco de minero estaba justo en la esquina de su escritorio. Cuando alzó su mirada para verme, sonrió, esa sonrisa siempre me estremecía. Se puso de pie y camino hasta donde estaba.

—Buen día, jefa —sonreí nerviosa ante aquel apodo con el que últimamente me llamaba —¿Qué te trae por aquí? Siéntate por favor.

—Gracias —dije tratando de ocultar el nerviosismo que su presencia infundía en mí. Suspire.

Me senté mirando como él hacía lo mismo.

Antes de hablar, carraspeé.

—Santiago, he venido para preguntarte cómo estás, cómo te has sentido estas semanas en la mina, me han dicho que estás haciendo un excelente trabajo, los mineros te admiran —y yo también, pensé.

Esbozó una pequeña sonrisa tan elegante como siempre.

—En realidad, me gusta estar aquí, en la mina, siento de alguna manera que estoy siguiendo los pasos de mi abuelo, pero a la vez estoy haciendo algo bueno por la gente de este pueblo, ellos no saben el ángel que fuiste al tomar el control de la mina, ahora los mineros están más que contentos de trabajar aquí.

Asentí, me alegraba saber eso.

Hubo un segundo de silencio donde sentí que mis mejillas se volvieron calientes, me sonrojaba muy fácilmente cuando estaba frente a él.

—Bruno me ha contado que estás viviendo en la casita donde vivía antes con Margarita…

—Sí, estoy ahí, sus padres han sido muy amables conmigo.

—Me da gusto.

Otro momento de silencio.

Él me miraba como tratando de descifrar lo que estaba pensando, ni yo misma sabía.

—¿Viniste hasta aquí para preguntarme cómo estoy? O ¿deseas saber algo sobre la mina? —se puso de pie caminando a un librero que tenía a lado de su escritorio —estos son los reportes de este mes, si no venías iría a entregártelos.

Asentí, bajé la cabeza con pena.

—¿Qué pasa?

—Nada —sonreí mostrando felicidad, necesitaba a Santiago en la mina, no podía tener a alguien más al frente que a él. Estaba a punto de echar a perder eso, dejándome llevar por mis sentimientos de niña pequeña —gracias por esto.

Me puse de pie tomando la carpeta amarilla que tenía en mis manos. Estaba a punto de salir huyendo de su oficina, pero mis planes se echaron a perder cuando sentí su mano sujetando la mía.

—Christa…

—Dime.

Se llevó la mano a la nuca. Fruncí el ceño, aún teníamos nuestras manos juntas. Me separé un poco, sentirlo tan cerca me hacía vulnerable.

—Me preguntaba si te gustaría dar un paseo a caballo algún día de estos.

Alcé una ceja.

Asiento, sintiendo como una ráfaga de alegría me recorre completa.

—Si, me gustaría.

Su sonrisa coqueta me derrite.

—Paso por ti, a tu casa, por la tarde, ¿está bien?

Asiento.

Otra vez mi mente creando todo una novela de romance donde él se me declara en medio de los pastizales. Pero luego recuerdo que ha pasado un mes que ha sido tan largo para mí y ni una sola vez hemos tenido oportunidad de hablar, todo ha sido sobre trabajo. Paso saliva, decido esperar hasta la tarde para hablarle sobre mis sentimientos.

—Nos vemos… —odio la vocecita nerviosa que sale de mi boca.

Cuando salgo de la oficina, siento tanta energía que me gustaría saltar de felicidad aquí mismo, no sé por qué me siento así, será porque él y yo tendremos un momento a solas, no lo sé, tal vez me estoy haciendo ideas, pero me gusta esta sensación de alegría que recorre mi cuerpo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.