Destiny - Las Crónicas de Balanjard 1

19

La cara de Vincent Carmichael era un poema: lucía completamente trastocado y fuera de su elemento. Sus ojos nublados por el desconcierto y la congoja contemplaban a Daphne sin saber qué esperar de ella, y eso era lo que más le afectaba: la incertidumbre.

En su fuero interno, el joven siempre se había jactado de poder medir el carácter y el estado de ánimo de las personas, por lo cual le resultaba fácil acercarse y encandilar a quien quisiera, como si fuera el flautista de Hamelin y las personas a su alrededor simples ratones. Aquel era un don familiar heredado, que su padre usaba con maestría al momento de ir a la corte y su pequeño hermano también lo tenía, aunque Henry lo aplicaba para la obtención de dulces y juguetes, si es que Mary no intervenía, claro.

Desde el primer contacto que tuvieron, resultó obvio que la familia Daaé era la única invulnerable a los encandilantes dones de los Carmichael.

Vincent recordaba claramente el infierno de persecución que hizo su padre para que Mary Daaé le concediera siquiera una primera cita. La mujer había resultado ser increíblemente estoica y renuente a dejar a la familia de su hermano. ¿Cómo se las había ingeniado su padre para que Mary accediera a casarse con él al cabo de un año?, Vincent aún no lo sabía; pero de lo que sí estaba seguro, era que Daphne compartía el mismo carácter fuerte de su tía y que la amenaza hecha no era a la ligera.

En todos los años en los que había aprendido a desenvolverse con las personas, llegando a ser querido por sus amigos y admirado por muchos otros, nunca había logrado descifrar ni afectar a Daphne.

Ella se había convertido en su incógnita, el eslabón perdido que no sabía cómo embonar, el punto de desequilibrio en su universo regulado; y por tal motivo, tras su primer encuentro con ella a los ocho años, recurrentemente la tenía presente en sus pensamientos, aún si no estaba dispuesto a admitírselo ni a sí mismo.

A lo largo de los años en que se habían visto obligados a convivir en los eventos familiares, Vincent había hecho uso de todo su arsenal para ver si lograba acercarse a ella y encandilarla como a todos los demás; sin embargo, sus avances siempre recibían la misma indiferencia helada por parte de la chica y en respuesta, su instinto de autopreservación reaccionaba atacándola con pullas, ironías o sarcasmos que divertían a quienes los rodeaban y mitigaban su ego herido, pero que de igual manera lograban irritar a Daphne al punto de maldecirlo.

Y aunque de niño Vincent se mostraba divertido por la reacción de Daphne a sus bromas, conforme fueron pasando los años se dio cuenta del grave error que había cometido con ella, pues a la larga sí había logrado afectarla, aunque no de la forma que hubiera querido.

La última vez que se vieron, hacía ya tres años, Vincent comprendió de la peor forma posible que la había herido muy hondo... y lo crítico de su desorden del sueño.

Ese episodio propició que Michael y su hija se mantuvieran alejados, haciendo a Mary sumamente infeliz, aunque procuraba ocultarlo, y le había provocado a Vincent un cargo de conciencia enorme que no lo dejaba tranquilo, en especial porque terminó en una disyuntiva donde se vio enfrentado a nociones sentimentales de sí mismo que no sabía ni cómo procesar.

Por desgracia para su situación actual, Daphne era completamente ajena a todo su conflicto interno y por ello, mientras contemplaba los profundos ojos achocolatados de la chica, decidió que la mejor forma de lidiar con la situación era poner cara de póker y evadir:

—No sé qué habrás escuchado, Daphi, pero si te pusiste así porque le dije a Michael sobre lo de anoche, debes entender que yo...

—Lo poco que vale tu palabra me importa un carajo —lo cortó ella, francamente molesta. Estaba cansada de que el joven siempre la tratara como estúpida—. Siempre has sido un maldito y el solo pensar que me guardarías el secreto hasta que yo pudiera hablar con papá, es más culpa mía que tuya.

Sus palabras ensombrecieron a Vincent, quien de inmediato se dio cuenta de su error de táctica.

—No lo tomes así, shortcake. (1)*

—¿Y por qué no lo haría? Nunca fue diferente contigo y la verdad es que ya ni me importa. Ya estoy acostumbrada a tu comportamiento estúpido—le dijo entonces, harta de rodeos—. Lo que me interesa que me expliques es todo lo demás, empezando por el hecho de que aparentemente sufro alucinaciones desde niña y soy una especie de peligro en potencia para el mundo, aunque la única que parece no saberlo soy yo.

Vincent tragó saliva, maldiciendo para sus adentros.

—Así que se trata de eso.

—Por supuesto —confirmó ella—. Prácticamente me tachaste como una loca inestable capaz de agredir a cualquiera apenas tenga un ataque, y quiero saber porqué. ¿Qué bases tenías para decir algo como eso? —le increpó.

Vincent hizo una mueca ante su tono y la contempló ecuánime durante un momento que le pareció interminable, como si estuviera discerniendo si era conveniente darle lo que pedía, antes de negar con la cabeza y simplemente responder:

—No.

Daphne arqueó las cejas con sorpresa.

—¿No?

—No voy a discutir eso contigo, shortcake —soltó él indiferente.




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