Meredith.
–¿Estás lista, Rosie? –pregunté a mi hermana pequeña, colocándome la chaqueta que había dejado en el respaldo del sofá.
–¿A dónde vamos? –fue su respuesta, caminando a mi lado, observándome de manera curiosa.
–Vamos al parque. Hoy es mi día libre, debemos aprovecharlo.
–¡Que alegría! –exclamó emocionada, haciéndome reír.
Luego de ponerle su abrigo, salimos del departamento para dirigirnos al parque que estaba cerca. Cuando ella vio los juegos, corrió hacia ellos, sentándome en una banca cercana, vigilando que no se hiciera daño, descansando de la larga jornada que tuve ayer en el trabajo, dándole la oportunidad a mi hermana de divertirse un poco.
Mi nombre es Meredith Barton, tengo veintidós años y vivo en Seúl desde hace diecisiete años. Mi padre era de nacionalidad americana con raíces latinas, mientras que mi madre era coreana. Ambos se conocieron en un congreso, y desde ese día, mantuvieron el contacto, hasta que mi padre se armó de valor y le pidió matrimonio a mi madre.
Vivieron siete años en Estados Unidos, cuando cumplí los cinco años, fuimos a Seúl a establecernos, debido a que ambos fundaron una compañía de marketing y modelaje muy exitosa y reconocida en ambos países, sin embargo, ellos murieron hace dos años en un accidente automovilístico.
No dejaron ningún tipo de testamento, por lo que mis tíos maternos tomaron el control de la empresa. Eso no me molesta, después de todo, la empresa no me interesa en lo absoluto, lo que me duele es que ahora Rosie, a sus cortos y tiernos seis años, se ha quedado huérfana, quedando yo como su única benefactora.
Rosie no volverá a escuchar los cantos de mamá o los chistes de papá, no tendrá de nuevo un domingo familiar o la protección de tus padres. Ella ha perdido una parte importante de su vida sin darse cuenta, y me duele saber, que la culpable soy yo. Fue a causa de mi imprudencia e impulsividad que ellos ya no están, es algo que me duele todavía.
A pesar de lo mucho o poco que ha sufrido, ella es una niña feliz. Su alegría contante ilumina mi tormentosa vida, sin ella, no tendría motivos para seguir, sería una especie de alma en pena. Debido a esta situación, decidí dejar la escuela y trabajar, para darle la mejor vida que pueda, para dedicarme a ella y sólo a ella.
¿Vida social? ¿Amigos? ¿Amores? Eso no existe para mí, eso no me interesa, Rosie es mi único interés en la vida desde que mis padres murieron. Prometí que me dedicaría a ella en alma y cuerpo, prometí que jamás la dejaría sola, que siempre estaría con ella pasé lo que pasé. Hasta que tenga la edad suficiente para vivir su vida a su gusto, no pensaré en mí.
Me reí ante la inocencia y diversión de mi hermana al jugar, ella es una niña muy dulce que enamora a todo aquel que la conoce. Su amabilidad y bondad son infinitas, todo lo contrario, a mí. Suelo ser una persona distante y evasiva, podría decirse que hasta indiferente, pero con Rosie es todo lo contrario, ella saca el lado tierno, amoroso y sensible que poseo, sólo con ella soy así, con nadie más.
–Ten cuidado Rosie, no te vayas a caer –le advertí, viendo como subía de nuevo a la resbaladilla.
–No te preocupes, hermana, yo sé hacerlo –asegura con confianza.
Ladeé un poco la cabeza, notando que el ángulo en el que estaba era perfecto para una fotografía. Saqué mi cámara de mi bolso, comenzando a tomarle muchas fotos, para hacer uno de los tantos collages que tengo, para poseer un recuerdo de su infancia feliz, para sonreír y admitir que hice un buen trabajo al sacrificar todo.
Me quedé contemplando un rato las fotos, salieron mejor de lo que esperaba. Cuando giré a buscar a mi hermana para contarle, me di cuenta de que ya no estaba en los juegos. Un poco confundida, me puse de pie para buscarla, pues suele tener la mala manía de ocultarse de mi porque lo cree gracioso, pero me llena de tensión cuando lo hace.
–¿Rosie? Esto no es gracioso, así que ya sal de donde estés –ordené, pero no hubo respuesta alguna.
Mi pánico creció, luego de dar como tres vueltas en los juegos y no encontrarla por ninguna parte. Esto ya me estaba dando mala espina, pero traté de controlarme para no llenarme de histeria.
–Rosie, esto no es nada gracioso, sal ya de donde estés –pedí de manera más energética.
Casi me vuelvo loca al no escuchar nada, ni siquiera una risa delatora de su broma. Oh, no puede ser. Perdí a mi hermana en un estúpido parque en tan solo unos minutos. Comencé a buscarla con más desesperación por los alrededores, pero no había una sola señal de su presencia, ni siquiera una pequeña.
Dios, ¿qué hago? Nunca pensé en perderla, ni siquiera en dejar de verla, pero por una tonta distracción me encuentro en esta situación. Mordisqueó con fuerza mi dedo, creo que me va a dar un ataque de pánico, en cualquier momento explotaría y gritaría el nombre de mi hermana, gritaría para encontrarla, para que me escuchará y regresará, su ausencia me está matando ahora.
–Disculpa, ¿te encuentras bien? –me preguntó una voz masculina, haciéndome girar.
Frente a mí, había un chico de cabello castaño, piel pálida, alto y delgado que estaba usando una gorra y lentes de sol. Tenía en su espalda una mochila, y parecía preocupado de mi estado de ánimo.