Destinos entrelazados: El Alfa y la Omega

El secreto de la cabaña

El rostro de Dominieck podía notarse como se volvía cada vez más sombrío a medida que seguía contemplando tal hombre a aquella imagen que ante mi desconcierto parecía infundir en su persona una gran tristeza.

Aquel se había quedado tan quieto para aquel momento que de no ver como su cuerpo vibraba por la emoción que aquel se encontraba conteniendo, que fácilmente de no conocerle le hubiera confundido a sinceridad con cual estatua viviente.

— ¿Dominieck, sucede algo? — cuestione mientras yo aun me mantenía en la entrada mirando a aquel, y en vista de no recibir respuesta alguna de su parte grite en espera de obtener probablemente a alguna procedente del interior que diera respuesta a mis preguntas.

— Abuelo, abuela, ya estoy en casa — repliqué con un evidente entusiasmo pensando que podía ser que aquellos se encontraran quizás allí escondidos de mi vista, pero nada se escuchaba, ante ello cuestioné, volví a gritar por nueva vez, pero todo seguía exactamente igual.

Por alguna razón mis ojos se enfocaron para aquel momento en Dominieck, ya que por su forma de mirar no pude evitar formar en mi mente cientos de preguntas al respecto que giraban en varias direcciones, suposiciones lanzadas al aire en busca de sentido y verdad, aunque había dos que dejaban un gran hueco en mí alma y rondaba con fuerza llevándose consigo la calma.

— Espero estar equivocada — replique tomada por el miedo al pensar que probablemente algo les hubiese sucedido.

Ante sus ojos atentos y sorprendidos dirigidos hasta aquella recamara, yo busqué acercarme a aquel hombre siguiendo probablemente las mismas pisadas que tal sujeto había propinado sobre la madera que conforma el suelo de la residencia a lo largo de aquel pasillo tras este desplazarse por allí, en tanto una vez estando próxima a su persona cuestioné por nueva vez.

— ¿Qué es lo que tanto miras? — ante mi pregunta termine de acortar algo de la distancia que nos dividía pues tenía curiosidad por descubrir que era lo que ante sus ojos se manifestaba de tal manera que le impedía hacerse uno con la realidad misma.

De manera delicada tras que necesitaba hacerlo reaccionar, yo tome mi mano derecha y la deslice desde su espalda hasta el hombro siguiendo su contorno mientras me encontraba dispuesto a su lado izquierdo, aunque era algo completamente perceptible por medio del contacto Dominieck no se inmuto y a pesar de mi evidente intento aquel no reacciono.

Un intento fallido la verdad el primero, pero ante ello era consciente que no daría marcha atrás tan rápidamente así que, aun con la mano en su hombro apreté el mismo en reiteradas ocasiones y nada, frote la misma mano contra su espalda en un intento de evidente desesperación y nada, pero una vez aquel sintió como rodeaba mis manos alrededor de su antebrazo finalmente aquel me miro.

El rostro de Dominieck estaba completamente pálido, descompuesto por la amargura, sin dudas lo que aquel había visto había sido muy chocante para tal hombre, cosa que pude notar tras ver como de la nada varias lagrimas abandonaban con insistencia sus ojos.

Ante aquello intente que Dominieck me notara, que me mirase y me explicara que era lo que sucedía, pero el seguía sin repetir ni una palabra, quería ayudarle, comprenderle, pero aquel no era capaz de siquiera de expresar la más mínima acción.

Aquel hombre finalmente reacciono tras llevar casi cinco minutos inmutado, me noto, valla que lo hizo y tras reaccionar un poco luego de verme a los ojos se apartó de mí y empezó a caminar dándome en poco tiempo la espalda.

Él se encontraba completamente ido, como si ante él había sido replicado el peor de los discursos o la más cruel historia, así que tras encontrarse alejado por algunos cuantos metros indico aquel sin siquiera girar su cabeza para verme.

— Míralo por ti misma.

Aquella frase en vez de producir algún sentimiento de serenidad en mí hizo que una sensación lúgubre y sombría de golpe intentara hacerse un hueco en mis pensamientos, para aquel instante lo que menos quería tras ver como aquel había reaccionado era precisamente dirigí mis ojos hasta tal espacio, pues el miedo de descubrir por qué Dominieck huía se hacía presente ahogándome en un mar de misterio y así continúo diciendo.

— Si quieres respuestas, ponte de pie frente al portal y mira por ti misma lo que yo acabo de descubrir.

En la voz de aquel se podía sentir de forma inusual una nota de quejido, la voz ahogada y pesaba era una señal clara de que algo inesperado había sucedido y de lo cual el carecía de control.

— Pero dime algo Dominieck, es tan malo lo que viste.

Y en un tono de voz ahogado casi pareciendo a cuál suplica dada por el esclavo al amo aquel indico — Si, lo es.

Por un momento lo mire y cientos de preguntas sumadas a las que ya de por si anidaban en mi cabeza comenzaron a rondar intentando descifrar la imagen antes de que siquiera yo la llegara a contemplarla, pero ni todas ellas juntas iban en algún momento a llegar a prepararme para descubrir finalmente bueno, aquello.

Despacio empecé a propiciar unas nuevas pisadas queriendo acercarme hasta el umbral, ante la puerta abierta dispuesta a aquel costado en el interior de aquella casa me acerque y una vez tras posicionarme luego de llevar la vista fijada en el suelo y eventualmente elevarla que fue donde todo se me nublo, tras no querer aceptar lo que mis ojos veían con inquietud, la realidad e irrealidad se combinaron en una sola.

Y fue precisamente tras sentirme atrapar por aquel mismo sentimiento de incomprensión ante la tragedia que todo paso ante mis ojos antes de siquiera intentar entender la situación y lo que acarreaba aceptar consigo lo sucedido.

Todo en aquella habitación permanecía como pasmada, varada en el tiempo y el espacio sin sentido y sin lógica, de modo que tanto las partes que conforman aquel cuadrado permanecían recubiertas de un impecable brillo, las paredes seccionadas con algunas fotos se hacían notar una vez dirigías la mirada hasta ellas, el armario aún se encontraba repleto de ropa justo en el costado derecho próximo a la puerta, mientras que las mantas tejidas por las manos delicadas y lastimas de la abuela tras herirse con las agujas un par de cientos de veces se asomaban desde un banquillo a los pies de la cama.




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