Detectives en verano |amor fúnebre|

CAPÍTULO 22

ISABEL.

 

Desperté en el auto. En los asientos de atrás. Cuando me incorporé, sentía un cosquilleo en mis manos. Las observé. Era de noche. Reconocí el perfume de Marcus. 

—¿Qué ha pasado? — Mi garganta se encontraba seca. Intenté tragar, pero no lo logré. Nadie contestó. En el medio de la nada, y del silencio absoluto. Pude oír pequeños gritos que provenían de un teléfono. Miré hacia atrás, y mi padre se hallaba con mi madre en otro auto. Ella con su teléfono en mano. 

—Te irás a Noruega. En una semana. —Esas fueron las únicas palabras que escuché de Marcus. Las últimas antes de que me deje en mi casa, y ni siquiera me despidiera. 

 

LUCE. 

 

Intentamos contactar a Bel. Pero no hubo manera. Tendría que conducir Cristina. 

—Deberíamos llevar a la policía. —Habló mi amiga, mientras ataba sus zapatillas. 

—¿Qué?

—Es un secuestro. Son gente peligrosa. 

—¿Qué se supone que digamos cuando vean que robé una mochila con dinero? ¿Qué haré?

—Era para poder ser mejor persona. 

—¡Oh vamos, Nia! Sabes que, mientras más rápido nos tengan a todos encerrados. Harán lo posible para meterme a mí también en una celda. En un reformatorio.

—¿Qué se supone que hagamos? —suspiró. 

—No lo sé. ¿Darle la mochila y que me de a Trevor?

—¿Y si no sucede así?

—¿Y si llevamos a la policía, y le sucede algo a Trevor por no cumplir?

Ambas nos miramos. Era imposible saber qué hacer. Cristina entró en la habitación, apurada. Diciendo que había un auto que rondaba por allí. Era como la tercera vez que pasaba. Con música alta, y haciendo mucho ruido con el motor. 


 

Luego de veinte minutos. Preparé la mochila. La rocié con alcohol, y eché dentro. Los billetes se encontraban mojados. Tomé un encendedor. Mientras las chicas se encontraban en el auto. No sabían cuál era mi plan. 

NIA. 

Mientras Luce buscaba la mochila. Me dediqué a llamar a la policía. Me había atendido la misma mujer que con Bel aquella vez. Le expliqué lo que sucedía, con todo el detalle que el tiempo me lo había permitido. Y luego, colgué. Mi corazón palpitaba a mil por hora en el asiento del acompañante. 

Me acomode mientras Luce subía al auto.  Cristina encendió los motores, y partimos siguiendo las indicaciones que Luke nos había dejado por escrito.

ISABEL. 

—¿No me hablarás? —Inquirí antes de salir del auto. No me respondió. Ni siquiera quiso mirarme. Me pasé unos minutos en silencio mirando el piso del auto. —Está bien. — Llené mis pulmones de aire. —Lo siento. Fui una estúpida. Pero mi corazón ardía de rabia. 

Abrí la puerta. Me costó salir. Aún mis manos estaban dormidas. Mi mente recordó el libro que tenía. Me quité la remera en el medio de la calle. Tomé el libro que había tirado antes de desmayarme entre la tela. Y tomé mi teléfono que se encontraba adelante. Mis movimientos fueron hostiles. Vi como Marcus se movió para no chocar conmigo. 

 

Entré a la casa. En corpiño. Con mis manos temblando. Roberto me observaba con pena. Ni siquiera corrí mis ojos para mirarlo. Subí las escaleras, en silencio. Aún mis padres no habían entrado. Me encerré en mi habitación. Dejé el libro en el piso. Me descambié. Encendí el agua, y me quedé bajo una ducha helada. 

 

Cuando tuve posesión del libro. Lo abrí con unos guantes que robé de la cocina. No sé qué clase de droga tenía, pero estaba segura que no quería dormirme de nuevo. 

Suspiré decepcionada al no encontrar nada más que páginas vacías. Me quedé un rato muy largo mirándolo. 

LUCE. 

 

Las calles pasaban. Los números de las casas subían, y bajaban. En el medio de la noche, era muy difícil discernir los nombres de cada una de las calles. Pero por suerte, Cristina sabía exactamente a dónde nos dirigíamos. Era el mismo lugar donde había terminado Bel.

Me sorprendí al ver que eran demasiadas cuadras lejos de la casa de Nia. ¿Cómo había sido capaz Bel de correr tanto tiempo tan rápido? 

En los bolsillos de mi cangurito sentía el peso del encendedor. Mis manos transpiraban demasiado. Mientras más me las secaba, parecían largar más agua. 

Por fin llegamos. Las chicas decidieron bajar del auto conmigo. Pero no entraron a la casa. Custodiaban desde afuera. 

 

No era la misma cuadra donde habíamos encontrado a Bel. Pero era parte del vecindario abandonado. Camas destruidas por la calle. Contenedores de basura volteados. Botellas rotas, cigarrillos. 

El olor a todo tipo de drogas era bastante bien conocido para mis fosas nasales. Al abrir la puerta, abundaba ese aroma. Sucedía cuando entraba en la habitación de mi hermano de pequeña. La marihuana estaba presente. Siempre. Se impregnaba en todos lados. Ropa, paredes, sábanas. En la piel. Y en algún momento, se convierte en parte de tí. En todo momento. 

 

Recorrí un largo pasillo hasta llegar a la habitación en donde él se encontraba. Antiguamente parecía haber sido una cocina. Trevor se encontraba sentado en una silla de comedor, atado de pies y manos. Un pco lastimado, pero nada que no pudiera resolverse. 

—Hermanita… 

Hablaba, pero sólo miraba la mochila que se encontraba entre mis manos. 

—Suéltalo, Luke. Hagamos esto de una vez. 

Luke se acercó a él con una pequeña navaja. Cortó los amarres, y Trevor cayó de rodillas al piso. Solté la mochila, y corrí a ayudarlo. 

—Ya pueden irse… —dijo, mientras abría la mochila. Al sentir la humedad, se acercó la mochila a la nariz. 

 

De repente, las ventanas estallaron. Hombres con armas entraron. No entendía que estaba sucediendo. El rostro de mi hermano quedó completamente desfigurado. Lo encerraron contra una pared. 

Levanté a Trevor del piso. Ni siquiera sé de dónde saqué la fuerza. Pude rozar la mochila, para tomarla. 



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En el texto hay: intriga, amor, amor adolescente

Editado: 07.12.2020

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