Detrás de la máscara

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VII

—Buenas tardes— oí a Marien entrando en el local, pero no salí de la cocina. No quería hablar y sabía que eso era lo primero que quería hacer ella en cuanto me viera.

La oí preguntarle a Zack por mí y como era de esperar, él le dijo dónde estaba. No tardó en aparecer en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola—le di una breve mirada y seguí a lo mío. En toda la mañana no se me había ido de la cabeza las imágenes de mi hermana llorando en casa por lo mal que lo pasaba con las pesadillas.

—¿Cómo estás? — me encogí de hombros sin mirarla. No podía siquiera fingir que estaba bien. El tema de Cassandra me afectaba demasiado—. No has dormido bien, ¿no? — negué con la cabeza, aunque no era eso lo que me preocupaba. Bueno sí. Era justamente eso, pero ahora sabía algo más acerca de esos sueños. Mi hermana sufría lo mismo—. ¿Has vuelto a tener pesadillas? — asentí—. ¿Vas a hacer algo que no sea mover la cabeza? — dejé lo que estaba haciendo y la miré.

—Marien— me mordí el labio y ella se cruzó de brazos esperando que hablara.

—¿Era la misma pesadilla? — hice una mueca.

—No era exactamente la misma. Era mil veces peor— sentí mi piel erizarse al recordar el tacto de ese hombre sobre mi piel desnuda, aunque hubiera sido en sueños.

—Kate— se acercó y cogió mis manos las cuales no me había dado cuenta de que estaban temblando—. Solo son pesadillas, no las tomes en cuenta— mi labio inferior tembló.

—Es complicado, Marien. Lo siento como si realmente hubiera ocurrido. Pero después de lo de anoche me he dado cuenta de que son pesadillas. Si antes no lo creía del todo, ahora sí— parpadeé varias veces intentando retener las lágrimas. Era más duro de lo que pensaba.

—¿De qué se trataba esta vez? — se puso el delantal y me ayudó a preparar las ordenes de los clientes. Cogí aire y lo solté de golpe.

—Estaba en la ducha y me apuñaló— dije rápidamente. Ella me dedicó una mirada triste.

—Pero, ¿lo viste? Quiero decir, ¿te apuñaló o fue como la anterior noche? — negué con la cabeza.

—Esta vez lo hizo, Marien. Vi la sangre— me estremecí—. Por eso estoy segura de que fue una pesadilla. Debe serlo por muy real que fuese. Sino estaría muerta o al menos tendría una herida en el pecho— su rostro radiaba lástima y sacudí la cabeza—. Por favor, Marien. No me mires así— lavé mis manos en el fregadero y ella negó con la cabeza.

—Kate, escúchame. Quizá deberías ir a un psicólogo. No estás bien— apreté mis puños. Eso fue exactamente lo que le dije a mi hermana cuando me contó lo que le sucedía. Ahora entendía su reacción.

—No pienso ir a un psicólogo. No estoy loca y no pienso malgastar mi tiempo con unas pesadillas que se acabarán yendo tarde o temprano— le espeté un tanto enfadada y ella chasqueó la lengua.

—Nadie ha dicho que estés loca, por Dios. Solo que hay algo en tu cabeza que no está bien— alcé una ceja—. Quiero decir…

—Déjalo, Marien. Solo empeorarás las cosas— me miró arrepentida y salí de la cocina para atender a los clientes. Alice ya se había ido y me alegraba que no hubiera intentado volver a hablar conmigo. Habría dejado la educación a un lado y le habría dejado las cosas claras con muy poco tacto.

Amanda estaba atendiendo a unos hombres en la mesa del fondo del local y me dediqué a recoger las mesas vacías y sucias. No me iba a ir a casa ni a ningún sitio. La cafetería me distraía de todo lo que estaba ocurriendo en mi vida los últimos días y calmaba mis nervios. Desde que me había mudado de casa estaba tensa, nerviosa, ansiosa y lo peor de todo es que vivía con miedo. ¿Miedo por unas pesadillas? Sí. No debería, pero lo tenía. Tenía miedo a dormirme y eso que solo llevaba dos días pasando eso. No quería imaginar cómo acabaría después de un par de semanas.

Si seguía así me volvería loca, si es que no lo estaba ya como insinuaba Marien. Quizá debería comenzar a prepararme infusiones antes de irme a la cama. Eso me calmará e incluso es posible que duerma mejor, sin pesadillas de por medio.

—¡Cuidado! — gritó una voz femenina y salí de mis pensamientos. Mierda, le estaba llenando la taza de café y me había pasado considerablemente, tanto que había manchado su libro.

—Lo siento mucho— cogí un trapo y sequé la mesa bajo su atenta mirada. Ella chasqueó la lengua mirando con cierto asco las páginas manchadas de café y lo sentí por ella—. Siento mucho lo del libro— ella me miró de reojo y negó con la cabeza—. A la comida invita la casa— no me quedaba otra, pero era lo justo. Le había jodido el libro y eso que lo acababa de empezar por las pocas páginas que llevaba leídas.



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En el texto hay: amor, pesadillas

Editado: 17.04.2018

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