Destinos Rivales

77, 97 y 137

Después de pasar varios minutos corriendo por los vagones rodeados de gente llegamos nuestro destino, el vagón principal. Estaba repleto de personas que se sumaban en número al pasar los minutos, apenas quince minutos antes de empezar el evento logramos entrar. La cantidad de personas aumentaba considerablemente y el lujoso vagón parecería no poder albergar a tantos inquilinos, pero no fue así, mientras más se incorporaban al evento más parecía hacerse extenso el lugar.

Nos quedamos en la puerta en la espera del resto de nuestro equipo. Martin, Luisa y Manuel no parecían entrar dentro de tantas personas, mucha gente se sumaba y no lográbamos verlos pasar por aquel marco metálico. Cada uno de un lado opuesto de la puerta, por más que traté no logré reconocer a ninguno de los que nos acompañaban. Sonó una alarma que indicaba que la hora estaba cerca y el sorteo daría inicio. No pudimos permanecer en la entrada, los guardias nos obligaron a tomar un asiento en alguna de las múltiples mesas del lugar. Era amplio y bien diseñado, parecía más una casa grande que un vagón de tren, había mesas largas alrededor de un escenario y hasta escaleras que daban a un segundo piso que lucía igual de amplio. El primer piso estaba repleto de desconocidos lo cual nos hizo tomar la decisión de mantenernos en el segundo nivel.

El lugar era igual de acogedor, las mesas daban al escenario del nivel inferior, con un gran balcón del cual se apreciaba absolutamente todo lo que ocurría bajo nuestros pies. Nos sentamos cerca de una ventana para ver el escenario a una distancia considerable. Los meseros no tardaron en llegar ofreciendo bebidas y comida, ambos aceptamos dudosos. En nuestra mesa no fuimos los únicos que dudamos de comer en el lugar, se sentaron ocho personas más en fila para poder observar el escenario con comodidad, eran jóvenes y se veían igual de preocupados que nosotros, con el temor hacia el desconocimiento, jóvenes que perdieron a sus familias y no tenían la certeza de regresar a sus hogares. Al paso de los minutos tomaban su lugar las ultimas personas en llegar al vagón.

Tener a Miguel a mí lado me tranquiliza, siento que hace que las cosas sean más sencillas. El tener que lidiar con tantos cambios me abruma, trato de estar contento, pero es difícil cuando todo parece que se terminara en cualquier momento. Se veía tranquilo mientras saboreaba su filete de pescado, me agrada y siento que le agrado. Para no desesperarme observo cada detalle del salón, debo de admitir que estos lujos se disfrutan, pero no quita aquella espina de querer saber que nos ocurrirá en un futuro. Mientras paseaba la vista por el lugar a lo lejos pude divisar a alguien familiar, abrí los ojos como plato, mi boca se secó, en mi garganta se hizo un nudo y sin darme cuenta solté unas lágrimas, no soporte el impacto que fue volver a verla. Miguel sólo me veía y me preguntaba qué era lo que ocurría, respondí que era mi hermana, fue un momento de felicidad. Ahí sentada en otra mesa, sola y confundida, igual que todos en la sala, mi hermana. Ya tres años y medio que no la veía, se fue de la casa sin decir adiós, pero jamás le pude tomar rencor pues fue mi segunda madre. Era muy hermosa y sencilla, sonreí, quería ir y abrazarla decirle que la extrañaba, pero podría ser solo un error, una confusión con alguien muy parecida a ella, había demasiada gente y era posible. Lo pensé por un momento, pero los recuerdos me llegaron a la mente, todo lo que ella hacía por mí. Mi madre murió cuando era pequeño y tengo pocos recuerdos de ella, hubiera sufrido mucho si no fuera por mi hermana que se hizo responsable. Me educó desde pequeño con paciencia y amor, cuando tenía tarea me ayudaba, aunque ella no supiera lo que veía pues dejo la escuela por mantenernos a mi hermana menor y mi. Muchas noches la vi leyendo mis libros para que me explique al día siguiente la tarea. Me enseñó desde como bañarme hasta como hablarle a una chica. Fue mi madre, una madre que me fue arrebatada hace tres años y medio. Estoy feliz de verla, quiero abrazarla, sentir su calor y su amor. Me hacía falta todo este tiempo, cuando mi mente me atormentaba y no estaba ella para calmarme solo terminaba hecho añicos en un rincón.

Me decido a levantarme y hablar con ella, sé que se pondrá igual de feliz que yo, espero un momento para tomar valor, respiro profundo no quiero quebrar en llanto. Me levanto de mi silla y trato de avanzar, pero algo no me deja, una fuerza extraña me regresa a la silla de forma abrupta, Miguel me ve confundido al igual que todos en la mesa. Intento otra vez levantarme de mi asiento ahora con más delicadeza, logro ponerme en pie, pero al dar el primer paso la misma fuerza me regresa al asiento. ¡¿Pero qué rayos?! Lo intento una vez más, me levanto, pero al dar el primer paso nuevamente la fuerza me regresa al asiento. Me enojo y doy un fuerte golpe a la mesa que rompió el silencia de la sala, no me percato que todos me ven pero realmente eso no me importa, intento una vez más el ponerme de pie, dar el primer paso y siento como un fuerza extraña me empieza a empujar a la silla, me esfuerzo lo más que puedo pero no lo consigo y regreso donde inicie, ya con un dolor de espalda por la cantidad de golpes me resigno. Aún sigo mal por lo pasado en la hierba de camino al castillo. Me siento impotente al no poder ir hasta ella, la felicidad se convierte en enojo. Volteo a ver a Miguel con el rostro suplico ayuda, solo me ve y lo entiende, toma mi silla — adelante hazlo — me dice, me pongo en pie doy mi primer paso y siento la fuerza extraña que me empuja al asiento pero igual esta vez siento la palma de la mano de Miguel en mi espalda ayudándome a no volver a caer, la fuerza es aún más fuerte pero no nos rendimos, siento que mis piernas se desgarran por la fuerza que ejerzo, la gente sólo nos ve, algunos gritan palabras de apoyo. Estábamos a punto de lograrlo cuando llego el mesero y con una mano tomo el brazo de Miguel que hacía alejarme más de la silla y de un fuerte jalón me hizo perder el soporte, ambos regresamos a nuestros asientos con una fuerza abrupta, al chocar solté un grito en ese momento todos los que voltearon a vernos regresaron sus miradas al escenario. El mesero nos ató a las sillas de los pies y la cintura evitando que así podamos movernos. Estaba acabado, o eso creí — ¡Georgina! — grité. Volvieron a vernos todos los que habían presenciado el intento de escape de la silla con un rostro de emoción.



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En el texto hay: reyes, guerras, guerra

Editado: 23.04.2020

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