Manejé en silencio, casi en automático, después de 50 kilómetros rodeado de campo no era difícil entrar en ese estado. A mi lado mi padre discutía telefónicamente con su hermano, con el menor de los cuatro. Algunos reclamos y culpas surgieron en esa conversación incómoda de escuchar, varias veces levantó la voz y varias veces insultó entre murmuraciones. Mi madre, sentada atrás, miraba por la ventanilla mientras asentía a todo lo que oía. De repente la llamada terminó y mi padre explotó de furia, pero al intentar volver a marcar descubrió que, en el medio del campo, se había quedado sin cobertura.
Toda la familia acordó pasar Navidad con los abuelos, algo que no había sucedido en años. Mis abuelos, por parte de mi padre, vivían en el campo y su lejanía hacía que no fuera cómodo visitarlos. Pero en esa Navidad, después de que supiéramos que la diabetes de la abuela empeoró obligándola a necesitar de insulina, toda la familia sintió culpa por el abandono y querían enmendar las cosas.
Pero la culpa no pareció más fuerte que la vergüenza para el hermano menor de mi padre.
—¡No me sorprende! —se quejó luego de un rato.
Después volvió el silencio.
Yo estaba inquieto pero lo disimulaba, la reunión era una gran mentira y una muy frágil. Nos reuniríamos para hacer de cuenta que éramos una familia unida y armoniosa pero si a alguien se le ocurría echar en cara algo podría suceder una reacción en cadena, porque en realidad éramos una familia con muchas cosas sin decir.
—Seguro que no van por Nain —acusó mi padre, soltando lo que era un secreto a voces.
Que mencionara a Nain no ayudaba a mis pensamientos.
—No debe ser agradable para ellos —comentó mi madre—. Si nos ponemos en su lugar...
—A mí tampoco me gustaría estar en lugar de mi hermano —cortó mi padre—. Que tu hijo venga un día y te diga que quiere ser mujer... es algo que no le deseo a nadie. Pero nos guste o no al final nadie puede decirle nada a Nain, nos tenemos que callar la boca porque es la única persona que acompaña a mis padres. Hasta yo me doy cuenta que todos nos hicimos los tontos y cuando se mudó con ellos nos sacó un problema de encima. —Se quedó pensando un momento—. Habrá que darle las gracias por todo lo que hace y preguntarle si necesita ayuda con algo. —Mi madre asintió—. Tú también se lo tienes que decir —indicó— y tú también —agregó severo mirándome.
Nain era casi una palabra prohibida en la familia porque dejaba en evidencia que todos éramos indiferentes a los abuelos. Siempre muy ocupados, siempre con cosas más importantes que hacer, siempre llenos de excusas. Cuando le diagnosticaron diabetes a la abuela, Nain fue la única persona que corrió a prestar ayuda y desde entonces vivía con ellos. Muchos acusaron que lo hacía por interés, para quedarse con el campo, quedarse con algún dinero, pero con el paso del tiempo nadie ofreció tomar su lugar. Hablar de Nain era hablar indirectamente sobre los malos hijos que tenían los abuelos. Y mis padres no eran la excepción, si les importara tanto habrían demostrado interés mucho antes.
—Por favor no saques ese tema en la reunión, porque van a discutir y la abuela se va a poner mal.
La fragilidad de esa reunión se debía a la presencia de Nain y a las altas posibilidades de que algún familiar dijera algo indebido en algún momento.
Desde los quince años no veía a Nain y de eso ya habían pasado quince años más. Cuando éramos chicos todos los primos y primas terminábamos en casa de los abuelos para las vacaciones, nuestros padres aprovechaban para liberarse de nosotros toda una temporada. Sin celulares ni internet en esa época, el campo era una aventura pero a medida que crecimos dejamos de "vacacionar" en ese lugar y cada vez fuimos menos los que visitábamos a los abuelos hasta que nadie más regresó. En mi memoria esas eran las únicas ocasiones donde se produjeron reuniones familiares luego no hubo mucho contacto. Cosas como Facebook nos hacía creer que seguíamos siendo una familia pero incluso en ese sitio los comentarios pocos afortunados surgían de vez en cuando.
***
Llegamos a la entrada donde varias personas nos esperaban. Algunos autos ya estaban estacionados y tenía que tener cuidado de no pisar alguno de los niños que corrían enloquecidos. Me impresionó ver tan ancianos a mis abuelos que se me tiraron encima con abrazos, emocionados de recibir a sus nietos que no veían desde hace años. A mis tíos los reconocí apenas, a mis primos los reconocía por las fotos que publicaban en redes pero de los niños que corrían no distinguí ninguno. No reconocí a Nain en lo absoluto después de quince años, mirando a mi alrededor mientras saludaba y haciendo cálculos llegué a la conclusión que era la chica que se mantenía más o menos alejada. Tenía el cabello muy largo y un vestido blanco hasta las rodillas, saludaba con una extraña discreción como si no quisiera llamar la atención. La familia reaccionaba de la misma manera.
Todos comenzaron a hablar sin parar para ponerse al día, era lo único que hacían mientras algunos desconcertados revisaban sus celulares incómodos por la falta de cobertura. Las conversaciones eran repetitivas, qué habíamos hechos de nuestras vidas, de qué trabajábamos, las parejas, los hijos, etc. Era el único recurso para evitar la realidad que nos reunía en ese campo. Era eso o salir a cuidar a los más pequeños. Nain no participaba mucho de la conversación, solo hacía comentarios sobre la salud de los abuelos y el campo. Observé a todos dándome cuenta que actuaban como si no tuviera ningún parentesco con nosotros, había un trato cordial un poco forzado, como el que se tiene con un desconocido, sobre sus padres que no estaban no se hacía ninguna mención y su pasado como miembro de la familia era omitido. Quise hablarle para que no estuviera tan apartada pero yo no era muy dado en las charlas y no se me ocurría qué decir. En realidad me costaba seguir las conversaciones que se producían a mi alrededor, tenía cierto problema de interacción. Si bien lograba responder a las preguntas que me hacían sin dificultad, cuando se trataba de comenzar una plática o hacer preguntas me bloqueaba automáticamente. Lejos de que los años ayudaran a resolver ese problema, ayudaron a que aprendiera a convivir con él, acostumbrándome a estar siempre a un costado en ocasiones como esa reunión.