Han terminado de comer y esperan un momento hasta que llegue la hora de la siesta. Nadie dice nada están como muertos y a la vez indiferentes de que ya no este con ellos. Procuran abandonar la cocina lo antes posible para subir a las alcobas y mi padre de costumbre duerme en el sofá verde de la sala.
"Hoy intentaré no hacer la siesta" oígo decir a Leonor y cumple su palabra porque se ha quedado en la sala a bordar. Los únicos pasos que escuché fueron los de Marieta sofocada por la idea de dormir hasta las cuatro de la tarde.
Vuelvo a mi estado normal sentado y triste sobre el piso trayendo el pasado una y otra vez tratando de no preocuparme más por el presente. Todos hacen la siesta a excepción de mi madre y yo también quisiera dormir, pero no puedo.
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Anibal el Astrónomo apareció una tarde calurosa en las puertas de nuestra casa. Traía consiguo unas maletas grandes y se presentó como el mejor amigo de Leonor. Fue el más grande amigo de mi madre, sin embargo la idea no agrado a mi padre y lo que él no sospechaba, ni lo sospeche, era que el hombre guardaba un secreto y solo mi madre lo sabía hasta ese momento. La muerte se dibujaba en sus ojos de señor de cincuenta años, aunque parecía tener más edad.
"Mi esposa no está, señor Anibal" le dijo mi padre de mala gana, mientras Leonor y Marieta aparecieron de pronto en el umbral de la puerta.
Ella lo abrazo con un sentimiento materno sabia que tenia que cuidarlo. Leonor le anunció a mi padre que si su amigo podría quedarse hasta... Y le explico la situación sin muchos pormenores para evitar el sentimentalismo en mi padre. No hubo más a los días la Astronomía se convirtió para mí en un apasionante pasatiempo. Me convertí en el cómplice del Sr. Anibal y cuando tuve la suficiente confianza le conté mis intimidades. Para ese entonces tenía catorce años y la adolescencia despuntaba y me sentía más triste, solo e incomprendido y lleno de problemas, unos inventados y otros verdaderos, era Ismael el feliz por un momento.
El sótano de la casa fue el cuarto de Anibal durante tres semanas largas en las cuales comprendí a amar desenfrenado la Astronomía. Los libros esparcidos por todo el suelo y los grandes pergaminos todos referentes a la materia no lo hacían un lugar desordenado, al contrario. Leí cada tarde un capítulo sobre las curiosidades de los planetas. Luego me di cuenta de la enfermedad del Astrónomo y con el pasar de los días descubrí el sinrazón que estaba pasando Anibal. Era un oficio hacendoso, en cambio lo disfrutaba porque podía ignorar a mis demonios por un momento. Me propuse trazar un mapa exacto hacia Pluton uno que pudiera llevar al primer hombre camino a un planeta supuestamente muerto.
"Cuando fui un famoso Astrónomo la gente me admiraba y luego ellas me votaron de la sociedad por tener un mal que nadie busca estando en sus cabales" me dijo Anibal una noche que intentaba explicarle mi teoría.
Me fascinaba escuchando lo que salía de sus labios diminutos semicubiertos por un bigote negro. Él sonreía explicándome la existencia de otra dimensión mas allá de nuestra galaxia. Lo veía hacer y deshacer su maqueta fea del universo y el gran pergamino que contenía la teoría jamás publicada. Sus lentes recaian siempre en su camisa de botones y nunca se los vi puesto.
Nunca me aburría en el sótano. A pesar de todo lo quejumbroso y rechazo que le trajo su enfermedad nunca lo vi perder la fe o derramar una lágrima. Parecía el hombre que había perdido su razón de vivir, pero aún así no se suicidaba. Anibal comía muy poco y en sus últimos días lo vi más débil que nunca.