CAPÍTULO XI
Faltaba menos de una hora para que Derek me recogiera para salir a cenar y yo todavía no sabía que ponerme. Tampoco sabía que era lo correcto porque no tenía ni la menor idea de dónde iríamos. No quería ir demasiado formol o informal. Me dejé caer en el colchón mirando el armario abierto. Tampoco tenía una gran cantidad de ropa para esta ocasión donde elegir.
Estuve tentada en llamarle para preguntarle dónde iríamos, pero me avergoncé y lo dejé pasar. Eso sí, ya había guardado su número en la memoria de mi teléfono.
Ya me había duchado y arreglado, pero seguía sin decidirme con la ropa. Sujeté con fuerza la toalla alrededor de mi cuerpo que comenzaba a aflojarse después de poco más de media hora con ella puesta intentando elegir algo que ponerme.
Solté un bufido muy sonoro y poco femenino y alargué mi brazo para coger el móvil que estaba sobre la mesita. Intenté no pensar en nada cuando marqué su número. Puse el aparato en mi oído y esperé. Al primer tono estuve a punto de colgar, pero me armé de valor para dejarlo sonar. No quería que pensara que estaba deseando hablar con él o algo por el estilo. No. Yo no era así, pero la ocasión lo requería y necesitaba saber que ponerme. No le iba a recibir en toalla para que me lo dijera en persona. No, de ningún modo. Eso sería todavía peor.
—Derek Blaine— contestó al tercer tono y su voz grave a través del teléfono me erizó el vello.
—Derek, soy…— aclaré mi garganta— soy Kate— esperé que dijera algo, pero no tuve que hacerlo mucho.
—Kate— su voz sonaba entusiasmada de que le hubiera llamado— justo ahora estaba pensando en ti— eso me descolocó por completo.
—¿Cómo? — pregunté sin pensarlo dos veces y me arrepentí. Él soltó una risa que me pareció adorable.
—Olvídalo— mordí mi labio pensando es que podría haber significado eso. ¿Estaba pensando en mí? ¿Qué estaría pensando? —. ¿Ocurre algo? — preguntó preocupado, pero antes de que pudiera contestarle volvió a hablar—. La cita no se cancela, ¿verdad?
¿Cita? ¿Ha dicho cita?
—No, no. No se cancela. Solo te llamaba para saber dónde iríamos para saber que ponerme— me mordí el labio esperando una respuesta. Juraría que estaba sonriendo en esos momentos.
—Oh claro. He reservado una mesa en el La Tagliatella. Espero que te guste el italiano.
—Sí, ahí está bien. Me encanta— comenté entusiasmada. Hacía años que no iba a ese restaurante. Solía ir con mis padres cuando era más joven pero ahora…
—Me alegra haber acertado— soltó un suspiro sonoro y sonreí.
—Sí que lo has hecho— nos quedamos en silencio—. Voy a cambiarme. Nos vemos en…— miré mi reloj de pulsera— en media hora.
—Ahí estaré— colgué y busqué entre mi ropa lo más adecuado para ese restaurante.
No era formal pero tampoco podía ir como si estuviera por casa, así que opté por un vestido color salmón entallado a la cintura y por debajo de esta venía un poco más suelto hasta poco más arriba de la rodilla. Tenía las mangas hasta los codos y sin un escote exagerado. Me llegaba por la clavícula.
Rebusqué entre mis zapatos cuáles serían los más cómodos y apropiados y me decanté por unas sandalias negras de tacón no muy alto, no más de siete centímetros. Finalmente, cogí mi chaqueta vaquera y un bolso para la ocasión guardando todo lo necesario en su interior. El tiempo había pasado volando y tan solo quedaban diez minutos para que Derek estuviera delante de mi edificio.
Salí de mi habitación cerrando la puerta y entré en el baño. Quería asegurarme de que estaba presentable. Sí, lo estaba. El maquillaje era perfecto y me había dejado el pelo caer en una cascada castaña sobre mi espalda y mis hombros, excepto un par de mechones que los había recogido en una pinza en la coronilla de mi cabeza. Miré en mi bolso para asegurarme de que lo tenía todo. Me faltaba el móvil. Volví a mi habitación para cogerlo pues seguramente estaría sobre la cama donde lo había dejado después de la escueta conversación con mi cita de esa noche. Cita, que extraño me resulta decir eso. Hacía tanto tiempo que no tenía una que ni siquiera me parecía eso una cita.
Caminé hasta la cama para coger el móvil, pero me detuve. Giré mi cabeza lentamente al percatarme de que la puerta estaba abierta cuando juraría que la había cerrado. Por qué la había cerrado, ¿verdad? O quizá no. Sacudí mi cabeza y cogí el móvil. Salí de la habitación esta vez asegurándome de que la puerta estuviera cerrada y caminé hasta la puerta para coger las llaves.
Aún faltaban unos cinco minutos para que llegara y lo más seguro es que diera vueltas por toda la casa hasta que me llamara para bajar. Estaba nerviosa, lo admitía. Hacía tiempo que no salía y menos con un hombre, pero tampoco quería pensar que después de esa cena pasara algo más que no fuera una despedida. Solo con pensar las posibilidades de lo que podía llegar a ocurrir que Marien me comentó ese día en la cafetería me ponía los pelos de punta, pero en el buen sentido.