Detrás de mi Casi Algo

III

A veces las mejores decisiones rompen corazones...

El día en la clínica parecía normal, pero el ambiente se sentía más pesado de lo habitual. Desde la primera hora, los pasillos se llenaron de pacientes en estado crítico, y la tensión se respiraba en cada rincón. Al poco tiempo de llegar, me asignaron a urgencias, una prueba intensa que, aunque emocionante, me hacía sentir la presión desde el primer segundo.

Mientras trataba de calmar a una madre desesperada por la fiebre de su hijo, vi que Joel entraba a urgencias empujando un carrito de medicamentos. Al percatarse de mi presencia, una sonrisa se esbozó en su rostro, pero esta vez no era la sonrisa habitual. Parecía cargada de algo más, algo que yo no estaba preparada para enfrentar en medio del caos.

—Adriana, parece que no hay un solo día tranquilo para nosotros aquí, ¿verdad? —comentó, tratando de aligerar el ambiente.

Le respondí con una sonrisa cansada, intentando que entendiera lo ocupada que estaba. Joel, sin embargo, no parecía dispuesto a dejarlo pasar.

Al finalizar la atención en urgencias, me dirigí a la sala de descanso, apenas pudiendo arrastrar los pies. Pero no había contado con que Joel me estaría esperando a la salida.

—Adriana —dijo con tono serio mientras bloqueaba el camino—. Necesito hablar contigo.

La intensidad de su mirada me tomó por sorpresa. Su expresión, tan diferente a la que mostraba en nuestros encuentros casuales, revelaba algo que había estado guardando. Me crucé de brazos, preparándome para escuchar lo que ya sospechaba.

—No sé cómo decir esto sin sonar impulsivo, pero me has dado vueltas en la cabeza desde que nos conocimos. Eres alguien especial, y sé que puedo estar arriesgando mucho diciéndote esto, pero quiero saber si hay una oportunidad para nosotros.

El corazón me dio un vuelco. Sabía que esto venía, pero escuchar sus palabras y ver la vulnerabilidad en sus ojos me hizo sentir una mezcla de culpa y pánico. Intenté buscar las palabras adecuadas para responder, pero sentí que cualquier cosa que dijera lo lastimaría.

—Joel, yo... —empecé, tragando saliva. Mis pensamientos se atropellaban entre sí—. No estoy buscando una relación ahora. Mi vida aquí, mi trabajo, todo es nuevo para mí, y realmente necesito enfocarme en eso.

Sus ojos se nublaron por un momento, y vi cómo contenía la decepción. Sin embargo, lejos de retroceder, Joel dio un paso hacia mí, como si buscara una última oportunidad.

—Entiendo que estés enfocada en tu carrera, pero ¿por qué no podemos encontrar un balance? Te prometo que no interferiría en tu trabajo. Solo quiero estar cerca de ti, conocerte mejor... —Su voz bajó, casi en un susurro—. No creo que pueda fingir que esto no me importa, Adriana.

Su sinceridad me desgarraba. Sabía que había algo especial en él, pero en mi interior todo estaba en caos. La presión de mis estudios, el peso de las expectativas y mi propia necesidad de independencia gritaban más fuerte.

—Joel... —respondí con un hilo de voz—. Eres una persona increíble, pero no puedo darte lo que buscas. No en este momento. No sería justo ni para ti ni para mí.

Él asintió lentamente, mirándome con una mezcla de dolor y comprensión. Su expresión, ese destello de esperanza que se apagaba frente a mis ojos, era difícil de soportar. Antes de que pudiera decir algo más, la jefa de enfermería se asomó por la puerta de la sala de descanso.

—Adriana, te necesitamos en urgencias. Ahora.

Sin mirar atrás, me giré y seguí a la jefa. Sentí una ola de emociones encontradas, queriendo dejarlo todo atrás pero sintiendo el peso de lo que había dejado en el rostro de Joel. Mientras corría de vuelta a urgencias, supe que en ese momento, el precio de mi elección quedaba grabado en cada paso. Estaba dejando una historia atrás, una que quizás nunca conocería.

Al regresar, la noche se sentía aún más silenciosa de lo habitual. Las luces de la casa estaban apagadas, salvo por el cálido resplandor que salía de la habitación de mi abuela. La encontré tejiendo en su sillón favorito, su mirada tranquila perdida en algún punto del tejido, como si ella también estuviera en otro lugar.

—¿Cómo estuvo tu día, mi niña? —preguntó suavemente, sin levantar la vista.

Me dejé caer en una silla frente a ella, incapaz de contener un suspiro profundo. Observé sus manos arrugadas moverse con paciencia, hilando con calma el material que lentamente tomaba forma entre sus dedos.

—Fue... complicado. No sé si estoy preparada para este tipo de presión. Y luego está... Joel —admití, casi en un susurro.

Mi abuela me miró con una expresión suave, llena de comprensión y sabiduría, esa que solo los años y el corazón podían dar.

—A veces, la vida se presenta con oportunidades que nos desestabilizan —dijo, continuando con su tejido—. Es normal sentir miedo o incertidumbre. Pero lo importante es mantener claro lo que quieres.

Sus palabras se sintieron como un abrazo cálido. En ese instante, deseé con todas mis fuerzas que esa paz que ella irradiaba pudiera llenar también mi vida.

—¿Y si estoy tomando la decisión equivocada? —le pregunté, con el alma en los labios.

Ella se detuvo un momento, mirándome a los ojos con esa profundidad única, esa calma que a veces me costaba entender.

—No puedes vivir esperando acertar siempre, Adriana. A veces, lo más importante no es si la elección fue correcta o incorrecta, sino el valor de haberla tomado. Recuerda que siempre habrá un lugar para regresar, un lugar que nadie más que tú puede definir. Y eso es lo que cuenta.

Me quedé observándola, queriendo aferrarme a ese momento, a esa serenidad tan lejana de mis propias dudas. Me inclinó la cabeza para besarme la frente y, en ese gesto, sentí como si sus palabras calmaran mi alma, recordándome que, aunque el futuro se sintiera incierto, no estaba sola.




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