Detectives en verano |amor fúnebre|

CAPÍTULO 14

ISABEL

Por alguna razón terminé frente a la casa de las hermanas Sanders. Luego de la muerte de su prima, no supe nada de ellas. 

El maldito de mi ex novio, era amigo de ellas. Y dentro, parecía haber una fiesta.

Que extraño, pensé. Si, era muy extraño. 

Tania me había comentado, que hacía muy poco también habían sufrido la muerte de la madre. Y hacía unos meses atrás, la de su abuela. ¿Qué tenebroso, no? 

Empecé a recorrer la casa. Era tan enorme, que ocupaba la mitad de una manzana. 

Había muchas ventanas. Vi la ventana por la que escapé con Tania. Sonreí. Me trajo muchos recuerdos. 

 

Era interesante la cantidad de maneras que había para escapar de esa casa. Por un momento, el accidente quiso oscurecer mi mente. Pero un ruido me sacó de mi ensoñación. Me di media vuelta. En el callejón, se encontraba Jackson. Sacando unas bolsas de basura. Bufé, y rogué por que no me viera. 

Me escondí detrás de unas cajas. Y ni siquiera respiré. Pero maldita sea la hora, en que decidí ponerme frente a la calle. Frente a mis ojos, pasó la misma camioneta que nos chocó. Jackson corrió hasta allí, y se subió. 

No pude evitarlo. No había manera de seguirles el paso. Iban demasiado rápido. Necesitaba un maldito auto. Maldita sea. Los seguí, hasta el primer semáforo, que no se puso en rojo. Y no me dio tiempo de tomar aire. El cansancio me ganó.

Todo estaba oscuro. Las pocas calles que tenían luces estaban cubiertas por gigantes árboles. Esa noche, había refrescado un poco. Un poco mucho, tal vez. Mi mente daba vueltas, y vueltas. 

Marcus. Jackson. Tania. Luce. Mi madre comportándose como una maldita loca. Mi padre abandonandome. Y de pronto, mi mente comenzó a destapar ciertos recuerdos. 

Para mi, mi infancia había sido tranquila. Tan tranquila, que mis recuerdos acerca de ella, eran nulos. Sosos. No había momentos ni felices, ni tristes. Los pocos que tenía, eran muy débiles para poder reconocer emociones. 

Pero, de alguna manera, mi consciencia traía lo que era capaz de soportar. Algunas noches, cenando galletitas, mientras mi madre se encontraba tirada en el sillón. El mismo sillón que luego usaría para que nos sentemos juntas, y miremos la televisión riendo. Mi piel se estremeció. Haciéndome el desayuno sola, porque mi madre no se encontraba en casa, y yendo a la escuela sola. Mitad arreglada, y mitad no. Hasta recuerdo, la vez que ella llevó un tipo extraño a la casa, y se olvidó de ir a buscarme a un cumpleaños. Esa noche, dormí con una vecina. En todos tenía alrededor de ocho, nueve, o tal vez diez años. Recuerdos bloqueados, brotaban de las profundidades de mi inconsciente. 

Me senté en la calle. Más bien, en la vereda. Mi cuerpo temblaba de frío, y mis ojos no paraban de soltar lágrimas. El viento, era bastante fuerte. Hacía que mis cabellos cortos, se vuelvan locos. 

De pronto, tuve otro recuerdo. Pero era de un par de noches atrás. Esa camioneta. Esa maldita camioneta. 

TANIA.

 

—Olvidé decirle a Bel decirle lo del celular de Jackson, Luce…

—Nah… —se rió. —¿En serio?

—Sí… —Ambas estábamos sentadas en mi cama, mirando fijamente mi mesa de noche. Allí podía haber una pista que nos guíe en todo esto. Y ninguna se animaba a entrar a un celular ajeno. 

Bufó. Y yo la seguí. Mi madre pasó, caminando. Bastante arreglada. De mi padre, no había señales aún.

 

—Y… ¿Mi padre?— pregunté. Pero mi voz salió mucho más bajita de lo que creí. 

—Debo irme, Tania.— me dijo, ella. Tan arreglada. 

—¿Con papá?

—Iré a una fiesta de la iglesia…

Entró, con su pollera larga, y sus tacos de corcho haciendo ruido. Su remera, y su chal. El cabello recogido, y un maquillaje muy sobrio. Si no hubiera sido católica, habría procurado que era hippie. Nos dió un beso a ambas en la frente, y se fue muy resuelta. 

Cuando Luce sintió la puerta cerrarse, me habló.

—¿No te habló Bel?

—No, ¿por? 

Pude ver como Luce estaba tensa. 

—No lo sé. Viste, cuando tienes ese presentimiento. 

—¿Cuál?

—El de que, alguien que quieres te necesita. Algo le ocurre. 

—No me sucede ¿Por qué?

—No lo sé. No es algo controlable. 

Abrí mis ojos, y tragué saliva. Me había olvidado de poner a cargar los celulares cuando llegamos a la casa. Corrí por el pasillo, escaleras abajo, buscando mi cargador. Lo conecté en la primera pared que encontré. Acerqué una silla, y me senté. 

Luce, bajó mucho más lento que yo. Como una tortuga. Mientras me miraba extrañada. 

—¿Qué sucede?— inquirió. Arrastró una silla, desde la mesa, hasta donde me encontraba. El ruido era insoportable, pero mi desesperación era mayor. 

—Olvidé de cargar mi celular…

—Cielos. La mesera te flechó, ¿no? 

—No… —Respondí aterrada. La miré, y ella me miró con su tonta sonrisa burlona. —¿Qué le diré a mi madre?

—¿Que tienes pareja, sin especificar si es hombre o mujer?— se burló.— Puedes no decirle hasta que seas mayor de edad. O sólo puedes confiar que su amor a una religión no es tan grande como el amor que te tiene. De todas formas, es tu decisión. 

—¿Mi decisión de qué? —Pregunté, mientras rascaba mi cabeza nerviosa. Esperando que se prenda mi celular. 

—De que te encantan las vaginas, Tania.— soltó. Mis cachetes se enrojecieron, y mi cuerpo comenzó a sudar como si fuera un puerco. 

—No.

—Sí. 

—NO.

—Vamos. Es como decir, que nadie sabe que soy la hija de unos mafiosos. 

—Tú niegas eso, Luce. Dejame negar lo que quiera.

—Bien. Mal ejemplo.

Nuestra concentración se perdió cuando el celular hizo un ruidito. Vamos, chatarra. Prende. Prende. 

 

Los mensajes, y las llamadas perdidas entraban. Y parecían que no se iban a detener. 

—Me siento peor que cuando se lo hago a mi madre.— comenté. 

—Oh. Mi madre no se comunica por celular. Ella es fan de mandar a tus guardaespaldas a que te rastreen mediante un chip que te colocaron sin tu permiso.— su tono de voz sonó tan normal. Que temí que eso fuera cierto. Me enseñó su brazo, tenía un pequeño tajo, que se cicatrizaba de a poco. Pero que parecía que nunca se iba a volver tan suave como el resto de su piel. 



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En el texto hay: intriga, amor, amor adolescente

Editado: 07.12.2020

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