Christa Bauer
El sol estaba en su punto más alto cuando llegamos al rancho, mi corazón palpitaba en un ritmo acelerado, anticipando la sorpresa que le tenía preparada a Santiago. Había esperado este momento con ansias, no solo porque fuera nuestro primer aniversario de casados, sino porque sentía que merecíamos una celebración, un pequeño escape del caos que a veces nos rodeaba. Quería que este día fuera solo nuestro.
Al verlo desmontar del caballo, un resplandor de felicidad iluminó mi rostro. El sudor brillaba sobre su piel bronceada, su cabello algo despeinado después de la mañana de trabajo en la mina. Me acercó con una sonrisa, pero sus ojos, siempre atentos, me escanearon de inmediato, buscando en mí algo más.
—¿Qué trama mi hermosa esposa? —su voz cálida, profunda, hizo que mi corazón se acelerara aún más.
No pude evitar soltar una pequeña risa y rodearlo con mis brazos, abrazándolo con fuerza. Me sentía tan completa a su lado, tan llena de amor.
—Primero, feliz aniversario, mi amor —le susurré contra su cuello antes de levantar la cabeza para mirarlo, mis ojos brillando con esa mezcla de cariño y emoción que a veces me costaba contener—. Y segundo, te tengo una sorpresa.
Vi cómo sus ojos se iluminaron de curiosidad y se estiró una ligera sonrisa en su rostro.
—¿Qué tipo de sorpresa? —inquirió, sin poder esconder su intriga.
Burlándome un poco de él, tomé las riendas del caballo que uno de los empleados había acercado para él.
—No puedo decirte. Solo necesito que montes de nuevo —respondí con un toque de picardía en mi voz.
Él arqueó una ceja, sonriendo ante mi actitud juguetona.
—¿Montar? ¿Acaso quieres cansar a un hombre que lleva toda la mañana en la mina? —bromeó, aunque rápidamente se puso en acción y comenzó a montar su caballo, dispuesto a seguirme a donde fuera.
Reí suavemente, sin poder evitarlo.
—Confía en mí, valdrá la pena —le respondí mientras me montaba en mi propio caballo.
Cabalgar juntos por el sendero hacia la laguna fue mágico. El aire fresco de la tarde acariciaba mi rostro mientras las hojas de los árboles se movían al ritmo del viento. Santiago estaba a mi lado, su mirada fija en mí, sin apartar la vista. Sentí que mi pecho se hinchaba con un amor que no podía poner en palabras, solo en sus miradas y caricias. Cada día que pasaba con él era un regalo.
Cuando llegamos, me detuve en el borde de la laguna. El agua cristalina reflejaba el cielo, y el entorno parecía abrazarnos en su serenidad. Santiago desmontó y se acercó a mí con una sonrisa que me desarmó.
—¿Qué opinas? —le pregunté, mi voz sonaba llena de ternura mientras me giraba hacia él.
—Opino que este lugar es tan hermoso como tú, siempre me hace feliz venir aquí contigo, me recuerda a nuestro primer beso —respondió con la suavidad de su tono, sin apartar la mirada de mí.
El corazón me dio un vuelco. No podía pedir más, él era todo lo que había soñado y mucho más.
Sin previo aviso, me quité el vestido, dejándolo caer suavemente al suelo, y corrí hacia el agua. Mi risa flotó en el aire mientras sentía la frescura del agua rodeándome. Santiago, como siempre, no tardó en seguirme, despojándose de sus botas y camisa antes de sumergirse detrás de mí.
—¡Me vas a volver loco, mujer! —exclamó, mientras me alcanzaba rápidamente.
Reí con ganas, sin poder evitarlo. Sabía lo que hacía, y lo disfrutaba enormemente. Él me rodeó con sus brazos, y nuestros labios se encontraron en un beso ardiente, la pasión de este lugar y de nuestro amor, transformándose en algo palpable entre nosotros. El mundo se desvanecía por completo.
Nos tumbamos en la orilla más tarde, nuestros cuerpos aún mojados, entrelazados, disfrutando del silencio que nos rodeaba. Santiago acarició mi rostro con ternura, sus dedos trazaron caminos invisibles sobre mi piel.
—Christa, no hay nada que desee más que tener un hijo contigo, este año de casados ha sido maravilloso —dijo, su voz grave y sincera.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, y la emoción me embargó al escuchar sus palabras.
—Yo también lo deseo, Santiago —respondí, mi voz suave, pero llena de amor—. Quiero que tengamos una familia, que llenemos este rancho de risas y amor.
Santiago sonrió, besándome de nuevo.
—Entonces, tendremos que hacer la tarea todos los días hasta que suceda —bromeó, haciéndome reír.
—Todos los días —confirmé entre risas, abrazándolo con más fuerza.
Cabalgar de regreso fue otro momento de pura felicidad. Nos reíamos, compartíamos nuestros sueños, y hasta discutíamos los nombres que le pondríamos a nuestros hijos. Yo quería un niño, él prefería una niña. Pero ambos estábamos de acuerdo en una cosa, queríamos una familia. Nuestra familia.
Al llegar al rancho, la risa se apagó cuando vimos a una de las empleadas esperando en el porche. Su expresión nerviosa me hizo preguntarme qué sucedía.
—Señora Christa, hay alguien que la está buscando, nunca lo había visto por estos alrededores, dice que la conoce y viene de la Capital —informó, con la voz temblorosa.
Santiago frunció el ceño inmediatamente.
—¿Quién? —preguntó, con desconfianza clara en su tono.
Antes de que la empleada pudiera responder, un hombre apareció de la sombra de uno de los pilares de la casa. Alto, con el cabello oscuro, su mirada llena de confianza y una sonrisa que no alcanzó a llegar a sus ojos.
—Hola, Christa —saludó con un tono suave pero firme—. Cuánto tiempo sin vernos.
Sentí cómo mi estómago se retorcía. Santiago me miró, confundido, buscando respuestas en mi rostro.
—¿Quién es él? —preguntó, su mirada fija en mí, esperando una explicación.
El nombre apenas salió de mis labios —Álvaro...
La sonrisa de Álvaro se ensanchó, sabiendo que me había dejado sin palabras.
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Nota: Muchas gracias, si has llegado hasta aquí, espero esta historia tan linda te haya gustado, la escribí con mucho cariño para ti. Por favor sigue mi perfil en Booknet, me ayuda mucho a llegar a otras lectoras, te espero en la historia Destinos errantes, la historia de Álvaro y Emilia. Saludos <3
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Editado: 20.01.2025