Detras De Sus Ojos

La Verdad En La Grabadora

Llegué al despacho más temprano que de costumbre.

El café estaba frío en la mesa, y el reloj parecía burlarse de mí con su tic-tac constante.

Mi mirada se posó sobre la grabadora antigua que encontré en el fondo de un cajón, entre papeles amarillentos.

La cinta estaba etiquetada solo con un número: 37B.

Nada más.

Con las manos temblorosas, presioné “play”.

—Samuel… —la voz femenina comenzó, suave, tranquila—. Sabes que no puedes olvidarme.

Me congelé.

Era Helena.

Su tono, sus pausas, todo. Pero… no hablaba como paciente. Hablaba como si yo fuera el paciente.

—Te recuerdo… tus sueños, tus errores, tu culpa —continuó—. No huyas más, no puedes.

Cada palabra me golpeaba más fuerte que un puño.

Sentí que el despacho se cerraba, que las paredes respiraban.

¿Era ella real? ¿O era mi mente fragmentándose?

Volví a revisar la cinta.

La fecha marcada en la grabadora decía: marzo, hace tres años.

Un recuerdo olvidado se abrió en mi cabeza, como un río que rompe una presa:

Yo estaba sentado, en esa misma silla, llorando mientras ella hablaba.

No como paciente… sino como esposa.

—Samuel, no puedo hacer esto sola —susurraba la grabación—. Recuerda lo que juraste…

Mi respiración se aceleró.

La habitación parecía girar.

Y de pronto comprendí algo aterrador: no era la voz de mi paciente la que escuchaba… era la mía.

El golpe de realidad me tumbó hacia atrás.

El café se volcó, el líquido negro corrió por la mesa.

Todo olía a humedad y recuerdos.

Y entonces, la frase final de la grabadora resonó en mis oídos, como si hubiera sido escrita para atormentarme:

“Samuel… no hay forma de escapar de lo que hiciste.”

Mi corazón se detuvo un instante.

Porque finalmente entendí que el pasado no estaba muerto.

Y Helena… nunca se había ido.




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