Detectives en verano |amor fúnebre|

CAPÍTULO 4

TANIA.

    Bel me había dejado al lado de esta chica Aurora. Y realmente, tenía una muy mala vibra. Su cabello rojo me asustaba hasta los huesos. Ambas estábamos sentadas en unos escalones incomodísimos que funcionaban como gradas. Arriba nuestro pasaba un puente que conectaba nuestro pueblo, con otro. Y veíamos derecho la pista de carreras. 

     Con el tema de mi madre, realmente me terminé por resignar. Que me diga lo que quiera, fue su idea realmente hacerme salir con ese chico. Yo le dije que no quería. 

     De lejos, se veían los autos en dos filas. El auto de Marcus estaba último. Delante de él, había otros cuatro autos, y en la otra fila también. Mi dañada visión no dejaba que viera quién se encontraba al lado de Bel. No tengo idea, realmente cómo será. Y si no me equivoco, se está acercando una chica en el medio de las dos filas. 

     El calor era realmente insoportable. Todos sudaban. No interesaba que tan poca ropa lleves puesta. Hasta Aurora comenzó a abanicarse con una caja de cigarrillos, que no sé de dónde sacó. Un poco de viento me llegaba, así que me sentí aliviada. Pero en cuánto se dio cuenta que a ella no le llegaba un céntimo, y que todo su esfuerzo no valía para nada, apuntó bien hacia su cara, y mi alivio se fue. 

     No sé realmente por qué había tanta tensión en el lugar. Pero se percibía. Como una guitarra que suena como un gato descontrolado con el eco de una cueva. Me sentía tan nerviosa como antes de una prueba. O antes de ir a confesarme. Bien, no es una buena comparación, Tania. No todos aquí se han confesado. 

     La chica que estaba entre las dos filas, se saco su remera, y la usaba como una bandera. Creo que estaba por comenzar. Había una gran cantidad de gente. Por todos lados. Muchos desde las gradas improvisadas con escalones de concreto. También desde los techos de sus autos, o camionetas tuneadas. 

—Lindo vestido...— me dijo Aurora, mientras sacaba un cigarrillo de la caja, y me lo ofreció. Negué con la cabeza. Ni loca. Me hice una promesa a mi misma, y era que jamás fumaria. Era algo horrible ese olor. Por ésta razón, decidí alejarme.— ¡Oye! ¿Dónde crees que vas?

—Me alejaré, solo un poco. No me gusta el olor del cigarrillo.— seguí caminando, hasta que sin quererlo me choqué con alguien encapuchado.— ¡Lo siento!— dije. 

     Se dio vuelta un muchacho rubio, de ojos verdes. Igual a Lucinda, pero en hombre. Que graciosa era ésta noche. Comencé a reírme, sin quererlo también. 

—¿De qué te ríes, sapo feo?— dijo el chico, empujándome. Resbalé hacia atrás. Aurora me agarró de repente. Evitó que me caiga de la escalera

—¡¿Qué crees que haces, hermano?!— esa voz, la conocía. Era Lucinda. Lo tomó por los hombros, y lo dio vuelta.— ¡Es mi amiga!— Aquella muchacha rubia, estaba sentada en un muro hecho de escombros. Con más gente. Eran como una pandilla. 

—¿Éstas son tus amistades, Luce?— escupió a un costado. Típico acto varonil. ¿Nadie les enseñó lo desagradable que es?

—Sí, idiota. ¿Tienes algún problema?— se metió Aurora.— ¿Quieres meterte conmigo acaso? Ésta niña, es mi amiga. Y si es amiga de tu hermana, también tu hermana es mi amiga. Así que, vamos...

—¡VETE AURORA! No tienes poder aquí...— gritó el chico rubio. 

—¡Jódete!— le mostró el dedo del medio. Sus uñas eran envidiables. Eran de acrílico, largas. Brillantes. 

—Sigue tu camino, prostituta barata...— dijo por lo bajo. Aurora, que se había dispuesto a irse, y me había tomado del brazo. Se dio media vuelta, y de su vestido sacó una arma. Me eché para atrás. Posicionó la boca del arma en la cabeza de aquel muchacho. 

—¿Cómo me dijiste?— preguntó ella, de una manera muy siniestra. 

—Mierda, Luke— soltó Lucinda.

ISABEL

     La chica que daba comienzo a las carreras se acercaba. Los latidos de mi corazón se aceleraban. El sudor caía por mi frente. Me agarré bien al volante. Todo lo que podía llegar a sentir era el ruido de mi corazón queriendo salirse de mi pecho. Marcus, a mi lado, parecía estar más tranquilo. Todos vitoreaban. Pero no a los autos. Sino a la bonita chica. No podía prestarle toda mi atención, pero si que me daba un poco de asco que hagan eso. 

     Centré mi vista en la bandera que era su pequeño top. Estábamos últimos, pero no era el fin del mundo. La pista era más larga de lo que parecía. Ésto era el intento de unas autopistas para conectar nuestro pueblo, Northside con Southside. Pero realmente había resultado imposible. Southside jamás había querido conectar con nosotros. Somos como la peste de todos los pueblos. Y realmente, lo que importaba era el recorrido... 

     La bandera bajó. Y los motores rugieron al segundo. Los primeros, los segundos. Hasta los cuartos. Mi tiempo de reacción fue mayor al que estaba a mi lado. Me posicioné delante de él. El velocímetro subía, cada vez más. Estábamos séptimos. 

     Oí un disparo. Y mi corazón se detuvo. Entré en pánico. Mi primer pensamiento fue en Tania. 

—¡No, Isabel! ¡No lo hagas! No te detengas.— gritó Marcus.— Ya tengo un informe de lo que está sucediendo. 

—¡¿Qué sucede?!

—¡Debes manejar! 

     Tragué saliva. El auto que había pasado, aceleró con todo, y nos golpeó. Maldito, pensé. Aceleré más aún. En la primera línea, se estaban peleando por el primer puesto. La primera curva vendría. Algunos se cerrarían, otros no. Aceleré más aún. El auto de delante, quería encerrarme. A ciento ochenta kilómetros por hora, la dirección del volante, se hacía más pesada. Pero esquivé bien ese ataque. Muchos jugaban sucio, pero ese no era mi estilo. Metí el séptimo cambio, y aceleré todo lo que más daba. Pasé al auto, y quedé en sexta posición. Quiso acelerar, pero me metí delante de él. Lo encerré. Ahora iba por el camino de la derecha. 

     La curva vendría pronto. Marcus estaba leyendo mensajes. 



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En el texto hay: intriga, amor, amor adolescente

Editado: 07.12.2020

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