Capítulo 7: Sonrisas y Revelaciones
Después de un día agotador en el hospital, finalmente llegué a casa, deseando que mi cama me absorbiera por completo. La jornada había sido larga, llena de pacientes y tareas que parecían no terminar nunca. Sin embargo, cuando abrí la puerta, el aroma a galletas recién horneadas me recibió, y una sensación de alegría me invadió.
—¡Adriana! —exclamó mi prima Karen, saltando del sofá donde estaba sentada—. ¡Te extrañé!
No podía evitar sonreír al verla. Karen y yo siempre habíamos sido como hermanas, compartiendo secretos y risas a lo largo de los años. Era la única persona que me entendía en un nivel tan profundo que a veces parecía que podía leer mis pensamientos. Nos sentamos en la sala, hablando de todo lo que habíamos hecho últimamente, pero mi mente seguía vagando hacia las conversaciones con Joel.
En medio de una anécdota graciosa sobre un paciente que había confundido su medicamento con un caramelo, mi teléfono vibró sobre la mesa. Miré la pantalla y vi su nombre: Joel. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro, iluminando mi expresión de cansancio.
—¿Quién es? —preguntó Karen, notando mi sonrisa.
No pude evitar un pequeño rubor mientras respondía: —Solo... un amigo.
—¿Un amigo que te hace sonreír así? —bromeó, levantando una ceja. Justo en ese momento, la abuela entró a la sala, con su característico aire de curiosidad.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó, mirando de una a otra, captando la atmósfera juguetona.
—Adriana está enamorada —anunció Karen, con una sonrisa amplia que no ocultaba su diversión.
La abuela soltó una risa melodiosa. —Al parecer no soy la única que lo presintió. —Su mirada se posó en mí, llena de complicidad.
—¡No estoy enamorada! —protesté, aunque la risa en mi voz me delataba.
—¿Y entonces por qué esa sonrisa de tonta? —Karen continuó con sus preguntas, haciendo que la risa de la abuela resonara aún más fuerte.
—Es solo un amigo, de verdad. —A medida que hablaba, me sentía más atrapada entre mis sentimientos y la risa de mis dos cómplices.
—¿Y quién es? —preguntó la abuela, inclinándose un poco hacia adelante como si se tratara de un secreto importante.
Con un suspiro resignado, saqué mi teléfono y les enseñé una foto de Joel. La imagen capturaba su sonrisa despreocupada, y, por un momento, me perdí en sus ojos brillantes.
—Oh, lo he visto antes —dijo Karen, estudiando la imagen con curiosidad—. ¿Dónde lo conociste?
—En el hospital. —Mi voz se volvió un susurro, pero ambas me miraron con atención.
—¿En serio? El año pasado hice mi pasantía allí. Debe ser por eso que lo vi, pero nunca hablé con él. —Karen se cruzó de brazos, observándome—. Aun así, te veo diferente, Adriana. Eres más feliz.
—No sé... —comencé, pero la abuela interrumpió.
—Eso es lo que importa. La felicidad es un buen signo, ¿no crees? —Su mirada era sabia, y aunque me sentía expuesta, también me reconfortaba saber que ella estaba de mi lado.
—Quizás... —musité, reflexionando sobre las palabras de mi abuela. La verdad era que, aunque intentaba restarle importancia a lo que sentía por Joel, su presencia había comenzado a llenar un vacío que ni siquiera sabía que existía.
—Adriana, es hermoso ver que tienes a alguien que te hace sonreír así. —Karen sonrió, sus ojos llenos de complicidad.
En medio de las risas y las bromas, me di cuenta de que, aunque intentara ignorar mis sentimientos, eran reales. La conexión con Joel no era solo una fantasía pasajera; había algo más profundo que comenzaba a florecer.
La noche continuó llena de risas, pero en mi interior, había una mezcla de confusión y esperanza. Mientras miraba a mis dos pilares, comprendí que no estaba sola en esta montaña rusa emocional. Tenía el apoyo de mi familia, y eso era lo más importante.
Así, con el corazón latiendo en un ritmo diferente, me senté en el sofá entre Karen y mi abuela, sintiéndome un poco más ligera, como si al compartir mis sentimientos, hubiera dado un pequeño paso hacia el amor, aunque todavía me quedaba un largo camino por recorrer.