Destiny - Las Crónicas de Balanjard 1

10

La inconsciencia del sueño transportó a Daphne más allá de lo que su cuerpo terrenal podía. Se sintió flotar en un lugar etéreo y eso la hizo estar tranquila. Tenía los ojos cerrados y aunque no podía sentir su cuerpo, percibía a su alrededor una calidez que la acogía.

Oh, Dios.

¿Cuándo había sido la última vez que había disfrutado tanto de una siesta? No tenía idea, pero la sensación era embriagadora y excitante. Daphne no se percató del pasar del tiempo, inmersa en su plácido descanso, pero eso acabó abruptamente cuando empezó a percibir un cambio. Una ráfaga de aire gélido y húmedo empezó a rodearla.

Abrió los ojos entonces y cuando contempló lo que tenía en frente, deseó no haberlo hecho.

¡¿Qué demonios?!

Una nueva pesadilla la había transportado a una especie de calabozo en tinieblas, que tenía un muy penetrante olor a sangre.

Gradualmente, el peso de su cuerpo volvió a ella junto con un ardor creciente en sus muñecas y tobillos.

¡Auch!

Cuanto más trataba de moverse, mayor dolor punzante sentía.

Percibió que algo caliente resbalaba por su piel, ahí donde su dolencia crecía. Bajó su vista y descubrió con espanto que, aquello que le escurría por el cuerpo era su propia sangre, la cual afloraba de unas incisiones abiertas que tenía, provocadas por gruesas espinas. Había una enredadera que sujetaba sus muñecas y tobillos, y que se dispersaba por todas las paredes y el techo cóncavo de aquel lugar. Ningún rayo de luz atravesaba la habitación.

Daphne intentó ponerse en pie y las enredaderas se adhirieron aún más a ella, clavándole sus mortales espinas hasta que casi le cortaron la circulación. Lágrimas de agonía brotaron de sus ojos mientras deseaba volver a dormirse, pero sus ojos luchaban contra un peso invisible para no cerrarse y sus oídos se agudizaban a la espera de poder escuchar cualquier cosa.

Pasados unos instantes, un ruido sordo le advirtió que no estaba sola. Se puso alerta y captó varios forcejeos y gruñidos guturales que provenían de una esquina a su izquierda.

Concentró toda su atención en ese lugar apartado, ahí donde las sombras protegían la figura de un sujeto cautivo, el cual estaba encadenado con la misma enredadera espinosa que la apresaba a ella. La piel de sus pies descalzos parecía demasiado pálida y frágil, vestía un simple pantalón de lana de aspecto andrajoso y deshilachado. Por las manos de aquel desvalido corría la sangre fresca que emanaba de sus lesiones, pero su torso y rostro yacían escondidos en la oscuridad de su refugio.

Poco a poco, retoñaron pequeñas y hermosas flores carmesí por toda la mazmorra, junto con unos destellos resplandecientes, los cuales profirieron una ligera luz al lugar.

La piedra dura de la celda estaba casi totalmente cubierta por la hiedra y por manchas de sangre. Las flores y luminiscencias crecían más y más mientras el hombre prisionero gemía con voz ronca, como si tales cosas le arrancaran la vida. Daphne no comprendió la causa de su agonía hasta que ella misma lo sintió en carne propia y se percató de lo crítico de su situación.

El color inusual de las rosas, las espinas que me perforan y drenan mi cuerpo... ¡La planta se alimenta de sangre! ¡Santa madre! ¡NO!

Aterrada como estaba, abrió la boca queriendo gritar, pero su voz no emanó. La fuerza dominante de sus pesadillas la obligó a permanecer ahí como espectadora, sintiéndolo todo.

¡Esto es una tortura!

El dolor se hacía cada vez más intenso. Daphne y el prisionero se retorcían contra sus ataduras tratando de liberarse, pero todo resultaba inútil.

De pronto, un destello de luz radiante apareció ante ellos, cegándolos. Duró apenas un momento, dejando tras de sí la figura de una persona que la hizo encogerse de terror.

¡¿Pero quién demonios es ése?!

El extraño visitante iba ataviado con una túnica oscura que cubría la mayor parte de su cuerpo y rostro, pero de alguna forma, Daphne reconoció su andar sigiloso y apariencia siniestra de otras de sus pesadillas. De aquellas pesadillas que hacía tiempo había olvidado.

Sus sienes palpitaron dolorosamente al recordar vestigios de sus antiguos sueños y, horripilada, observó cómo ese sujeto se aproximaba a donde estaba su compañero de celda y que éste alzaba su cabeza para contemplar al visitante desde las sombras.

−Vaya, vaya, cuánto tiempo ha pasado desde tu última visita, ¿doscientos?, ¿trescientos años? – le preguntó con voz gutural el prisionero a la figura oscura.




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