Detectives en verano |amor fúnebre|

CAPÍTULO 18

ISABEL

Los gritos que salían de aquella casa eran tremendamente molestos. La música perforaba mis oídos. Rock, o metal. Realmente no se diferenciarlos, pero iban por esa onda. 

Una camioneta paró en la esquina. Bajaron unas cuantas personas. Entre ellas, chicas y chicos, jóvenes, vestidas de negro. Tenían una onda emo. Sus cabellos revueltos, sus delineados negros profundos. Botas con tachas, polleras, medias de red. Los varones llevaban cabello largo. Remeras con bandas de rock. Y, cada uno bajó un instrumento. Algunos entraron directamente a la casa ruidosa, otros me miraron antes de hacerlo.

Escondí mi cabeza entre mis rodillas. El ruido me estaba matando. Pero tampoco sabía cómo salir de aquí. Bufé, cansada.

—¿Qué les pasa a los de tu especie?— levanté mi mirada. Una chica me miraba desde arriba. Su cara pálida estaba agujereada con dolorosos piercings. 

—¿Disculpa?— pregunté, separandome de mis piernas. Me senté correctamente. Me intimidaba un poco. Sus oscuros ojos, y sus labios rojos bordó. 

—¿Acaso disfrutan pasear por estos lugares?— sus pulseras de acero provocaban en mí un disgusto. Apreté mi mandíbula, respiré profundo. Tragué saliva, y contesté. 

—No entiendo de qué me hablas. 

—Oh. No eres tú entonces.— Se sentó a mi lado, provocando que nuestros cuerpos se choquen. 

—¿Quién debería ser?

—El otro día pasó un grupo de chicos ricos, y chicas, así como tú. 

—¿Qué quiere decir como yo?

—No sé. Paseándose en las camionetas de sus padres, con sus buzos de marcas carísimas hechos por niños esclavizados. 

—¿Qué clase de camioneta era?— la observé profundamente, obviando su comentario. 

—No recuerdo cual era el color. Pero tenía una luz rota. Estaba hecha mierda...— rió. Uno de sus dientes se había manchado de bordó. 

—¿Oíste algún nombre? ¿Gritaban algo? 

—Iban con las ventanillas arriba. Las dos chicas parecían muy serenas. Detrás las acompañaban dos chicos más. No sé qué es lo que traman. Pero será mejor que se alejen.

Un muchacho le gritó algo desde la puerta, inentendible para mi. Estaba demasiado concentrada en lo que me había contado, que olvidé saludarla. O agradecerle. 

Intenté recordar cómo era el camino de vuelta. Pero nada vino a mi mente. Necesitaba un celular para poder llamar a Marcus. 

Me digné a buscar a la anterior chica. Entré a la casa, sin pedir permiso. Nadie oiría cuando toque. Sería perder energía en vano. 

Dentro, el humo invadió mis fosas nasales. Las paredes estaban destrozadas. El piso se encontraba lleno de escombros. Abundaban dibujos terroríficos, caras diabólicas, cuernos, gatos. La escalera no tenía barandal. Marilyn Manson se burlaba de mis oídos, mientras cuerpos perdidos en otros universos, extasiados por el ritmo, se movían robotizados. Las luces venían, e iban. Las personas parecían cucarachas, o ratas. Eran demasiadas para poder respirar con tranquilidad. Si nadie abría una ventana, moriríamos por falta de oxígeno. 

Mi ropa me delataba. Todos me observaban cuando los empujaba, buscando la única cara conocida. Alguien me tomó del brazo, intenté soltarme, pero era demasiado fuerte. Caí encima de un muchacho. Estábamos en un angosto pasillo. 

—¡¿Qué crees que haces?!— grité. Pero mi voz no se oía.— ¡Suéltame!

—¿Vienes a darme el dinero que me deben?

El muchacho no era mucho más alto que yo, pero sus pelos parados en puntas, le daban ese aspecto. Sus tatuajes cubrían todo su cuerpo, hasta incluso su cara. Sus ojos negros se veían desesperados. 

—¿Qué dinero?

—¡No debiste venir!

—Me estás confundiendo. No soy…

Pero fue demasiado tarde. Me tomó nuevamente del brazo, y comenzó a conducirme hacia algún lugar desconocido. La música me llevó a tomar fuerzas que no sabía que poseía. Me solté bruscamente. Me choqué contra una de las paredes. Le dí una patada en una de sus piernas, y lo hice desestabilizar. 

Al final del pasillo se encontraba la chica que me había hablado. Mi moneda de oro. Pisé la espalda de mi contrincante, que soltó un gemido de dolor. Y grité, buscando mi rescate. 

—¡AYU...!— qué malas ideas tienes a veces, Isabel. No terminé de decir la palabra, el muchacho me tomó del tobillo, y caí de bruces al piso. Mi nariz comenzó a doler, y a chorrear mucha sangre. 

Intentó neutralizarme subiéndose arriba mío. Me dí media vuelta, y le pegué una patada en su rostro. Uno de sus piercings, el de la nariz, salió volando al piso. Con parte de su nariz. 

Me arrastré. Me incorporé como pude. Eché un vistazo hacia atrás, no dejaba de gritar horrorizado. Él estaba peor que yo. Me choqué con alguien de frente. ¿Ahora qué mierda?

 

—¿Qué es lo que sucede contigo?— preguntó la muchacha, con cara de enfado. 

—Él me tomó por el brazo. Me asustó. Me confundió con otra persona.— las palabras brotaban de mí, asustada. Mi corazón parecía que iba a explotar. Parecía una niña pequeña, excusándose luego de cometer una travesura. Me sentí muy estúpida, pero no tenía tiempo de pensar. En el bolsillo de su camiseta sobresalía su celular. 

No tuve tiempo de reaccionar. Me empujó, y caí de espaldas. 

—No de nuevo.— hablé para mis adentros. 

Intenté pararme, pero no llegaba. Su bota se dirigía justo a mi cara. Me corrí, justo antes de que mis dientes salgan expulsados de mi boca. Un segundo más que tardaba, y moriría allí de fractura de mandíbula. Utilicé la pared para levantarme. Acomodé mi ropa.  

—Yo no le hice nada...— dije, de nuevo. 

—¡Eso no parece nada! 

Formé un puño con mi mano. Ésto iba a doler. Con toda mi furia, le di un derechazo. Ella cayó despedida al piso. Escupió un poco de sangre. Me subí encima de ella, le quité el teléfono, y salí corriendo por donde vine. El muchacho que le faltaba un pedazo de nariz intentó detenerme, pero una patada en sus partes fue suficiente para neutralizarlo. Cuando cayó al piso, lo pisé de nuevo. Ésta vez en su pecho. Me perseguían como unos cinco rockeros enfurecidos. 



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En el texto hay: intriga, amor, amor adolescente

Editado: 07.12.2020

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