Dormí mal.
O tal vez no dormí en absoluto.
La voz de esa mujer seguía resonando en mi cabeza, suave y lejana, como un eco que no sabe en qué rincón de la mente se esconde.
Helena.
Por la mañana, intenté distraerme en la consulta. Tres pacientes, tres mentes rotas, tres intentos fallidos de olvidar la mía.
Todo iba normal… hasta que abrí el cajón del escritorio.
Allí estaba.
Una fotografía doblada en cuatro, vieja, con los bordes quemados.
En ella… yo.
Sonriente. Con una mujer a mi lado.
Cabello oscuro, ojos verdes.
Helena.
El aire se me fue del pecho.
No recordaba ese momento, ni ese lugar, ni haber tenido una mujer así en mi vida.
Pero su mirada…
Era la misma que escuché anoche al teléfono.
Giré la foto.
Detrás había una fecha escrita a lápiz:
“4 de marzo, nuestra última sesión.”
Marzo.
Pero de hace tres años.
Me quedé observando la imagen, buscando cualquier traza de manipulación, cualquier rastro de mentira.
Nada.
Era real.
Tan real que podía sentir su perfume saliendo del papel.
—Doctor Vega —la voz de mi asistente me sobresaltó.
—¿Sí? —guardé la foto rápido.
—Hay alguien que insiste en verlo. No tiene cita.
—Dile que lo siento, no atiendo sin registro.
Ella titubeó.
—Dice que usted la conoce… se llama Helena.
Todo el aire del despacho pareció detenerse.
No sé qué fue peor, escuchar su nombre de nuevo…
O ver, cuando levanté la mirada hacia la puerta de cristal, la silueta de una mujer observándome con los mismos ojos que juré solo haber visto en un sueño.
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Editado: 19.10.2025