Detectives en verano |amor fúnebre|

CAPÍTUO 23 / FINAL

ISABEL. 

 

Me desperté exaltada. El timbre de mi casa no paraba de sonar. Abajo, mi madre ya soltaba sus insultos contra mí. 

Oí como Nia entraba corriendo. Y subía por las escaleras. De pronto, la puerta se abrió. 

—Agarrá tu telefono. —Ordenó, mientras cerraba la puerta en las narices de mi madre. 

—¿Qué? ¿Por qué? Son las seis de la mañana, Nia. ¿Qué haces aquí?

—¡Dios, Bel! Nunca te enteras de nada. —Cruzó toda mi habitación, tomó mi teléfono, y lo colocó frente a mis ojos. Se desbloqueó a causa del bloqueo facial. Entró a mis mensajes, y me mostró la foto. —Ese muchacho… 

—¿Qué pasa? ¿Te gusta? 

—¿Qué? ¡No! Diu. Mira lo que tiene en su brazo. 

—¿Una gasa y muchos tatuajes? 

—Exacto. ¿Con quién está hablando? — Corrió la foto un milímetro. La cara de una de las hermanas Sanders apareció. 

—¿Qué…?

—Por Dios, Bel. Hasta yo puedo unir más rápido los puntos. Lo resolvimos… 

—¿Qué…? —Mis ojos de repente se nublaron. Tuve un recuerdo. Era el mismo muchacho que me exigía su paga. Al cambiar de foto, hice zoom en una de las casas. Era el mismo símbolo que había visto en el libro. Y la hermana le estaba entregando algo, muy sigilosa… Cómo no me había dado cuenta antes. Ellos estaban implicados. —Mierda…

—¿Qué hacemos? ¿Hablamos a la policía?

—¿Por qué te gusta tanto ir con la policía? —inquirí, mientras me levantaba de mi cama. 

—¡No lo sé! Porque se supone que… ¿¡Están para cuidarnos!?

—No, Nia. No. 

 

Mi madre quería tirar la puerta a patadas. El seguro no la detendría por mucho tiempo. Me cambié rápido, y con Nia salimos por la ventana. 

—¿Has hecho parkour, Sherlock? —Grité, mientras colocaba mi pie derecho en un pequeño detalle de la casa hecho de material, que sobresalía. Mis manos se sostenían del marco de la ventana. Nia me miraba aterrada. —Porque yo nunca… 

Bajé, hasta que mis pies se encontraron con un aire acondicionado. Sentía como mi corazón quería salirse de mi pecho. Mis dedos dolían. Demasiado. Pronto, logré soltarme del marco. Me agaché, encontré un lugar seguro donde tomarme del aparato, y me tiré. Pronto sentí como mi espalda aterrizó sobre unos arbustos. 

—¡Vamos Nia! —Susurré. 

NIA.

Bel me estaba apurando, pero yo solo podía pensar en mi inminente muerte. De pronto, la puerta de la habitación explotó. Y entonces, salté. Pero no quise saltar, simplemente lo hice. Mi corazón se detuvo. Supe que esa sería mi muerte. 

—¡NO! —Vociferó Bel. —¡NIA!

—¡BEL!— logré gritar con mucho terror. 

 

Las hojas de los arbustos me contuvieron, pero eso no evitó que mis pies tocaran el suelo. Mis piernas temblaron. Tuve el reflejo de llevar mis manos a mis rodillas, pero aún se encontraban en su lugar. 

—¿Puedes caminar? — Bel se acercó corriendo. —¿Estás viva? 

Caí de culo al piso. Me estiré por completo. 

—¡¿NIA?!

Un pequeño hilo de voz salió de mi garganta, confirmando lo que yo sola sabía. 

—¿Estás loca? —largó una pequeña carcajada. 

—Tal vez, ya perdí la cordura. —Suspiré. 

—Vamos… arriba. —Sentí como tomaba mi mano. Su mano se encontraba demasiado caliente. O tal vez, mi cadáver se estaba enfriando. —Tenemos un crimen que resolver… Y yo tengo una vida que reparar…

—¿Dónde has estado? —Inquiero mientras, me siento. Lentamente, me incorporo. 

—Haciendo de las mías. Lo cierto, es que Marcus no me habla. Y me voy a un internado en Noruega. ¿Cómo tomaste la foto?

 —El hermano de Luce secuestró al novio de Luce. 

—¿Dónde están? ¿Están bien? 

—La policía los llamó para hacerles preguntas. Lo más probable es que Luce ya no me hable más en su vida. O en lo que quede de la mía. Ah… y Cristina me dijo que no quería seguir viniendo dónde mis amigas. 

 

ISABEL. 

 

Nos dirigimos hacia donde aquel muchacho se encontraría. Sólo Nia, y yo. Los últimos días de vacaciones se respiraban. Y, realmente no querría irme a Noruega. 

—¿Sabes algo de tus padres? —Pregunté, mientras estacionaba el auto. 

—Nada. 

—¿Dónde crees que estén?

 

No recibí respuestas. Ambas nos bajamos del auto. Agarré el fierro antirrobos que se encontraba en la guantera del auto. Nia juntó sus cejas. 

—La última vez no salió muy bien… —sonreí. —Me preparo. 

—Debimos haber llamado a la policía. —Cerró la puerta haciendo un estruendo. 

 

Le hice señas de que haga silencio. Pero no me hizo caso. 

—¿Cómo lo encontraremos? —preguntó, mientras refunfuñaba. Diablos, esa solía ser yo… Que fastidio. 

 

Me dirigí a la única casa que siempre tenía luz. Rocé mis dedos contra la puerta. El mismo logo del libro. 

Abrí con cuidado. Dentro no había tanto ruido como siempre. Había unas pocas personas tiradas en colchones. Estaban sumamente drogadas. 

 

Mis ojos se centraron en aquel brazo con vendas. Y luego, en los ojos del muchacho. Era el único que no se había drogado. La música era la misma que oí en el ritual. Esos sonidos extraños, un poco perturbantes. Podía oír las respiraciones de Nia en mi oído. 

 

Aquel muchacho se nos acercó. Sus ojos negros me escrutaban. Sus piercings, y sus tatuajes no me intimidaban. No tanto como su altura, y su composición física. Sus cabellos eran largos, bastante largos. 

—¿Qué haces aquí? 

—Vengo a preguntarte acerca de las hermanas Sanders. 

—No sé quiénes son. Lárguense. —Se dió media vuelta.

—Tenemos pruebas. 

—¿De qué?

—De lo que hacen. 

—¿Qué crees que hacemos?

—Si me miraras, podrías ver mi teléfono. —Sonreí cuando la curiosidad le picó. —¿Qué te estaba entregando? —Insistí. 

—Nada. 

—Te diré que te estaba entregando por si no recuerdas…

—¿Qué crees que haces…? —Soltó Nia a regañadientes. 



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En el texto hay: intriga, amor, amor adolescente

Editado: 07.12.2020

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