Detras De Sus Ojos

La Mujer Detrás Del Vidrio

No podía moverme.

Era como si el tiempo se hubiese congelado justo en el instante en que mis ojos la encontraron.

Helena.

La misma del teléfono. La misma de la fotografía.

Estaba ahí, al otro lado del vidrio, mirándome como si llevara toda la vida esperándome.

Mi asistente le abrió la puerta con cierta duda.

Ella entró despacio, con pasos suaves y una presencia que parecía llenar cada rincón del consultorio.

No sé si era miedo, atracción o simple locura, pero mi corazón comenzó a golpearme el pecho con fuerza.

—Sabía que no podrías ignorarme para siempre —dijo, con una leve sonrisa.

—¿Nos conocemos? —pregunté, intentando mantener la voz firme.

—Más de lo que imaginas.

Se sentó sin pedir permiso.

Sus movimientos eran lentos, casi ensayados.

Llevaba un vestido gris y un pequeño colgante de cristal que reflejaba la luz como una lágrima.

—Helena Duarte —dijo—. Tú fuiste quien me pidió venir.

—Eso es imposible —respondí, abriendo mi agenda—. No tengo ningún registro de…

—Porque lo borraste —me interrumpió con calma.

—¿Qué dices?

—Borraste mi nombre, mis sesiones, todo. Dijiste que era lo mejor.

El silencio se hizo insoportable.

Quise preguntar cómo sabía eso, pero mi garganta se cerró.

Ella se inclinó un poco hacia adelante, tan cerca que pude sentir su respiración tibia.

—Dime algo, Samuel… —susurró—. ¿Aún sueñas conmigo?

Mis manos temblaron.

No le respondí.

No podía.

Helena sonrió. Esa sonrisa entre dulce y rota que solo tienen los fantasmas de la memoria.

—No te preocupes —susurró, poniéndose de pie—. Pronto lo recordarás todo.

Salió sin mirar atrás.

Y cuando fui tras ella, el pasillo estaba vacío.

Solo el eco de sus pasos, perdiéndose entre las paredes del hospital, quedó para recordarme que tal vez nunca debí abrir aquella puerta.




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