Destruyendo tu Imperio: Herederos (1)

Capítulo 13

—Levántate. Vamos, una vez más. Levanta tu espada y acomoda esa postura.

El joven príncipe Logan se colocó de pie con dolor, pero con una clara expresión de decisión en su rostro. Estaba dispuesto a aprender tanto como pudiese de su hermana mayor, al igual que Liam, a quien también se le dificultaba la tarea. Pero les era asombroso aprender de la joven emperatriz, quien era más que habilidosa y una gran maestra.

Los jóvenes blandían sus espadas tal como instruía su maestra y cuando esta vio que estaban exhaustos llamó a sus otros hermanos.

—Solon, Darek, a un lado de la arena con el comandante Alec. Daphne, Mariana, con Dídac. Daniel y Samuel con el subcomandante Zev. Y tú Tarek, ni pienses en irte. Te entrenaré yo misma.

Todos asintieron mientras el rostro de Tarek se desfiguraba del pánico.

—Irás a la guerra. No te dejaré indefenso. Me lo agradecerás más tarde.

El príncipe solo asintió y la siguió a su lugar de entrenamiento.

Se formaron varios grupos alrededor de cada dúo que entrenaba. El más concurrido, sin excepción, fue el de la emperatriz. Su fama no era gratuita; era la maestra absoluta de la espada, una leyenda viviente cuyo dominio del acero inspiraba tanto admiración como temor.

Cada uno de sus movimientos era la perfección hecha acero. No había duda ni vacilación en su postura, solo la certeza de quien ha convertido la espada en una extensión de su propio ser. La emperatriz Weilar no entrenaba como los demás; no buscaba mejorar, porque ya estaba más allá de la maestría. En su mundo, cada corte era una sentencia, cada paso una estrategia, cada respiración un eco de guerras pasadas que la habían forjado... Y las que estaban por venir.

Su espada danzaba en el aire, ligera como un susurro y precisa como un veredicto final. Sus oponentes, incluso los más diestros, apenas podían seguir el rastro de su hoja antes de verse desarmados, vencidos, humillados. Pero no era brutal ni cruel. La emperatriz no necesitaba alardear de su poder; su mera presencia bastaba para recordarles a todos que ella era la mejor.

Cuando se detenía, envainando su espada con un solo y elegante movimiento, no jadeaba ni mostraba fatiga. Para ella, entrenar no era un esfuerzo, sino un arte. Y en ese arte, no existía rival digno de su nivel.

Y por eso era admirada por sus caballeros, hermanos y primos. Era la diosa de la espada. Un mito que se convertiría en leyenda.

Tarek sentía la presión, pero muy en el fondo albergaba un deseo que aún no le había confesado a su hermana. Quería ser lo suficientemente fuerte para estar a su lado. Darek y Solon eran impecables en cuanto a conocimiento y manejo de la espada, pero Tarek era diferente. Le iba bien en sus clases, sí, pero no era sobresaliente como sus hermanos.

Por eso, quería destacar al menos con la espada. Aunque disfrazara sus deseos con quejas, en el fondo sabía la verdad: se convertiría en una mejor versión de sí mismo, una capaz de ayudar a su hermana en la batalla. Si Dídac era su escudo, entonces él sería su espada.

—Tarek. ¿Estás listo?

Preguntó Weilar a lo que el joven asintió.

—Nací listo.

Así comenzó el entrenamiento de Tarek. Quien ahora tenía la confianza suficiente para confesar su mayor deseo y poner todo de sí para lograr su meta.

El entrenamiento pasó y cuando todos estaban descansando, tres jóvenes caballeros se acercaron a su majestad, a la vez que llegaban Aike, hermana de la comandante Dione y Akila, su hija, que fueron llamadas por la emperatriz.

Cuando todos llegaron frente a la joven líder del imperio, se hincaron en una rodilla y saludaron a su monarca.

—Gloria eterna al sol del imperio.

—Bienvenidos. De pie, por favor.

Ya todos de pie, empezaron las presentaciones de las tres caras nuevas. El primero fue un joven de cabello rubio y ojos celestes.

—Es un honor presentarme ante Su Majestad la Emperatriz. Mi nombre es Sir Reagan, del marquesado Tombell. Presento mis respetos.

Los siguientes fueron los hermanos Pietro, una joven de cabello castaño oscuro, ojos marrones, de tez trigueña y el joven de cabello castaño claro, de tez clara y ojos verdes. Cada uno era la viva imagen de sus padres.

—Me presento ante su majestad la emperatriz. Sir Brielle, del ducado de Pietro a sus servicios.

—Presento mis respetos ante su majestad la emperatriz. Mi nombre es Sir Edmund, del ducado de Pietro, es un enorme placer.

—Presentando nuestros respetos a la luz más brillante del imperio. Que la gloria se extienda eternamente sobre su reinado.

—Aike, Akila, un placer verlas y es un placer conocerlos a ustedes tres, destacados caballeros. Los mandé a llamar porque quería hacer unos ajustes. Esta es la lista de escoltas en donde están Aike, Akila, Brielle y Edmund. Por otro lado, tu Reagan serás parte de mi escolta junto con Dídac. Revisen la lista que les pasará Alíc.

En ese momento apareció Alíc con la lista en mano, ofreciéndoles a los cuatro caballeros observar sus nuevos puestos.

Lista de escoltas:

•Haidar: Sir Julissa.
•Farah: Sir Aike.
•Oriol: Sir Terrence.
•Resse: Sir Brielle.
•Alaric: Sir Edmund.
•Akira: Sir Akila.
•Barak: Sir Camille.
•Kaled: Sir Kim.
•Ryux: Sir Zack.
•Zohar: Sir Khall.

—Aceptamos sus órdenes su majestad. Es un honor servirle—respondieron los cuatro caballeros a la órden de su monarca.

—Es un gran honor servir como escolta de su majestad. Prometo velar por su seguridad con mi vida.

—Muy bien. Los demás escoltas ya están avisados. Mañana a primera hora comienzan con sus deberes. Pueden retirarse.

Reverenciaron.

—A sus órdenes. Que la luz brille sobre el sol del imperio.

Y así pasó la cena de despedida, un último encuentro familiar antes de la partida del día siguiente. La noche transcurrió entre deberes y documentos, papeleo tras papeleo. Y finalmente, llegó la despedida.




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