Detrás de la máscara

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO IX

 

—Estás muy callada, Kate— me giré para mirar a Marien y negué con la cabeza.

—Lo normal— seguí limpiando los vasos y platos escuchando un largo y sonoro suspiro por su parte.

—Lo normal estos días, querrás decir— me encogí de hombros—. Quiero que vuelva la Kate de siempre— la escuché murmurar y dejé el último vaso secándose.

—La Kate de siempre está aquí. Solo está cansada— le dediqué una sonrisa y ella negó.

—No te veía así desde lo que le pasó a tu familia— un escalofrío recorrió mi columna al acordarme de eso.

—Que tu hermana se suicide y que, en cierto modo, eso provoque que tus padres mueran pocos meses después no es fácil de asimilar, Marien— ella asintió cabizbaja.

—Me imagino— no, ella no se lo imaginaba, pero no quería sonar borde—. Sabes que yo siempre estuve contigo y seguiré estando siempre que me necesites— asentí—. Por eso te aconsejo que acudas a un especialista y me gustaría que me hicieras caso.

—Creo que voy a hacerte caso, Marien— sus ojos se abrieron al escuchar mis palabras.

—¿De verdad? — asentí—. No sabes cuánto me alegro. Te ayudaré a buscar el mejor psicólogo de la cuidad— dio unos saltitos entusiasmada.

—No hace falta. El comisario me dio una tarjeta de un buen psicólogo.

—Perfecto. ¿A qué esperas en pedir cita? — puse una mueca.

—No sé si ir a ese. Le conozco. Bueno, le conocía mi hermana. Trabajaban juntos— ella asintió y sonrió.

—Mejor. Entonces puedes estar segura de que es bueno— solté una risa. Mi hermana tenía muy buena reputación como psicóloga y solo llevaba dos años ejerciendo.

—No es eso— ella me miró con el ceño fruncido—. Verás…— me rasqué la nuca y puse una mueca—. Edgar, el psicólogo, estaba enamorado de mi hermana, pero ella tenía novio entonces jamás le correspondió. No creo que sea buena idea aparecer por ahí. Ya sabes. Por nuestro parecido— señalé mi rostro con el dedo índice.

—Pero, ¿qué dices? Eso es genial— ahora era yo la que le miraba como si le hubiera salido otra cabeza.

—¿Por qué? — ella puso los ojos en blanco.

—Por eso mismo. Así seguro que intentará ayudarte todo lo posible y quizá te haga un descuento, o quizá te deje las sesiones gratis— alzó las cejas repetidas veces y negué—. Vamos, Kate. Esas sesiones son caras y este local no es que dé una fortuna— valoré la opción de ir, pero negué de nuevo.

—No puedo aprovecharme así de ese hombre.

—Yo si fuera tu iría al menos una sesión. No pierdes nada con probar, aunque no te haga descuentos— se encogió de hombros y me reí.

—No sé, Marien. No creo que le haga gracia verme por ahí, sinceramente.

—Pues yo creo que sí. Quizá se enamore de ti y así tendrás un psicólogo gratis— me sonrió de oreja a oreja y la fulminé con la mirada—. O mejor. Igual está tan bueno como ese policía y te enamores también. Necesitas un hombre, Kate— le dediqué una mirada asesina que ella obvió.

—No necesito un hombre. Estoy bien así— dije cogiendo algunos platos que Alice había gritado desde la barra para los clientes intentando que no se me cayeran. Ya tenía practica con eso, pero nunca se sabe.

—Sí que lo necesitas. Un buen meneo lo necesita cualquiera— se encogió de hombros ayudándome a cargar con los pedidos.

—Dios, Marien— me quejé saliendo de la cocina—. Tu sí que necesitas un hombre— soltó una carcajada.

—Sí. Urgentemente— ahora la que se rio fui yo. Les llevamos la comida a todos los clientes y volvimos a la cocina a preparar los siguientes pedidos—. ¿Desde cuándo no estás con nadie? — preguntó descaradamente y me atraganté con mi propia saliva—. Vamos, Kate. Hay confianza.

—Por mucha confianza que tengamos no creo que pueda hablar tan libremente de estos temas con nadie— sentí mis mejillas enrojecerse y ella chasqueó la lengua. Decidí contárselo, más que nada para distraerme un poco del tema principal de mi vida en esos momentos—. Desde hace un par de años, más o menos— dije en voz baja y casi se le cayó el cuchillo al suelo.

—Madre mía, Kate. Luego te extrañas del porqué tienes pesadillas— la miré con el ceño fruncido—. Apuesto lo que quieras a que después de una buena noche de sexo se te pasan.

—Lo dudo mucho. Si todo se arreglara con sexo…— ella asintió.

—No todo, pero muchas cosas sí— volteé los ojos negando con la cabeza—. Yo llevo tres meses sin sexo— bufó. Nadie le había preguntado, pero ella era así. Abierta—. Estoy que me subo por las paredes— solté una risita por lo bajo y ella me miró con una ceja enarcada y una sonrisa ladeada.



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En el texto hay: amor, pesadillas

Editado: 17.04.2018

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