Como toda historia real, nunca nada se resuelve del todo.
El expediente fue coronado como el que tuvo la Tina Sanders confesó haber matado a su prima, y a su abuela. ¿La razón? En el funeral de su madre, un bello muchacho se había presentado. Nadie nunca supo quién era, pero ella se había enamorado. Sintió como el universo los había juntado. Pero se olvidó de pedirle su teléfono, y no supo qué otra cosa hacer, para poder concretar su amor. Un amor un tanto fúnebre.
Ni Isabel, ni Tania pudieron contactar a Luce de nuevo. La joven rubia, y salvaje, desapareció del mapa. Tan rápido como llegó, se fue. Una lástima que no haya sabido cuál era la verdad. Lo más seguro es que sus padres le hayan hecho llegar una gran cantidad de dinero, y se haya ido a cumplir sus sueños.
Tania comenzó la secundaria, nuevamente. Cristina le dió una segunda oportunidad. Ahora que Bel se había ido a un internado a doce mil kilómetros de donde se encontraban, era muy difícil que las perturbara. Sus padres aún no aparecían. Así que consiguió un trabajo en la cafetería del padre de Cristina, y con eso se mantenía.
Marcus, y Nia se hicieron muy amigos. La falta de su amiga, y de su amor, los hizo unirse más. Sabían que en algún momento regresaría. Todos lo hacían.
Una tarde, mientras Isabel lavaba su ropa en el internado, se chocó con una caja. No parecía ir con el ambiente del lugar. Todo era antiguo, como en los cuentos de princesas. Donde el maldito castillo de piedra las cautivaba. Cuando la tomó entre sus manos, tuvo una sensación extraña. Tenía una etiqueta. Llevaba su nombre. Era una foto de los padres de Nia. Y otra foto de Luce. Y una de Marcus. Y también había de ellas. Y de todos sus padres.
—¿Qué rayos es esto? —susurró.
—¡Wash! ¡Clean! —gritó su directora, mientras bajaba con más pilas de ropa.
Ella soltó la caja de inmediato, y siguió con su labor.
Cuando se fue a su habitación, se la llevó con ella. Por suerte, ninguna profesora la vió. Si no la harían correr los días de lluvia por el barro.
Tomó las fotos, y las dió vuelta. Había palabras sueltas. En otros idiomas. Su corazón dio un vuelco. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Se estaba volviendo loca?
Metió todo dentro, y la arrastró debajo de su cama. Corrió al pasillo, escaleras abajo. Hasta llegar a la recepción.
—Call. Call. —gritaba ella, mientras la señora le daba el teléfono sin mirarla. Estaba en una ardua partida de solitario en su computadora.
Intentó llamar a Nia, pero no le respondió. Entonces, supo que en este nuevo misterio, estaba sola.