Bel.
Marcus me había dado la buena noticia que esa mañana salía del hospital. Un poco roto, y aún debería hacer mucha rehabilitación. Pero de a poco se recuperaría. Le hablé un poco de las últimas noticias, y se quedó dormido en la llamada.
A veces pensar no era sano. Al menos, para mí. No me gustaba. Mi cerebro llegaba a conclusiones terribles. Catastróficas. Suspiré. Las lágrimas corrían por mis mejillas.
Mi mente estaba incendiada. Mis ojos se movían en la oscuridad detectando objetos que seguramente nadie podría detectarlos. Creo que aún no existen bomberos que apaguen los fuegos tu mente. Mis pensamientos ardían en furia, rabia; la confusión no era mi mejor amiga.
La noche se fue disipando. Un nuevo día comenzó. En la mansión comenzó a haber movimiento desde muy temprano. Por lo que era casi imposible dormir.
El calor parecía torturar al mundo. Fuera, por mi ventanal, se veía cómo la servidumbre le servía el desayuno a mi padre en el enorme jardín trasero. Él se encontraba bajo la sombrilla. Sentado en un bello sillón decorativo. La mesa de vidrio redonda se encontraba llena de manjares. En otro sillón, se encontraba sentada Aurora. Llevaba puesto una malla color fucsia, y un sombrero de paja. Sus rojos cabellos se encontraban sueltos bajo los rayos matutinos. Mi padre lleva un traje suelto, veraniego, color blanco.
Me tomé mi tiempo para ducharme, cambiarme la ropa, y peinarme con mi cabello hacia atrás. Me gustaba todo tipo de música; pero en los momentos que me dedicaba para mi, una de mis bandas favoritas se llamaba Soda Stereo. Me recordaba a los almuerzos que preparaba con mi madre hace unas semanas. Ambas, bailando. Era imposible no ceder a ese vaivén pegadizo. El cuerpo lo necesitaba.
La luz arrasa en el cuarto de baño. Uno de los ventanales que tenía un polarizado desde fuera estaba hirviendo. La bañera era casi tan grande como un jacuzzi, y se encontraba en el medio de la habitación aún se desagotaba. El enorme espejo que se encontraba frente a mí, y debajo el lavamanos dentro de un mueble hermoso de madera de caoba. La alfombra bajo mis pies calmaba mi ansiedad. Era muy suave. Me daban ganas de dormirme una siesta sobre ella.
El gel ayudaba a que mi corto cabello se mantenga hacia atrás. Unos cabellos caían sobre mis ojos. Pero me gustaba como se veía. Llevaba puesta una remera muy holgada, y debajo unos ciclistas. Mis zapatillas habituales, y el detalle que jamás puede faltar: las ojeras.
Suspiré, de nuevo. Creo que si me pagaran cada vez que suspiré sería rica. O no sé si rica, pero tendría dinero para poder sustentarme cómodamente.
Me perdí en los sin fin de detalles que podía ver a través de mi espejo sin siquiera quitar la mirada de allí. Las paredes estaban hechas de un color crema muy sutil. Y se podían ver como rasposas. Una de ellas estaba dibujada con jeroglíficos extraños.
Unos brazos me tomaron por detrás, y me sorprendieron por completo. Salté asustada. Se disparó una carga de adrenalina por mi cuerpo. Su olor a menta me invadió. La fragancia que emanaba su perfume era totalmente dominante sobre mis sentidos. Me dejé caer al instante, y me dio un pequeño beso en mi cuello. Su cabello rojo fuego se encontraba más largo de lo normal. Todo le quedaba bonito. No había remate.
Mi corazón dolía. Dolía demasiado. La alegría que sentía en ese momento dolía. Pero sonreí, porque fue lo único que me salió. Me di media vuelta, y lo abracé con cuidado. Parecía que lo habían reconstruido, y era de cristal puro. O tal vez de papel.
—Te extrañé...— me susurró en el oído. Los pequeños vellos que recorrían mis brazos, mi cuerpo, mi espalda se erizaron.
—Yo también.— Largué el aire que mis pulmones contenían.
—Tranquila, Bel.— se separó de mí, y me sonrió.— Ya estoy en casa. Bueno, casi.
Ambos reímos. Nos encontrábamos frente a frente.
—¡Llegamos tarde!— la voz de Nia se oyó detrás de nosotros. Luce se encontraba tentada, la sonrisa no se le borraba.— ¡PERO LA FOTO!
—Lo siento...— se disculpó Marcus.— No pude esperar más.
—¿Qué está sucediendo aquí?— inquirí, mirando las tres caras que se encontraban frente a mí.
—¡Día de parejas!— Nia me dedicó una inocente cara, que respondí frunciendo el ceño.
—¿Qué hiciste Tania?
—Nada raro. Sólo vinimos a notificarte con Luce que esta noche los esperamos a ambos con nuestras respectivas parejas…
—Es demasiado llamarlo pareja, Nia. Relaja...— comentó Luce por lo bajo.
—Cállate amargada.— carraspeó, luego de ese susurro improvisado.— Como les venía diciendo… Los esperamos en mi casa a la tardecita para una cita múltiple.
—¡Pero…!— recordé.— Laura….
—Diviértete Bel. Te lo mereces.— me recordó Luce.— Eso lo resolveremos en otro momento.
Mis amigas desaparecieron tan rápido como llegaron. Marcus me explicó que se encontraba allí para pasar todo el día conmigo. Así que bajamos a desayunar.
Mi padre se había ido por suerte. Pero no me salvé de Aurora, y sus miradas detrás de sus lentes de sol.
Marcus devoraba todo como un pequeño animalito. Frutas de las cuales jamás había visto en mi vida, él encontraba forma de que en su boca entren cómodas.
Me limité a agarrar un café, y dos tostadas. Mi estómago estaba cerrado por completo.
—La comida del hospital era horrenda...— mencionó. Un sentimiento de culpa me invadió. Recorrió mi cuerpo, y se disipó cuando escuché su risa.
Suspiré, y el momento en el que supe que estaba enamorada de Marcus, llegó a mi mente. Era una tarde veraniega. Eramos pequeños; Yo tendría unos doce años, y él unos catorce. Jugábamos en el auto de su padre a las carreras. Yo me encontraba “conduciendo”, y él era mi copiloto. Recuerdo estar concentrada en mi tarea, cuando me volteé a mirarlo. Nuestros ojos se encontraron. Su piel se encontraba tostada, y su cabello se había esclarecido gracias a los rayos caribeños. Se veía tan fresco. Me observaba de una manera en la que me ponía nerviosa. Pero no quería que me dejara de mirar. Por alguna razón, nos comenzamos a reír. Y el auto sin quererlo arrancó. Fue mi primer contacto real con un auto en movimiento. Salvé el día gracias a que mis genes me indicaron que tenía que hacer. Fue casi automático. También fue mi primer gran regaño.