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—Solo tienes que despedir a todos tus trabajadores o romper tu contrato con ellos y unirte a mi empresa. Yo me encargaré de la producción de tus productos, exportación y su distribución. Claro... con lo otro que ya sabes. —La sonrisa del jefe era la de un hombre que ya había ganado.
—¿Me estás diciendo que permita que hagas contrabando usando mis productos? ¿Es una broma? —Jimin frunció el ceño, incrédulo.
—Tú solo dime si aceptas... o si prefieres morir.
—Me estás hablando de droga... ¿Sabes a cuántos años equivale una pena así? —Su voz se tensó, pero aún sostenía la mirada.
—Mmm... ¿Alrededor de seis años? Nada nuevo. Además, ¿quién va a dudar de los posters, mochilas o quién sabe qué más cosas produces? Solo eres un actor, y ya llevas nueve años haciendo esto. Nunca han encontrado nada. No habrá sospechas.
—Se levantó, despacio, como si no tuviera prisa por terminar la conversación.
—Entonces, ¿aceptas?
—Claro que no voy a aceptar.
—Entonces muere. —Sacó el arma de su espalda, como si hablara de cualquier cosa, y apuntó directo a la frente del actor.
Jimin contuvo la respiración.
Jungkook, que había presenciado absolutamente todo desde una esquina del despacho, apretó la mandíbula. Miró a Jimin, furioso... no por la amenaza, sino por cómo ese idiota no valoraba su vida. El actor lo observó de vuelta, confundido, casi suplicante, como preguntando: «¿No harás nada?»
Aunque claro, ¿por qué tendría que hacerlo? Quizás Jimin solo se aferraba a la única persona aparte del que lo estaba apuntando.
Jungkook solo bajó la mirada con indiferencia. Esa no era su decisión, todo dependía de lo que dijera el actorcito, por qué... quién estaba frente a él, era su mismísimo jefe y por ahora, estaba muy cómodo siendo su mano derecha.
—Es la última vez que te lo pregunto. ¿Quieres morir? Así como tú hay otros que sí aceptarán.
Jimin tardó en responder, los dedos le temblaban.
—No... Lo haré. Pero si se descubre algo, diré absolutamente todo lo que sé.
—Eso no pasará. Y si pasara, no podrán encontrarme. Puedes gritar lo que quieras, pero por ahora... guardarás silencio.
Guardó el arma.
—Bien, ahora suéltenme. Tengo que hablar con mi mánager.
—¿Soltarte? Son las diez de la noche. Mañana o... quizás pasado mañana —Solto con burla—. Especialmente Jungkook te llevará a casa.
—Quiero irme ahora —espetó Jimin, firme.
—Tú no mandas aquí, además antes debes firmar un contrato donde estipula que no puedes divulgar nada sobre nuestro trato.
—¿Un contrato? ¿Qué clase de estupidez legal es esa?
—Solo hazlo. Por si las dudas, además, uno de mis hombres se quedará contigo.
—Ya tengo un guardaespaldas. No lo necesito.
—¿De verdad crees que soy idiota? ¿Quién evitará que vayas corriendo a la policía si no te pongo vigilancia? Es más... mejor que sean dos. —Se giró hacia su hombre de confianza—. Jungkook, pásame el contrato.
—Sí, señor. —Se acercó sin dudar, con los papeles ya en la mano—. Aquí tiene.
—Tú vas con él, y escoge al otro, el que mejor consideres. Ahora desátalo.
—Por supuesto. —Jungkook se movió detrás del actor, inclinándose para soltarle las manos atadas.
Jimin sintió el roce de sus dedos en las muñecas. El tacto le provocó un escalofrío instantáneo. Jungkook lo notó. Sonrió, apenas.
—Firma aquí —ordenó el jefe, entregándole una pluma de metal negra con iniciales doradas.
Y así lo hizo.
Con esa firma, Jimin selló su destino.
Sabía lo que acababa de hacer. Sabía que ese contrato no era un papel, era una sentencia silenciosa que lo ataría a algo mucho más oscuro de lo que había imaginado al subirse en esa maldita moto.
Pero... nadie quiere morir.
Y él todavía tenía series por grabar, aplausos que recibir, rostros que no quería dejar de ver.
Y tal vez, en el futuro... una condena que pagar.
...
La mañana avanzaba lentamente, como si el tiempo estuviera detenido por la incertidumbre. Jin caminaba de un lado a otro por la sala, apretando el celular entre los dedos, esperando ansioso una llamada del detective con alguna información. Esa mañana había salido decidido a buscar a Jimin con las patrullas, pero se había regresado al departamento de Jimin unas horas después a regañadientes por Ji Ah, quién le había dicho que solo entorpecerian más la búsqueda y no la culpaba, quizás si había estado hablando demasiado, pero era por qué Jimin no había dado ninguna señal de vida y ya había pasado un día.
Mientras tanto Ji Ah solo estaba sentada en el sofá, con el control remoto en la mano, presionando los bonotes sin prestar atención real a nada.
El timbre sonó de repente.
Jin casi salta del susto y corrió a abrir.
—¿Taehyung? —preguntó con el ceño fruncido cuando vio su cara de agitación.
—Tienen que ver esto. Ya. —Pasó sin pedir permiso, fue directo al televisor y encendió el canal de noticias.
—¿Qué pasa? —preguntó Ji Ah, confundida.
En la pantalla, justo en ese instante, se mostró la trasmisión de ese programa de chismes que se presentaba todos los días a la misma hora, Jimin lo odiaba.
«“Hace unos minutos se ha difundido en redes sociales un video que, según fuentes anónimas, muestra al actor Park Jimin durante una fiesta el día de ayer. Se conoce que fue en una carrera ilegal de motos a las afueras de Seúl…”»
El video apareció. Las luces, gritos, música, alcohol y en medio de la multitud, el rostro de Jimin. Borroso al principio, pero luego completamente claro. Bailando, riendo, con un vaso en la mano y rodeado de jóvenes.
Ji Ah se puso de pie de golpe y susurró:
—No puede ser...
Jin sintió cómo se le enfriaban las manos.
—¿Cómo obtuvieron ese video...?
«“El actor no ha dado declaraciones sobre su asistencia al evento, pero su presencia ha provocado múltiples reacciones en redes sociales, cuestionando su imagen pública…”»