Apenas sintió la tierra lodosa bajo sus pies y las gotas de lluvia que la empapaban, Daphne supo que estaba soñando. Todo le era tan familiar que se permitió un momento de preparación, inhalando hondamente antes de abrir los ojos.
Oh, Dios.
Ante ella se encontraba la familiar visión de un prado desierto en el que siempre estaba sola, bajo el amparo de la noche y la creciente lluvia. Una interminable extensión de árboles frondosos enmarcaba los límites de aquel lugar y a mitad del claro sólo había un único y monumental árbol de aspecto similar a un cerezo, pero que lucía siniestro en la oscuridad de la noche, cuando sus hojas se agitaban al ritmo que marcaba el viento y sus ramas crujían en una inquietante sinfonía.
Daphne no alcanzaba a escuchar nada más allá del rugido del aire en sus oídos. Era como si todo estuviera deshabitado o más bien... muerto.
Un grito ahogado surgió de sus labios petrificados mientras la realidad de la situación atraía una ola de pánico sobre cada terminación nerviosa de su cuerpo. Para ella, era normal sentir la opresión del terror en el pecho que le impedía proferir sonido alguno, sin embargo, en un intento de mantener a raya el horror, había aprendido a concentrar sus fuerzas en tomar algún control de la situación.
Ok, Daphne. Ya sabes qué hacer. Contrólate lo suficiente para acostumbrar tu visión a la penumbra de la noche. Sólo es un sueño. Sabes que es un sueño.
Atendió esa orden de su cabeza al mismo tiempo que una corriente gélida se alzaba sobre el bosque y chocaba con su cuerpo. Todo su ser tembló de frío. Intentó abrazarse a sí misma, pero sus extremidades no le respondían. Horripilada, observó con mayor detenimiento su entorno mientras la impotencia iba ganando la batalla sobre su pensamiento racional.
¿Cómo había llegado a ese lugar? Nunca sabía la respuesta. De lo único que estaba segura era que debía esperar. No tenía opción. Sus pesadillas seguían un curso fijo en el que no podía intervenir. Siempre recaía en ella el papel de espectadora, como si estuviera en un cine interactivo. No podía moverse a voluntad, no podía interferir de ninguna manera, pero sí podía sentir todo en carne viva y ese era su mayor martirio. Pese a todo, sabía que debía prestar atención a las pequeñas señales que se producían a su alrededor para prever el curso fatal de su sueño.
Fijó su atención en el cielo nublado y de manera gradual notó que éste sufría un cambio. Las nubes de tormenta se fueron apartando, dejando a la vista una escalofriante luna llena de color carmesí resplandecía siniestramente, apoderándose de toda la extensión de la bóveda celeste. Aquella era una visión maldita que presagiaba fatalidad mortal.
Fue entonces que se activó la alerta en el cerebro de Daphne.
Ya viene.
Apartó la mirada del cielo y se concentró en el suelo lodoso que había bajo sus pies, pero al hacerlo percibió su figura bajo la escaza luz. Iba vestida con un camisón de seda blanco que se adhería a su piel debido al diluvio que la empapaba. Sus pies estaban descalzos, congelados y enterrados en el barro.
Prepárate.
El estruendo del viento a su alrededor se vio abruptamente alterado por el ruido sordo de pasos avanzando a lo lejos, seguidos por el eco de entrecortados gemidos de dolor.
Daphne se mantuvo ahí, de pie, incapaz de mover un solo músculo mientras los sonidos se iban acercando en su dirección.
Incluso la naturaleza parecía presentir que se avecinaba un desastre, ya que la lluvia y el aire arreciaban conforme las pisadas se aproximaban. Rayos y truenos comenzaron a caer con ímpetu, al mismo tiempo que el frío cortaba en su rostro como navajas. Sus ojos llorosos escudriñaron entre las frígidas sombras hasta que descubrió al ser responsable de tal resuello.
¡Maldición!
Ella sabía muy bien de quién se trataba.
Era una mujer que avanzaba a través del espesor del bosque como si su vida dependiera de ello. Corría a paso forzado, pues ya no le quedaba energía para seguir por mucho más tiempo. Sus pies tropezaban continuamente en el fango y cada vez le resultaba más difícil ponerse de nuevo en marcha. Iba apenas vestida con lo que antes había sido un camisón que ahora estaba hecho jirones y cubierto de manchas de tierra y sangre.
Cuando estuvo a pocos pasos de distancia, Daphne fue consciente, a pesar de la densa cortina de lluvia, de su constitución crítica: su estómago predominaba en su cuerpo, increíblemente hinchado. Resultaba obvio a la vista que la pobre mujer estaba embarazada y entrando en labor de parto. La pobre mujer trastabilló en su andar y cayó justo frente a sus pies, lanzando un agudo grito de agonía que le perforó los oídos.
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Editado: 10.05.2020