Detectives en verano |amor fúnebre|

CAPÍTULO 9

 

TANIA. 

Luce ocultaba algo. Lo sentía. No sé por qué. Pero había muchas cosas de las que preocuparse. 

Ver a mi padre tras las rejas, me respondió muchas preguntas, y me dejó con muchas otras. Eso lo iba a resolver cuando llegue a mi casa. 

Bel había sido muy valiente. Y parecía no estar pasándola del todo bien. Me sorprendí al no haberme dado cuenta antes. Era muy notorio. Sus ojos estaban tristes. Pensé que era por Marcus, pero en realidad, los tenía desde hacía mucho. 

 

Las tres nos sentamos en una pequeña plaza a degustar nuestra merecida merienda. El calor era terriblemente asqueroso. Los mosquitos estaban sedientos de mi dulce sangre, tanto, que derramé un poco de café al intentar matar a uno que se había posado sobre mi pierna. 

Bel estaba perdida en sus pensamientos. Luce no podía parar de mover su pierna de arriba a abajo. Era exasperante. El chofer se había encerrado en el auto con el aire acondicionado. 

—¿Creen que Marcus estará bien?— preguntó Bel, llevando el vaso de café, hacia sus labios rosados. Sus ojos se centraban en algo, no podía determinar en qué exactamente. 

—Yo creo que sí.— contesté. Mi tono de voz sonó cansado, no era el que quería usar, pero cada vez me ponía más nerviosa el ruido de la goma de la zapatilla rozando el pavimento. Coloqué mi mano sobre su pierna, sus ojos verdes la escrutaron. Parecía que estaba por saltar, y arrancarmela. Saqué mi mano, despacio. 

—Seguro...— dijo Luce, mientras se llenaba su boca con una medialuna, olvidando nuestro pequeño encontronazo.

—¿Y ahora qué se supone que hagamos? — pregunté. 

—No lo sé. Sólo quiero dormir, y llorar.— soltó Bel. Luce le dio un abrazo. 

—¿Cuál era tu relación con Marcus?— la observé. 

—Ninguna. ¿Por qué crees que existía algo? Era sólo mi amigo. Dios, todos creen que existía algo. No existe nada…

—Bien, ya.. Ya entendí. Ya entendí. NO hay nada.— suspiré. Me parece que metí la pata. Era normal. Mis preguntas, y yo. Se exasperó demasiado. Espero no haber perdido una amiga.— Perdón.

Saqué mi teléfono del bolsillo de mi pantalón. Y me puse a ver las fotos que nos habíamos tomado ayer por la noche. Dios, todo había pasado tan rápido. Recordé a las gemelas. Y los gritos. Mi mente se encendió de pronto. 

Cara Sanders. Y Sarah Sanders. Dios, a quién se le ocurrieron esos nombres. Su prima, Laura. Había sido tirada por la escalera. Ese era el caso que tal vez intentaban unir con la camioneta. Hace unas semanas, la madre de las porristas había muerto en un terrible accidente. Pobres, y ahora su prima. Esas chicas tenían dinero, pero la muerte las perseguía. 

ISABEL.

—¿Puede existir una pequeña casualidad de que, el caso que intentan enlazar sea la caída de la prima de las chicas Sanders?— me acerqué de inmediato, y me senté a su lado. Entre sus manos, la foto relucía. Detrás, se veía una imagen. Nuestra imagen. 

—¿Qué caída?— preguntó Luce, mientras separaba los cuernitos de la medialuna, y se comía lo del centro. 

—Tú corrías, y la prima de las dueñas de casa, fue tirada por la escalera.— soltó Tania. — Está muerta. Supongo. 

—Mierda.— manifestó Luce. 

—¿Cómo podríamos saber si eso quieren unir?— Rasqué mi nuca, pensativa. Mis cortos cabellos me ponían de mal humor. 

—No sé.— respondió Tania. Luce hacía mucho ruido cuando comía, como un pequeño animal. 

—Tal vez, si vemos por donde venía la camioneta, podríamos determinar de dónde salió.— aportó Luce, con su boca llena. 

—¿Cómo?— inquirí. 

—Hay algo que se llama cámaras de seguridad. Las hermanas Sanders seguro tienen cámaras. Más en su gran garaje lleno de autos de alta gama. Si tenían una camioneta blanca, seguro que se verá. Supongo. 

—¿Cómo entramos?— pregunté. 

—Por Dios, no tengo las respuestas a todo. Déjenme comer mi maldita medialuna.

—Con Luce.— respondió Tania.— Le decimos que se le perdió algo. Que necesita entrar. Y, en realidad, vaya a donde se supone que están las cámaras de seguridad. 

—Si, claro.— Lucinda comenzó a reírse. Se tentó tanto que le salió un chanchito en medio de la risa. Y todas nos empezamos a reír. 

—Igual, lo decía en serio. 

—Es más sencillo revisar la patente del auto, y descubrir quién es el dueño— La comida parecía estimular sus neuronas. Tania la observó, intentando descifrar, cómo se le ocurrían esas ideas. Yo hice lo mismo.— Creo que hay una aplicación que hace eso. Pero seguro que la policía lo hizo. 

—Debemos ir a casa, ahora— me paré, y corrí hasta el auto. Las chicas me siguieron, 

 

Al llegar, corrimos escaleras arriba. Abrí mi computadora. Dios, era tan lenta. Necesito una nueva. 

Debíamos ser sigilosas. Las mucamas subían las quinientas bolsas con cosas que habíamos comprado. El timbre sonó. Supuse que sería todo lo demás que no podíamos cargar. 

Las tres estábamos sentadas en la cama, en la computadora, intentando recordar el número de la matrícula. 

—¿Por qué no vamos a buscarlo?— rezongué.

—¿Cómo no se nos ocurrió antes?— preguntó Tania. 

La habitación cada vez se llenaba de más y más bolsas. Cosas por todos lados. 

Las tres de manera sigilosa, corrimos nuevamente escaleras abajo. Nos subimos al auto, no había tiempo para esperar al chofer. Encendí el motor que rugía, y arranqué. Por el espejo retrovisor, pude ver como el empleado corría tras su coche, que mágicamente se había comenzado a mover sin previo aviso. 

El recorrido hacia el shopping fue más corto que al principio. Tiramos el auto en el primer lugar que encontramos. Corrimos por todo el estacionamiento; su tamaño equivalía a cinco manzanas. De lejos la vi. También vi mi vida pasar por mis ojos. Si no hubiera sido por los reflejos mágicos de Lucinda, ya estaría atropellada por una camioneta. Me tomó del brazo, y tiró de mí hacia atrás. Tania, que siempre llegaba tarde por falta de físico, se topó conmigo tirada en el piso, y con la espalda de Luce. 



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En el texto hay: intriga, amor, amor adolescente

Editado: 07.12.2020

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