Christa Bauer
Cuando llegué a casa, sentía una especie de euforia que recorría por todas mis venas.
—¡Maggie! ¡Maggie! —grité apenas crucé la puerta. Busqué a mi amiga mientras caminaba en dirección a su habitación, pero ella ya venía de la cocina con el pequeño Javier en brazos.
—¿Qué pasa Chris? Me asustas, ¿estás bien? —pregunta preocupada mirándome de arriba abajo para cerciorarse de que estoy bien.
Asiento mientras una sonrisa espontánea aparece en mi rostro.
—Santiago… quiere pasear… esta tarde… conmigo… —suelto en pausas, mi respiración es agitada, me siento emocionada, tal vez me estoy haciendo demasiadas ilusiones.
Maggie sonríe picaresca.
—¿Al fin le dijiste de tus sentimientos?
Mi sonrisa se borra del rostro.
—No… —suelto haciendo un puchero —solo me invito a pasear cuando lo fui a buscar, pero ya no puedo más amiga, necesito decírselo y lo haré hoy, necesito decirle que necesito saber si aún me ama, por yo lo amo más que nunca.
Maggie me mira compasiva —te quiero amiga, deseo que Santiago te corresponda como esperas, eres una jovencita muy hermosa, buena persona y cualquier hombre estaría encantado de tener a una mujer como tú.
—Pero lo amo a él —cargo a mi ahijado en brazos —tal vez me estoy encaprichando a la idea de él, pero ¿podrías ayudarme a elegir que ponerme hoy? No llevaré vestido, iremos a caballo.
—Claro que sí, y te peinaré y maquillaré, Santiago debe darse cuenta que no hay mejor mujer para él que tú, además si se quedó en el pueblo fue por algo, tal vez solo está tomándose un tiempo. Es difícil cortar todos los lazos con tu familia, Bruno me ha platicado que no le han devuelto ninguna carta a Santiago, al parecer siguen molestos con él.
Mi pequeño ahijado se remueve entre mis brazos tratando de escalar mi cuerpo, lo que me da mucha ternura.
—He tenido ideas locas… —digo sonrojándome.
—¿Cuáles?
Maggie y yo nos sentamos en el borde de mi cama, la miró y sonrió, pues solo a ella le tengo la suficiente confianza para abrir mis sentimientos.
—¿Te imaginas que un día yo tuviera una hija? ¿Y que se enamorara de Javier?
Maggie ríe divertida.
—Tendrías que darte prisa, pues mi hijo ya casi tiene un año.
—Nada me haría más feliz que estas tierras quedaran en buenas manos.
Maggie pone una de sus manos en mi hombro y ambas sonreímos, suspira —solo el tiempo lo dirá, Christa, nada me haría más feliz que verte formando la familia que deseas, sea con Santiago o no, lo mereces, porque ya has sufrido mucho a tu corta edad y ahora mereces la felicidad.
…
Una de las empleadas domésticas de mi casa entró a la habitación para anunciarme que Santiago estaba esperando en la puerta. Le pedí que me enviarán a rayo con uno de los peones, ya lo había mandado alistar. Me miré por el espejo una vez más, me sentía nerviosa. Opté por unas botas negras hasta la rodilla por si caminábamos entre los matorrales, unos vaqueros ajustados y una blusa a cuadros doblada hasta los codos, esto por que el sol solía dejarme la piel muy roja por eso debía cuidarme. Tomé mi sombrero de paja y casi bajé las escaleras corriendo. Cuando llegué a la puerta lo miré.
Una sonrisa escapó de mi rostro, él se veía tan apuesto, el estilo que tenía antes de citadino se había estado esfumando con el tiempo, ya nada quedaba de eso. Santiago era muy guapo, apenas me vio, bajó del caballo.
Tuve que llevar mis manos a la boca cuando su caballo relinchó y él se asustó.
—Aún no estoy muy acostumbrado… —dijo mientras caminó hasta mí, sus mejillas se sonrojaron de la pena y eso a mí me derritió de ternura.
—No sueltes las riendas o se irá —le sugerí a manera de burla.
—Estás bellísima… bueno, si es que puedo decirlo, ahorita no estamos en horario laboral, por lo que técnicamente por ahora no eres mi jefa.
Mis ojos se abrieron a unos enormes.
—Gracias, también te vez muy apuesto, te queda lo vaquero.
—¿Tú crees? —asentí sonriendo —¿nos vamos? —mi respiración se entrecortó cuando sentí su mano tomar la mía.
—Aún no traen mi caballo…
—Te llevaré en el mío, recuerdas aquella vez que me llevaste a conocer la laguna, quiero ser yo quien te lleve esta vez.
—Está bien —respondí sonriendo.
Santiago subió al caballo, luego me brindó su mano para ayudarme a subir. Me quité el sombrero del cabello dejando que colgara el hilo en mi cuello, porque él también llevaba uno.
—¿Estás lista? —preguntó. Asentí.
Abracé a Santiago ligeramente mientras el caballo comenzó su andar, podía notar que su cuerpo estaba tenso, tal vez porque como lo dijo, aún no tenía la suficiente experiencia para cabalgar más rápido, la velocidad con la que el caballo se movía no era tan veloz, aun así, disfruté abrazándolo, en un momento sentí la necesidad de descansar mi cuerpo en su espalda, pero no sabía si era algo apropiado. Tardamos varios minutos hasta llegar a la laguna.
El aire era cálido y movía mi cabello de un lado al otro, apenas Santiago detuvo el caballo, bajé de inmediato para darle espacio a que él hiciera lo mismo.
—Me has sorprendido, has aprendido bien a cabalgar —le expresé recordando la vez que huimos de la iglesia, él había cabalgado con mucha dificultad, fue una de las razones por las que no pudimos llegar tan lejos antes de que Ignacio nos alcanzara.
Él se sonroja esbozando una sonrisita.
—Esa era la idea —suspira mirando hacia la laguna que está a mi espalda. Se escucha el movimiento del agua y el ruido del cantar de algunos pájaros — pareciera que fue ayer, la última vez que estuvimos aquí, ¿recuerdas?
Sonrío nerviosa.
—Como olvidarlo —“si nos besamos” pienso, pero me callo. Pareciera que ambos pensamos lo mismo, Santiago me mira de una forma que me estremece hasta el último poro de mi cuerpo, pero ninguno de los dos hablamos, nos miramos solamente.
Después de un rato así, esquivó su mirada. Toma mi mano.
#515 en Novela romántica
#167 en Novela contemporánea
amor a primera vista, venganza, amor verdadero mentiras traiciones
Editado: 20.01.2025