TANIA.
El vestido de mi prima era realmente horrible. Pero al menos el amarillo resaltaba en mi oscura piel. Mi pelo era desastroso, siempre lo era. Intenté peinarlo, pero los rulos no me lo permitían. Me coloqué mis lentes, y pude verme bien en el espejo. Parecía una princesa arrollada por un camión.
Escuché el timbre sonar, y mi corazón dio vuelco. Pero no un buen vuelco. ¿Algún vuelco de alguna cosa sería buena?
Bajé corriendo las escaleras, casi me tropiezo con las quinientas capas del estúpido vestido, y los últimos tres escalones pasaron más rápido de lo habitual. Lo próximo que supe es que estaba en los brazos de Marcus.
Parpadeé, acomodé mis lentes, y me alejé inmediatamente. Sentía el calor subir por mis mejillas. Detrás de él, se encontraba su familia, que me miraban sorprendidos. Qué vergüenza. Qué vergüenza. Por favor, trágame tierra.
—Bueno...— sentí la voz de mi madre, y un suspiro.— Como les veníamos diciendo, Tania es una señorita muy especial.
—Ya vemos...— contestó la madre de Marcus, con cara de desaprobación total.
Mierda, pensé. Mi madre me matará. Ya podía sentir sus retos sobre mí.
—¿Nos podemos ir ya?— preguntó Marcus, mirándome con cara de asco. ¡Por dios, si es desgraciado! Su pelo era de un horrible color rojo. Mi madre estaba obsesionada con que mi futuro novio debía tener cabello rojo, como el de mi padre. Que por cierto, no se encontraba cerca. Me pregunto que habrá sucedido. Pero volviendo al tema anterior, él es el desdichado más grande del mundo, y se atreve a mirarme a mí así. Por dios... Por dios... Qué desgracia.
—Claro que no...— solté, y abrí mis ojos bien grandes.
—Claro que sí.— corrigió mi madre. Y con las dos manos en cadera me llevó hasta la puerta, junto con el estúpido pelirrojo, y nos la cerró en la cara. Su familia se había quedado del otro lado.
En silencio nos quedamos allí afuera. Bufé, y me crucé de brazos.
—Disculpa, ¿Cómo era que te llamabas?— me preguntó mientras caminaba hacia lo que parecía un deportivo rojo. Dios, ni siquiera con lentes lograba distinguir algo. El celular me estaba causando serios problemas de ceguera.
Le ofrecí una mirada asesina, él levanto sus asquerosas cejas rojas, y me fui hacia el otro lado. ¿Mi plan? Caminar dando vueltas por la manzana, hasta que él vuelva, y entrar en mi casa nuevamente, y hacer como si hubo una cita real.
—¿Qué haces, Tania?— me preguntó, mientras me alejaba. Me di media vuelta para observarlo.
—Camino en la dirección opuesta a la que estas yendo... ¿No es obvio? Espera...¿tú quién eres?— inquirí de manera sarcástica.
—Lo siento...— rascó su cabeza. En su brazo, se formaron abultados músculos. Por dios, pensé. Yo tengo más músculos que eso.— Suelo ser un poco tonto.
—Ok.— me di vuelta para seguir caminando. Escuché cómo se cerró la puerta del auto. Por fin me dejaría sola...
Me equivoqué. A mi izquierda apareció él, yendo marcha atrás.
—¿Vienes?
—No lo creo.
—Seré un idiota, pero no tanto como para dejarte sola en la calle. Vamos... te dejo donde quieras. Iré a la fiesta, y luego nos reencontramos. ¿Te parece?
Sin decir una palabra, me metí en el auto. Realmente me daba miedo caminar sola de noche, y era mejor estar acompañada.
—Bonito atuendo...— dijo entre dientes.
—El amarillo es mi color.— dije, segura de mi misma.— Y, sí. Es un muy bonito vestido.
ISABEL.
Hacia más de tres horas que estaba esperando que mi padre termine una reunión para poder cenar. La comida se había enfriado, y las bebidas se habían calentado. La batería de mi teléfono había muerto, y estaba pegada a la pared cargándolo. El otro hijo de mi padre, o sea mi medio hermano, era un apestoso niño sin modales. Comía con la boca abierta, y desconocía el uso de auriculares para ver netflix en su tableta.
Me estaba muriendo del aburrimiento. Todo en esa casa era muy soso. De color blanco, o negro. O gris. Extrañaba mi feo sillón verdoso que parecía sacado del basurero, en el cual nos sentábamos con mi madre a ver películas. Hablando de mi madre, se volvió una adolescente infantil, y aún no contesta mis mensajes. Espero que esté bien.
Roberto pasaba cada quince minutos, asegurándome que mi padre ya vendría. Y se ofrecía a calentar mi comida. Pero realmente no tenía ganas de comer nada, así que lo rechacé todas las veces que vino. En cambio, el odioso niño pedía un nuevo plato de comida. Si seguía así explotaría en fideos y milanesas.
Me recosté sobre mi brazo, mirando la pantalla de mi celular. Era una foto mía, y de mi novio. Y cuando lo desbloqueaba aparecía una foto con mis amigos. Los extrañaba tanto...
Mis ojos se cerraban de a poco. El sueño me ganaba. No tenía fuerzas ni para ir a la habitación de huéspedes.
De pronto, la vibración de mi celular, me dio tanta energía como para correr un dakar. Abrí mis ojos, y allí estaba. El mensaje que salvaba mi noche.
Sabri creó el grupo "JODA RÁPIDA"
Sabri añadió a Jose
Sabri añadió a Matilda
Sabri añadió a Jackson.
La lista era interminable. El primer mensaje decía...
Sabri: joda en casa de las raras!!! No falten!!! :P :P :P
—¡SI!— grité. Y casi tumbo la copa de agua. Corrí escaleras arriba. Me duché muy rápido, y me cambié más rápido aún. Le mandé un mensaje a Jackson, mi novio. Para preguntarle si estaría allí.
Decidí ponerme unos jeans negros, y un top del mismo color. Mis vans, y una campera de cuero. Mi cabello estaba muy corto como para poder atarlo en una cola de caballo, pero me puse una vincha. De seguro iba Marcus DeSantis, y él me prestaba su auto para correr las carreras clandestinas. Un hermoso deportivo rojo hasta que yo sea mayor de edad, y mi madre confíe en mí para regalarme un auto. El trato era así, cuando yo ganaba, él se quedaba con la mitad del dinero. Cincuenta y cincuenta; estaba bien para mí.