Capítulo 4: Un Café, Solo Como Amigos
La tarde había sido interminable. Los turnos en el hospital parecían más largos de lo normal, pero finalmente llegó el momento de salir. Caminando hacia la salida, me crucé con Joel. Llevaba su uniforme de farmacia, sus cabellos desordenados por el día agitado, y sonreía con esa calidez que siempre me desarmaba un poco.
—¡Adriana! —me llamó, acercándose—. ¿Qué tal si vamos a un café?
Miré hacia la salida, pensando en la calma que me esperaba en casa. La idea de salir me hacía sentir un poco ansiosa, pero había algo en su mirada que me empujaba a ceder.
—No bebo café, ya sabes —respondí, tratando de mantenerme firme—. Pero, ¿por qué no un batido o un té?
—Me parece perfecto —respondió, riendo—. ¡Tú pones las reglas!
Nos dirigimos al café que había cerca del hospital. El aroma de los pasteles y el murmullo de la gente creaban un ambiente acogedor. Nos sentamos en una mesa al fondo, lejos de las miradas curiosas, y pedimos nuestras bebidas.
—¿Cómo ha estado la práctica para ti? —me preguntó, mirándome con curiosidad.
—Es agotadora, pero gratificante. Cada día aprendo algo nuevo —dije, jugando con mi vaso. No podía evitar sentirme un poco incómoda; Joel era encantador, y esa era la razón por la que no quería abrirme a él.
—La enfermería es una gran responsabilidad, pero creo que eres la persona adecuada para ello —su tono era sincero, y por un momento, me sentí un poco halagada.
—Gracias, pero no sé si me siento así. Hay tanto por aprender... —respondí, dejando caer la mirada.
Un silencio cómodo nos envolvió, pero podía sentir la tensión en el aire. Era extraño; quería que la conversación fluyera, pero a la vez, un pequeño temor me invadía.
—Adriana, sé que no nos conocemos mucho, pero me gustaría tener la oportunidad de hacerlo. No quiero presionarte, solo... creo que podríamos ser buenos amigos. —Su voz era suave, casi como si temiera asustarme.
—No estoy segura de que eso sea lo que necesito ahora —respondí, sintiéndome un poco cruel. Pero en el fondo, había algo en su forma de ser que comenzaba a hacerme dudar.
—No hay prisa, de verdad. Solo quiero que sepas que estoy aquí, y si alguna vez decides que quieres hablar o simplemente pasar un rato, me encantaría.
La forma en que hablaba, con tanta honestidad, me hacía cuestionar mi decisión. ¿Por qué me estaba resistiendo tanto? ¿Era su amabilidad o la forma en que me miraba lo que me hacía sentir así?
El resto de la conversación fluyó más fácilmente. Compartimos historias sobre nuestras familias y nuestros sueños. La barrera que había construido comenzaba a desvanecerse, y me encontré disfrutando de su compañía más de lo que había anticipado.
Al final de la tarde, mientras caminábamos hacia el estacionamiento, Joel se detuvo un momento y me miró directamente a los ojos.
—Adriana, gracias por aceptar esta salida. Espero que no sea la última vez.
—Veremos —le dije, una sonrisa involuntaria asomando en mis labios.
No sabía si realmente quería abrirme a él, pero su forma de ser comenzaba a romper mis reservas. Al menos, había comenzado a considerar la idea de que tal vez, solo tal vez, podríamos ser más que compañeros de trabajo.