Por la madrugada me despertó una carcajada, se parecía a la que lanzó mi padre cuando le dije mi vocación por la Astronomía. Una carcajada soportada por una cancelación a todos mis planes y que le hicieron resaltar los dientes blancos y disparejos que tenía.
"Estas loco, acaso quieres terminar como aquel amigo de tu mamá. Aquí no harás lo que quieras, sino tome su maleta y se va"
Ha sido un mal sueño nada más. Nadie reiría en aquella hora de la madrugada en mi casa. Encontré la moneda vieja que me había regalado en tío Berne unos minutos antes de que Leonor bajara. La escuché sollozar en el comedor y me recorrió por el cuerpo un estremecimiento era la hora de salir. Había encontrado la moneda debajo del baúl y era hora de acabar con este juego. Pero espero un momento más a que bajen todos para encarrarlos.
Reviso nuevamente el baúl y tomo el diario de Nando. Me dispuse a llevarlo conmigo, a tener una parte de él. Pienso en el chico, en su familia, en María Rebecca, en sus padres, en su hermano, en mi familia...
Ayer, estaba lloviendo como nunca, estaría en la universidad esperando el inicio de las clases. Ahora con deseo de rebelarme sostengo mis manos una encima de la otra y sigo en espera de escuchar los pasos de papá bajar hasta la cocina. Titubeo entre salir o quedarme, entonces los pasos de mi padre me dan aviso para abrir la puertecita de madera hacia dentro y mover el estante de las viejas vajillas.
El mundo se me parece inverosímil, incluso yo me encuentro irreal. Me entra un hormigueo y mis ojos se entrecierran por haber permanecido tanto tiempo en la oscuridad. Observo a Leonor y esta me mira inmutable de donde esta sentada. Papá aparece en el umbral de la puerta del comedor y yo camino hacia el comedor a tomar asiento mientras todos me perciben como un fantasma.
"Ismael... tienes el brazo..." puedo notar la enorme tensión que hay esta mañana.
Marieta se queda parada detrás de papá y luego se sienta en una de las sillas del comedor. "No sabía que había otro cuarto en la casa" comenta echando un vistazo al escondite. Deseo hablar, pero no puedo mi padre o cualquiera de ellos serán los primeros en tirar la primera piedra.
"Estuviste ahí todo el tiempo" Dice Leonor en tono de afirmación porque lo supo todo desde el principio, sin embargo por alguna razón no me delató. Lloraba por las heridas y las cicatrices que le trajo este hogar.
"¿Qué es lo que tienes hermano?" Marieta me mira a los ojos sin hecharse a llorar.
"Nos tuviste preocupado a todos el día de ayer y resulta que estuviste ahí encerrado como un niño castigado. ¡Qué inmadurez la tuya!" Dice Otto mi padre.
"No estaba castigado. Me encontré en ese cuarto una parte oscura de mí, es esencial traer los malos recuerdos por un rato" digo cruzando mis manos.
"No entiendo lo que parloteas, Ismael" dice un poco enojado.
"No pienso seguir tolerando que hagas de mí lo que se te de la gana" mi voz es firme y Leonor me ve haciéndome un gesto de silencio.
"Que bebiste para que le ables así a tu padre" mi padre se ve imponente cuando esta frente al otro lado de la mesa del comedor.
Las palabras surgen desenredandose de mi lengua. Mi cuerpo cobarde desearía cubrirse la boca, pero me niego a guardar silencio. Tienen que escucharme y ver la metamorfosis que he sufrido ahí dentro.
"No estudiaré para Arquitecto es mi aferrada decisión" las manos me empiezan a temblar y la voz se me pone ronca. Mi padre se soba el cabello y toma asiento.
"Si que sos persistente" Otto lanza su última frase de sarcasmo "Hoy amanecistes más lunático que nunca"
Me levanto con violencia del comedor y empiezo a escupir la aversión que llevava atorada en la garganta durante todos esos días.
"Entoces, nos odias por..."
"Todos me despreciaron desde que era un niño y me odiaron cuando se dieron cuanta que estaba en un loquero" digo sin perder las fuerzas en mis argumentos y sin que la voz se me quiebre y comienze a llorar.
"Tratar de matar a tu padre es un grave pecado que pagaras por el resto de tu mísera vida" Otto se levanta de la mesa y se dirije a la sala sin darle relevancia a mis palabras.
Antes de que Leonor salga de la cocina le ruego como nunca lo hice con nadie que me deje desenterrar el cadáver y enterrarlo en el traspatio de los guayabos con un ataúd color aceituna de la manera en que Nando siempre lo quizo. Mi madre acepta y se me acerca para susurarme estas palabras:
"Él no es tu papá" luego baja la vista y se va lentamente de mi lado.
La sangre siempre me advirtió que Otto no era mi verdadero padre. Su odio irracional me lo gritaba.
Por la tarde volvió a llover después de que enterrara al chico que se suicidó en mi cada hace tanto tiempo. Mis maletas están listas para irme de casa como un rechazado con valentía de gigante.
Me duermo pensando en mi viaje y en la mañana cuando tome el primer tren de la estación y sea libre de Otto, de Marieta y quizás de Leonor. De las piedras que me mantenían en el suelo.
El cuarto lo sellaron y la puerta gris se cerró para siempre.
fin