Detrás de la máscara

CAPÍTULO X

CAPÍTULO X

—Kate— oí a alguien llamarme en la lejanía, pero no respondí. Estaba demasiado a gusto y no quería despertar todavía—. Vamos, Kate. Es tarde— sentí como mi cuerpo comenzaba a despertarse e intenté abrir los ojos—. Veo que has dormido bien— vi como sonreía al abrir del todo los ojos y la imité.

—Y que lo digas— me estiré en la cama de invitados del apartamento de Marien y me incorporé.

—¿Has tenido pesadillas? — preguntó haciéndose una coleta alta y negué.

—No. He dormido genial— suspiré.

—Eso es bueno, Kate. ¿Por qué esa cara? — me encogí de hombros.

—Por qué no entiendo que me pasa. No entiendo por qué anoche dormí tan bien aquí y en mi casa no.

—Eso es porque las pesadillas no se atreven a entrar en esta casa— me hizo reír con ese comentario.

—Gracias por dejarme dormir aquí— me dirigí a mi bolso y cogí el cepillo de dientes.

—No las des. Para eso estamos las amigas— asentí y entré en el baño.

Tenía la cabeza hecha un lío, pero estaba tan descansada que ya me daba igual no haber tenido pesadillas en casa de Marien. Esperaba que eso pasara también en mi apartamento y que no haya sido una noche puntual.

Cuando ambas estuvimos listas, emprendimos rumbo hacia la cafetería. Era sábado y no estaríamos hasta tan tarde trabajando. Necesitaba unos días de descanso para reponerme por esas noches.

Abrimos el local y fuimos a prepararnos y a arreglar las sillas. Zack no tardaría en llegar. Hoy le tocaba a él y a Marien trabajar, pero la semana siguiente les tocaría a Amanda y a Alice.

—Buenos días, chicas— saludó nuestro compañero nada más sonar la campana de la puerta anunciando su llegada.

—Buenos días— dijimos al mismo tiempo Marien y yo desde distintos puntos de la cafetería. Ella desde la cocina y yo al lado de la barra. Zack se acercó a mí y me dio un sonoro beso en la mejilla.

—Pareces contenta— me sonrió pasando por mi lado y asentí.

—No lo parezco. Lo estoy— le sonreí de oreja a oreja y él me miró interrogante.

—¿Y a qué se debe? — apoyó su codo en la barra y me encogí de hombros.

—¿Acaso no puedo estar contenta? — le miré sonriendo de lado con una ceja alzada. No podía decirle el verdadero motivo porque él no tenía ni idea de lo que me ocurría. No quería preocuparle y ya tenía bastante con que lo supiera Marien. Eso tampoco era de mi agrado, pero he de decir que me ha ayudado bastante con ese tema.

—Por supuesto que sí, Kate— se fue negando con la cabeza sonriendo hacia el vestuario mientras Marien salía de la cocina y se dirigía a mí.

—¿No le has contado eso? — susurró y negué.

—No quiero preocupar a más gente, Marien— ella asintió comprendiéndolo y se fue a atender a un hombre que acababa de llegar.

Poco a poco, el local se comenzó a llenar y sonriente me dirigí a Gil que se acaba de sentar en un taburete en la barra.

—Buenos días, Kate, querida— sonrió dejando el bastón apoyado en la barra.

—Buenos días, Gil. ¿Cómo estás? — comencé a prepararle su café con un buen chorro de ron.

—Cómo siempre, hija. Veo que estás mejor que estos últimos días— despegué mi vista de su taza humeante para mirarle con el ceño fruncido. No le había contado nada de mis problemas nocturnos—. Hoy se te ve más animada. En cambio, estos días estabas decaída y hacía varios meses que no te veía así. Un año, a decir verdad.

¿Lo decía enserio? ¿Tan mal se me veía estos días? ¿Estaba igual que cuando murió mi familia?

No, eso es imposible. Jamás podría estar pero que esos meses de depresión.

—Estoy bien, Gil. Solo tenía unos días un poco malos. Nada de qué preocuparse— le dejé la taza delante de él y le sonreí.

—Me alegra oír eso. Estaba bastante preocupado por ti, Kate. Sobre todo, cuando te hablaba y ni siquiera parecías escucharme.

¿Eso pasó? No lo recordaba.

—Lo siento, Gil— me apoyé en la barra mientras le veía tomar un gran sorbo de café.

—Tranquila, hija— dejó la taza en la barra y me cogió la mano.

No me incomodaba que me llamara “hija”. Al contrario. Gil era un gran amigo de mi abuelo por lo que nos conocíamos desde que era pequeña. Es como si fuera parte de mi familia.

—Tengo que atender a los clientes— comenté al ver que Marien y Zack no daban abasto. Por las mañanas se llenaba el local, sobre todo los sábados.

—Por supuesto. Veo que sabes llevar esta cafetería igual que tus padres— apretó mi mano antes de separarme de él y le sonreí tristemente—. Estarían muy orgullosos de ti, Kate— solté el aire de mis pulmones y asentí.



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En el texto hay: amor, pesadillas

Editado: 17.04.2018

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