Detectives en verano |amor fúnebre|

CAPÍTULO 7

ISABEL.

 

El doctor me dió el alta unas horas después de haber ocurrido el accidente.Marcus aún no despertaba. Aurora me trajo ropa de mi casa. Aunque supongo que esa también era su casa, ahora. Detrás de ella, entró mi padre. Su cabello oscuro, contrastaba con el rojo de su nueva novia. Por el señor jebus, eran tan diferentes. Él iba vestido de traje, que claramente costaba más que todo el salario de un mes de mi madre. Ella llevaba unos tacones aguja, y un vestido de lentejuelas demasiado corto y ajustado. 

Mientras me ponía mis zapatillas podía notar como clavaba sus azules ojos en mi espalda. 

—No era de esta manera como esperaba encontrarte, Isabel.— La voz de mi padre seguía siendo tan serialmente juzgadora como lo era con mi madre. Que por cierto, llevaba mucho tiempo sin hablarme. Eso comenzaba a preocuparme. Sentí las pulseras de Aurora moverse. Se estaba acercando hacia mi. 

—Somos dos.— respondí, mientras me levanté tan bruscamente, que sentí todos los golpes que me dí. Y los que no me di, también. Llevarle la contra a mi padre era más importante. Estaba con sus brazos cruzados, y con sus cejas juntas. Aurora me había agarrado del brazo, como intentando protegerme. 

—Isabel…

—Ahorratelo, padre.— me adelanté.— Iré a ver cómo está mi amigo, Marcus. Pero puedes quedarte con Aurora. Apuesto a que se conocen muy bien. 

Salí de aquella habitación que por poco me ahoga. Los hospitales siempre me daban una mala vibra. Nunca supe por qué, pero había algo mal en ellos. Mis recuerdos estaban bloqueando algo, supongo. 

Según el doctor horrendo que me tocó, el mismo de Marcus, dijo que él había sufrido lesiones más fuertes. Y que aunque era un milagro que yo estuviera viva, lo de él costaría más. Fue algo estúpido escuchar de la boca de un doctor la palabra milagro. Pero allá quién… 

Marcus me preocupaba. Realmente era mi amigo, y no podía pasarle nada malo. Me refiero algo más malo de lo que ya claramente le pasó, y por mi culpa. En mi corazón había una presión. Estaba angustiada. Pero no podía derrumbarme. 

Tomé el ascensor. Los pasillos estaban vacíos. No muchos accidentes graves pasan en los pueblos, supongo. No había ni médicos, ni enfermeras. Ni siquiera gente que limpie. Nada. 

No me fue sencillo encontrar la habitación de Marcus. Tarde bastante. Los pasillos se transformaban en laberintos. El dolor me supera. Superaba cualquier atisbo de inteligencia dentro de mi ser. Sin embargo, la desesperación de ver a Marcus, me hizo seguir. Será un estúpido muchas veces, pero ésto era por mi culpa. 

Doblé a la derecha, y ahí estaba. La madre y el padre, sentados en dos banquetas fuera de la habitación. Supongo. Ella me miró como si yo fuera el ángel de la muerte, y se refugió en los brazos de su esposo. Mientras gritaba que me saquen de aquí. 

Mi corazón se destruyó. Todo pareció ir en cámara lenta. Miré hacia el piso, buscando mis pies, mientras me preguntaba por qué no funcionaban. Por qué todavía no me habían sacado de allí. 

Detrás de mí, sonó el ascensor abriéndose. Sentí su perfume rodeándome. Era Tania. Me tomó de la muñeca, y tiró de mí. Parpadeé, y largué todo el aire que estaba conteniendo. Por mis ojos comenzaron a caer lágrimas que me quité antes de que alguien las vea. Su rizado cabello siempre tenía el mismo aroma, vainilla. 

En cuanto parpadié de nuevo, estábamos en un auto. 

—¡OYE BEL!—  gritó Tania en mi oreja. 

—¿Cómo llegué aquí?— mis manos sentía el cuero. Los asientos de uno de los coches de mi padre. 

—¿Es broma?— me miró. Estaba sentada a mi lado.— Tu padre nos dió éste auto con un chofer. Él se fue en otro con Aurora. Te lo dijo, Bel. Me pidió que te cuidemos con Luce. 

—¿Dónde está Luce?— pregunté mirando por la ventana. 

—Nos dijiste que olvidaste tu celular en la habitación. Ella se ofreció a buscarlo. ¿En serio no recuerdas nada?

—Allí viene...— dije, mientras me deslizaba al asiento del medio, para que Lucinda pueda entrar. Éstos autos siempre habían sido espaciosos. No importaba que tan grande esté. Nos separaba del chofer una pared que supongo se corría con… un botón. Exacto. Había un control remoto en las manos de Tania. 

Luce abrió la puerta, y se sentó a mi lado. Me invadió su olor a alcohol en gel. Observé sus manos, tenía mucho alcohol ahí. 

—No lo encontré, Bel. Lo siento...— se disculpó.— Revolví todo el cuarto, pero podemos buscarlo en la estación de policía. 

—¿Estación de policía?— inquirí, mientras sentía cómo se creaba un muro de agua en mis ojos.

TANIA.

Isabel estaba fuera de contexto. Creaba lagunas mentales. Claramente estaba traumada. O tal vez, simplemente era un efecto secundario de las drogas, y de los golpes. En cualquier caso, ésto que sucedía tenía un mal aura. Podía sentir cómo mi mejor amiga de hace un día estaba abarrotada de información que tal vez aún no estaba preparada para recibir. 

Al llegar a su casa, la ayudamos a bajar. Su padre se había ido a trabajar. Al parecer era dueño de muchas concesionarias por todo el país. Aurora estaba allí, supervisando a las chicas que limpiaban. Mientras jugaba con el medio hermano de Bel. Y Roberto nos preparó el almuerzo. 

Mi madre llamó mientras me deleitaba con una comida la cual no podía pronunciar el nombre. Me dijo que podía no volver a casa esta noche. Lo que claramente me sorprendió. Algo raro sucedía. Con mi padre. Las cosas estaban complicadas, y no quería que me preocupe. 

Al subir al cuarto de Isabel, pude ver que no era su cuarto para nada. No tenía su estilo. Su corto cabello color castaño, su manera de vestir. Esa chica tenía una personalidad muy definida, y su cuarto claramente lo reflejaría. 

—Éste no es tu cuarto, Bel...— le dije, curiosa. Todo era color blanco. Las paredes, los escasos muebles. El acolchado de la enorme cama donde podíamos dormir las tres a las anchas. Tenía un baño privado, que no tenía ni siquiera jabón. O toallas. 



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En el texto hay: intriga, amor, amor adolescente

Editado: 07.12.2020

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