Destiny: Sweet Lies

PUNTO DE QUIEBRE

Primavera es la estación favorita de muchos. La gente suele salir a la calle a disfrutar el nacimiento de las flores o simplemente a contemplar el paisaje durante el atardecer. Se le asocia con vida y juventud porque el campo trae a la ciudad diversos tipos y variedades de flores que visten a la ciudad de colores, trayendo alegría a las personas al generar un ambiente romántico y cálido.
¿Quién llegaría a sospechar que en aquel prado de tulipanes había brotado un pequeño asfódelo? Es difícil de imaginar que una flor veraniega de un amarillo brillante fuera a nacer en una estación que no le corresponde, y es increíble que medio de tanta euforia una flor tan vívida sea símbolo de tristeza, de un corazón que va a la deriva.

Hace pocos días termino el invierno. Los días se hacen más largos y las noches ahora son cortas, es notable el aumento de temperaturas y hay presencia de lluvias moderadas, el tiempo sigue avanzando sin detenerse, sin esperar a nadie.
Ella necesita tiempo, lo anhela con toda su alma, desea que se detenga o mínimo que alguien escuche sus gritos de ayuda.

— ¿Crees que eso está bien? Por supuesto que no es correcto, nunca sabes nada. Ignoras el hecho de que tu madre y yo nos esforzamos todos los días para que tengas una vida mejor. ¡Deja de creer estupideces!

 — ¡Ya basta! — la situación le estaba abrumando demasiado, era su padre quién le hacía llorar, y solo se limitaba a bajar la cabeza por miedo a enfrentarlo. — Se supone que soy tu hija.

 — ¡Cállate!

En aquella casa azul se escuchó un golpe seco. La chica había caído al suelo y de sus labios brotaba un líquido rojo. Se froto la mejilla intentando calmar el dolor.

— Soy tu padre, no cualquier amiguito tuyo para que me hables como quieras, así que no te atrevas a cuestionarme nada.

Su cabeza le estaba haciendo imaginar diversos escenarios, desde que era valiente y en lugar de ser consumida por el miedo lograba enfrentar al gigante, que le dejaba de importar todo e iría a denunciar la violencia que vivía, dejar que la ira tome el control y tomar venganza sonaba tentador, en el peor de los casos se rendiría en brazos de la muerte.
Llevaba una hora discutiendo con su padre y perdió la cuenta de los golpes que había recibido su pequeño cuerpo, quizás unos cinco, o diez, tal vez quince. 

— No hice nada malo, solo deseaba verla y ahora me condenas, padre. Deja de castigarme, deja de ser tan cruel. 

— Keey, de nada sirve que la veas a espaldas mías, todos me conocen y terminarán contándome. — Los ojos del despiadado padre estaban inyectados de odio. Tomo a Keeylee desprevenida y con el cable del DVD la golpeo. Los gritos que emitía la menor eran desgarradores. — Eres una estúpida, odio las traiciones, a ver si con esto te queda claro.

— Basta, ya déjame, suéltame. — Forcejeaba ante la inmensa fuerza de su padre, no podía hacer más que librarse unos segundos de su agarre porque la cogía del cabello intentando ponerla de pie y los golpes le eran propiciados de nuevo.
Iba a huir del lugar, de no ser porque al darse vuelta para abrir la puerta, un golpe la hizo arrodillarse. Comprendió que había cometido un error. No pretendía levantarse. Atrajo su cuerpo a sí misma abrazándolo en posición fetal, rezando porque se dieran cuenta de su dolor. El iracundo hombre ignoro las señales de súplica, nuevamente la tomo del cabello sin lograr levantarla, se limitó a estar girando en círculos con Keeylee a sus pies mientras la golpeaba con mayor intensidad.

Keeyle deseaba haber muerto hace tiempo.

 — Mil veces te lo dije, te voy a encontrar, no importa dónde corras a esconderte de mí.

La castaña, llena de miedo y privada del llanto, se metió debajo de la mesa aferrándose a la base de madera. Su padre, carente de raciocinio, lo tomo como un enfrentamiento.
Todo ocurrió demasiado rápido, ella solo deseaba que detuviera sus ataques. Un último golpe fue a dar a su pierna izquierda. No supo diferenciar si dolía más el ardor a causa del cable grueso, o que su padre rompió su promesa acerca de cambiar. Gritó por ayuda aun sabiendo que nadie vendría a salvarla.

La música dejo de sonar, tenía sentido porque nadie corría en ayuda de la menor si su voz se perdía con el ruido.

Preso del cansancio, envió a su hija a la habitación. Keeylee inhalo aire, ahogo sus gemidos de dolor al ponerse de pie, subir las escaleras se transformó en deporte extremo y era agotador. Estando dentro de su recámara cerró la puerta con llave.

La noche se coló por su ventana. Seguramente su padre asistió a trabajar, su madrastra y hermana deberían estar en la cocina y sala respectivamente ignorando lo que ocurrió hace unas horas.

Se dio una ducha con agua caliente para relajar sus músculos. Al salir tomo el espejo de cuerpo completo, era evidente su estado y aun así retiró la toalla de su cuerpo, quedando desnuda para analizar su reflejo. Tenía una costra en la comisura de sus labios a causa de la cachetada, la mejilla derecha seguía roja; en la espalda tenía alrededor de cinco marcas carmesí a causa de los azotes; la pierna derecha parecía un lienzo con líneas en colores verdes, rojos y morados; sus nalgas parecían constelaciones y era posible trazar formas si las unía, justo como las estrellas. Rio, minimizaba la situación con humor. 
Tocó su pierna izquierda y al mirarla quedó pálida, estaba en pésimas condiciones, una enorme mancha roja amenazaba con sangrar en cualquier momento, el dolor hizo acto de presencia. Keeylee se limitó a sentarse en la cama tras tener consigo el botiquín. 

La abuela le obsequió una pomada de árnica hace un mes por dormir mal, no titubeo al masajear su cuerpo en espera de bajar la inflamación, vendo ambas piernas después de curarlas y se vistió. El dolor se apoderó de ella porque ni tomando tres cápsulas de diclofenaco mezclado con el árnica lograba hacerlo disminuir. Hastiada de su deplorable situación se armó de coraje para idear un plan: marcharse de su hogar antes de terminar muerta a golpes.




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